La zorra y la cigüeña - Esopo


Una zorra invitó a comer a la cigüeña y lo hizo con tantas zalamerías, con tantos ofrecimientos, que la cigüeña se imaginó que se iba a encontrar con un auténtico banquete, con exquisitos manjares. Aceptó en seguida, y muy alegre y con mucho apetito se fue a casa de la zorra.
¿Y con qué se encontró? Pues que encima de la mesa no había nada más que una fuente plana, plana. Se veían en ella menuditos trocitos de carne dispuestos en una capa fina.
La cigüeña tenía tal hambre que se lanzó a picotear la carne picada, pero su largo pico no le servía para nada, no era un buen tenedor, porque se le escapaba por completo el sabroso picadillo. Picaba y picaba en vano; se oían golpecitos secos de su pico en la fuente: pic, pic, pic, pic…. Y la carne seguía en ella. ¡No consiguió coger ni  un solo trocito!
Vino su anfitriona, la astuta zorra, y con su lengua y hocico dejó la fuente limpísima, sin rastro de carne. No hacía falta ya lavarla, ¡brillaba!
La cigüeña se fue con más hambre de la que tenía antes. No protestó ni dijo nada a la zorra, porque nada podía echarle en cara a su anfitriona. Carne había, ¡pero no a su alcance!
Pasaron unos días, y la cigüeña devolvió la invitación a la zorra. Fue entonces ésta la que se fue muy contenta y con mucha hambre a casa de su amiga. Esperaba darse un buen hartón de comer. Ella no tenía problemas ni con fuentes planas ni con los platos hondos.
¿Qué comida le tenía preparada la cigüeña? También carne muy sabrosa picadita, buenísima….si hubiera podido comerla. La cigüeña se la había puesto en un alto jarro de cristal de panza ancha y boca estrecha.
La zorra acercó su hocico goloso a la boca del jarro, metió la lengua, pero no pudo llegar a la apetitosa panza llena de carne. Sólo pudo notar que olía maravillosamente, y su estómago se despertó, ansioso, y empezó a quejarse con molestos ruiditos: roc, roc, roc… ¡No hubo nada que hacer!  La cigüeña veía que la zorra daba vueltas  cada vez más deprisa alrededor del jarro, en donde estaba encerrado ese apetitoso banquete que no estaba a su alcance. Y aunque no se notaba la cigüeña sonreía pensando en su venganza.
El jarro estaba hecho a la medida del pico de la cigüeña, y esta vez ella sí pudo comer a gusto sin que la lengua ni el hocico de su vecina le dieran envidia alguna. La zorra sí envidió entonces muchísimo ese largo pico que le permitía a la cigüeña comer la apetitosa comida en el jarro de largo cuello.
Dio unas cuantas vueltas más al ansiado manjar encerrado en castillo de cristal. Iba pensando qué podía hacer, pero no supo encontrar solución alguna. Olió de nuevo esa boca tan estrecha que no le dejaba llegar al fondo del jarro, ¡qué olor tan sabroso subía de allá! La zorra enseño los dientes, furiosa, pero de nada le sirvió. Al fin, aburrida, renunció al asalto imposible.
La zorra se marchó de casa de la cigüeña con el rabo entre las piernas. Se había dado cuenta de que la cigüeña había sido más lista que ella, y aprendió que donde las dan las toman.
 <<No hagas a los demás lo que no quieras que ellos te hagan a ti >>, debió de pensar la astuta zorra cuando se le pasó el enfado.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuatro pitufos en apuros - Cuento mio

El niño de la gorra de beisbol -Cuento mio

El gato Zarpas-desconocido