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Mostrando entradas de septiembre 9, 2012

El león y el ratón - Esopo

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Un león tenía entre sus garras a un pobre ratoncillo. No es que el ratón estuviera preso por haber robado un trocito de queso o de tocino como lo hubiera hecho en las trampas que le ponían en las ratoneras. ¡No! ¡Qué va! Lo que había sucedido era que el león dormía tranquilamente en su cueva, y el ratoncillo y unos amiguitos suyos saltaban, corrían junto a él, se le subían encima sin miedo alguno, ¡y le despertaron! El felino, furioso, cogió al primero que vio, y éste fue nuestro pobre ratoncito. Él, al verse prisionero en esas garras terribles, terminadas en unas uñas curvas que podían atravesarle, empezó a llorar. Y entre sollozos, le pedía al gran león mil perdones por su atrevimiento, por su insolencia. El león, al ver que un animalito tan pequeño sabía pedir perdón tan bien, con tan buenas palabras, le perdonó. Además vio que lloraba y le dio pena. Lo saltó y le dijo: -No llores más, ratoncito. Veo que no querías despertarme y te perdono. ¡No lo vuelvas a hacer! ¡Qué con

La tortuga y el águila - Esopo

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Una tortuga se pasaba horas viendo volar al águila. Le gustaba ver lo alto que volaba, cómo apenas movía las alas, cómo subía y bajaba. ¡Era un vuelo maravilloso! Tanto la miro que quiso ser como ella. ¿Qué mejor maestro para enseñarla a volar como el águila que la propia águila? Un  día que se posó cerca de donde estaba ella, le dijo: -Águila, vuelas maravillosamente. Me gustaría hacerlo como tú. Estoy segura de que bastará con que me des cuatro lecciones para que yo aprenda a volar. Remontaré el vuelo, como tú lo haces, y llegaré por los aires hasta el cielo. Subiré tanto, tanto, que me acercaré al sol y a las estrellas. Así veré todo lo que hay en el firmamento, las mil cosas bellas que debe de haber en él. >>Después bajaré a toda velocidad e iré de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, viéndolo todo. No quiero perderme un detalle. Si aprendo a volar como tú, voy a dar una vuelta al mundo para verlo todo, todo. ¡Enséname, águila, por favor! El águila se rió un b

El lobo y la oveja - Esopo

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Un lobo andaba por los montes robando, matando. Era joven, fuerte, no tenía miedo a nada, y como las ovejas eran su comida preferida, trepaba y corría por la montaña hasta que divisaba un rebaño. Sin miedo alguno se lanzaba sobre una oveja, y luego sobre otra, y comía los bocados más exquisitos. Pero un día tuvo enfrente a un enemigo más fuerte y poderoso que él: unos enormes perros que vigilaban el rebaño. La lucha fue a muerte, y el lobo salió muy mal parado. Lo mordieron, lo llevaron a rastras y lo dejaron medio muerto. El lobo casi no podía moverse. Se arrastró como pudo a un lugar seguro, a una cueva. Allí, día a día, se le iban curando las heridas, pero se le despertaba también el hambre, un hambre feroz. No podía cazar porque no había recobrado aún ni su agilidad ni sus fuerzas, y sólo engañaba a su estómago hambriento con hierbas que tenía a su alcance en abundancia. Pero las hierbas no le servían más que para desesperarse al verse en tal estado. Un día vio que se acerc

Las dos ranas - Anónimo

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Dos ranas eran vecinas, pero una vivía en un estanque y otra en un camino que estaba al lado. Charlaban a menudo. Un día la rana del estanque le dijo a la del camino: -¿Pero cómo es posible que tú, con lo sensata que eres, vivas feliz en tu casa, que está junto al camino? Todos los días veo que te amenazan mil peligros: pies de mucha gente, ruedas de muchos carros… Yo en cambio, vivo tranquila y sin peligros en mi estanque. ¿Por qué no dejas tu casa y te vienes a vivir conmigo? La rana del camino le contestó a su amiga en tono de burla: -¡Qué tontería me dices! ¡Cómo voy yo a dejar la casa de mis padres, que también lo fue de mis abuelos y de todos los míos! A nadie le pasó nunca nada, que yo sepa. ¡Tú te crees que sólo lo tuyo es bueno! -¡Allá tú! –le replicó la rana del estanque-. Yo te he avisado ya, y ten en cuenta que a veces pasa lo que nunca ha pasado. Te ofrezco mi casa, mi compañía, y tú no quieres y prefieres estar en tu camino, entre pies y ruedas, y me contestas a

El hombre y la culebra - Félix Maria Samaniego

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Un labrador vio en el suelo a una serpiente medio muerta de frío. Le dio pena verla así, porque era un buen hombre. Pensó que todos tenemos derecho a la vida, incluso las serpientes. Y la cogió para llevársela a su casa y ponerla junto al fuego. Pero se dio  cuenta de que ya casi no se movía, y pensó que, si no le daba calor, no llegaría viva a su casa. Como era pequeña, se la puso debajo de la camisa, junto a su pecho, para que el calor de su cuerpo le devolviera la vida. Y así fue.  Pero era una víbora y, al revivir, lo que hizo fue picar a su salvador. Y lo mató con su veneno. Haz bien, pero fíjate a quién  lo haces. Puede ser un lobo, o incluso peor, puede ser una víbora. Huye de sus dientes, huye de su veneno. No sirve de nada hacer el bien a los desalmados.

El lobo y la cigüeña - Félix María Samaniego

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Un lobo estaba comiendo cabra muerta y se atragantó con uno de sus huesos. Se le quedó en medio de la garganta y no podía ni sacarlo ni tragarlo. La faltaba ya aire, el hueso estaba ahogándole. ¿Qué podía hacer? ¡Su pata no le servía de nada! ¡Iba a morir! De pronto vio pasar una cigüeña. Con sus últimas fuerzas, le hizo desesperadas señas para que le ayudara. La cigüeña vio al lobo, se dio cuenta de que algo le pasaba y fue en su ayuda. Se le acercó, y el lobo abrió la boca todo lo que pudo para que la cigüeña pudiera ver qué era lo que le ahogaba. La cigüeña vio el hueso en la garganta del lobo y con su largo pico, con mucho cuidado, se lo sacó. Fue una operación perfecta, ¡no lo hubiera hecho mejor el más hábil cirujano! La cigüeña, al ver al lobo tan contento porque ella le había salvado la vida, le pidió que le pagara por su operación, tan precisa y oportuna. -¿Qué quieres que te dé más si te he devuelto la vida? -¡A mí! –Contestó la cigüeña-. ¡Si he sido yo quién te h

El joven pastor y las ovejas - Esopo

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Un joven pastor estaba  apacentando sus ovejas en un monte. Era un mozo bromista, le gustaba gastar bromas pesadas a los demás. Como se estaba aburriendo viendo cómo comía hierba su ganado, pensó qué podría hacer para divertirse un rato. Miró los campos que estaban al pie del monte y vio allá lejos a unos labradores que araban la tierra con sus bueyes. No se le ocurrió otra cosa que empezar a gritar lo más fuerte que pudo: ¡Ayudadme, labradores!, ¡que viene el lobo! ¡Labradores venid corriendo! ¡El lobo se está comiendo mis ovejas! Los campesinos dejaron el arado, la yunta de bueyes, y corriendo subieron al monte donde estaba el mozo para ayudarle. Llegaron sudorosos, cansados de tanto correr, ¡y descubrieron que había sido una broma pesada del gracioso! ¡Cuántas cosas le dijeron! Pero a él le dio lo mismo, porque se había divertido muchísimo viéndoles correr monte arriba, dejando su trabajo, abandonando a los bueyes. Y mucho más disfrutó al verlos tan enfadados.  Cuando se m