La tortuga y el águila - Esopo


Una tortuga se pasaba horas viendo volar al águila. Le gustaba ver lo alto que volaba, cómo apenas movía las alas, cómo subía y bajaba. ¡Era un vuelo maravilloso!
Tanto la miro que quiso ser como ella. ¿Qué mejor maestro para enseñarla a volar como el águila que la propia águila?
Un  día que se posó cerca de donde estaba ella, le dijo:
-Águila, vuelas maravillosamente. Me gustaría hacerlo como tú. Estoy segura de que bastará con que me des cuatro lecciones para que yo aprenda a volar. Remontaré el vuelo, como tú lo haces, y llegaré por los aires hasta el cielo. Subiré tanto, tanto, que me acercaré al sol y a las estrellas.
Así veré todo lo que hay en el firmamento, las mil cosas bellas que debe de haber en él.
>>Después bajaré a toda velocidad e iré de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, viéndolo todo. No quiero perderme un detalle. Si aprendo a volar como tú, voy a dar una vuelta al mundo para verlo todo, todo. ¡Enséname, águila, por favor!
El águila se rió un buen rato de lo que le pedía la tortuga. ¡Cómo iba ella a volar! Y le dijo:
-Tortuga, tu destino no es volar. Tú tienes un cuerpo para caminar muy despacito por el cuelo, para comer lo que vas encontrando. Tu gran virtud es la paciencia. Si eres una tortuga, no puedes querer ser águila.
Yo no puedo enseñarte a volar como un águila, y consuélate porque yo no sé caminar como una tortuga.
Pero la tortuga no estaba contenta con andar lenta y torpemente como una tortuga. Se le había metido en su tonta cabeza volar como un águila. Y como era muy paciente –eso sí-, y muy tenaz y muy tozuda, no hacía más que darle la lata al águila rogándole una y mil veces que le enseñara a volar.
Al fin, un día, el águila, harta de oír siempre su ruego, harta de oírla siempre llorar reprochándole que no quería enseñarle su maravilloso arte de volar, cogió entre sus garras el caparazón de la tortuga y la subió arriba, arriba, por los aires.
-¿Estás contenta? –le dijo a la tortuga-. ¡Mira, mira cómo subes! ¿Es esto lo que querías?
Pues ya lo tienes. Ahora espabílate por tu cuenta, que yo ya te he enseñado a subir por los aires, a volar.
Y soltó a la tortuga, que cayó en picado hasta estrellarse contra el suelo. Quedó hecha una tortilla, reventada, por su tonta pretensión.
Si era una tortuga, ¿por qué quería ser un águila? ¿Por qué no hizo caso de las palabras sensatas que le decía el águila?
Quien no hace caso de los buenos consejos y pretende cosas imposibles puede acabar estrellado como la tortuga.


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