Boca de lobo – Fabián Negrín
Me llamo
Adolfo y soy un lobo. Nací en el bosque que se ve a mis espaldas.
El bosque es
mi casa. En él hay todo lo que necesito para vivir: gansos, cerditos, conejos y
otros manjares.
Muchos dicen
que soy cruel, pero lo mío no es maldad. Los lobos somos así. Nuestra
naturaleza nos lleva a comer a otros animales. Qué le vamos a hacer.
A veces, sin
embargo, me pasan cosas que no les suceden a otros lobos. Ayer, por ejemplo…
…hacía calor
y dormitaba bajo un árbol cuando un leve crujido llegó a mis finísimas orejas y
me sobresaltó. Levanté la cabeza y miré. Desde el principio del bosque, lejos,
veía una manchita roja que cada tanto tropezaba con los matorrales. Poco a poco se acercó hasta que logré verla
claramente: no se parecía a ninguno de los animales que conocía. Era una
maravillosa criatura vestida de rojo. La cosa más hermosa que jamás había
visto.
Corrí a
esconderme. Yo era tan feo…¿Cómo hablar con ella sin asustarla? Me disfracé de
bosque y la pregunté:
-¿Qué
eres?¿Un ángel quizá?
-¿Un ángel?
¡Ja, ja, ja! ¡Qué va! ¡Qué cosas dices! Soy una niña –me respondió mientras
tropezaba otra vez.
-¿Una niña?
¿Y adónde vas?
-Voy a visitar a mi abuelita, que vive al otro lado del
bosque.
-¿Y qué
llevas en la cesta?
-Un espejo.
Ayer a la abuelita se le rompió el suyo y le llevo uno nuevo. Perdóname,
bosque, pero mi abuelita me está esperando impaciente.
Y diciendo
eso continuó su camino.
¿Niñas?
Nunca había visto un animal de tal especie. Creí que la abuela, si no era capaz
de estar un solo día sin espejo, tenía que ser aún más bella.
<<Tengo
que ver esa maravilla>>, pensé.
Empecé a
correr hacía el otro lado del bosque por un atajo que sólo yo conocía.
Encontré la
casita y llamé a la puerta. Toc, toc. Una niña, que debía de ser la abuela
abrió la puerta. ¡Qué desilusión! Juro que nunca había visto una criatura más
fea, más vieja ni más arrugada. Por quitármela de la vista me la comí de un
bocado.
Poco después
llegó la niña vestida de rojo, y también llamó a la puerta. Toc, toc. En un
santiamén me vestí con la ropa de la abuela y me metí en la cama.
-Buenos
días, niña.
-Buenos
días, abuelita. Te he traído un espejo nuevo.
Y diciendo
esto, lo colgó en la pared. Reflejada en el espejo, sin embargo, en lugar de la
abuela, pudo ver mi auténtica y horrible cara de lobo. Pero no se espantó, se
quedó maravillada.
-¿Qué eres? –me
dijo la niña-. ¡En mi vida había visto nada tan hermoso como tú! ¿Acaso eres un
ángel?
Iba a
responder cuando ella, al acercarse, tropezó con las zapatillas de la abuela.
Cayó en mi boca y, antes de que pudiese hacer nada, desapareció en mi estómago.
¡Qué
desesperación!¡Qué remordimiento! Apenas había encontrado a mi alma gemela y ya
la había perdido…Salí de la casa para aullar mi dolor a la luna.
Lloré, lloré
y lloré.
Estaba allá,
de rodillas, maldiciéndome, cuando un extraño destello brilló en el bosque.
¡Allá! ¡Sobre un árbol! ¿Qué podía ser? ¡Era otra niña! Pero ésta tenía
bigotes, sombrero y un bastón de metal hueco.
<<Quizá
me ayude a liberar a la niña que tengo
en la panza>> pensé.
Subí rápido
al árbol, pero un rayo espantoso salió del bastón metálico. En mi pecho
apareció una manchita roja que, poco a poco, se fue extendiendo hasta empapar
los matorrales donde caí.
Estaba
muerto.
La niña con
bigotes sacó un cuchillo y me abrió la panza. La niña vestida de rojo y la abuela salieron vivas.
Me llamo Adolfo y soy un lobo, un
ángel – lobo.
Ésta es mi
nube. Desde aquí puedo ver todo el bosque, cada árbol, como nunca lo había visto
antes.
Allá abajo
está la niña de rojo que vuelve a casa. Levanta la cabeza y me saluda (adiós,
adiós); después se pierde tras los árboles. Estoy seguro de que me recordará
siempre. Tampoco yo la olvidaré jamás.
¡Eh! ¿Qué es
aquello que salta allá abajo? ¿Un conejo? Ahora que lo pienso, tengo el
estómago vacío.
Tengo hambre, auténtica hambre de lobo.
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