Entradas

Mostrando entradas de junio 28, 2020

Prometeo y Pandora –Juan Kruz Igerabide

Imagen
Prometeo era hijo de titanes. No era fanfarrón como sus colosos hermanos, sino astuto, bien educado y justo. Amaba a los seres humanos, y no le parecía bien que los dioses hiciesen lo que les viniera en gana con ellos. Se hizo amigo de Atenea, y esta le enseñó arquitectura, astronomía, matemática, medicina y otras ciencias que Prometeo enseñó a su vez a los humanos, sin que los dioses se enteraran. En cierta ocasión, Zeus, en un acceso de ira, decidió destruir la raza humana. Prometeo lo convenció con astutas palabras para que no lo hiciera. Otra vez, se entabló una agria discusión entre los dioses; no se ponían de acuerdo en qué parte de los animales sacrificados por los humanos tenían que ofrecer a los dioses y qué parte quedarse para sí como alimento. Eligieron como juez a Prometeo, porque era conocido por su sentido de la justicia. Prometeo despellejó un toro sacrificado por los humanos, y con el pellejo confeccionó dos sacos. Llenó un saco con carne y el otro saco con

Orfeo y Eurídice –Juan Kruz Igerabide

Imagen
Orfeo era hijo de Apolo, el dios de la música. Ya desde niño, fue un gran poeta y músico. Apolo le regaló un arpa-lira, y las musas le dieron clases de música. Con la música de Orfeo, las fieras de la selva se calmaban y lo seguían. Y no sólo las fieras, sino que hasta las piedras y los árboles tras él. En su juventud, se enamoró de la dulce Eurídice y se casaron. Eurídice vivió feliz y encantada con su melodioso marido, hasta que, cierto día, paseando por el bosque, la sorprendió un gigante. -Ven conmigo, dulce ninfa -quiso raptarla el gigante. Eurídice echó a correr como una gacela asustada. El gigante la persiguió. En su ciega huída, Eurídice perdió las sandalias y pisó una víbora, que la picó en el talón. Eurídice cayó al suelo, gimiendo. El gigante, al verla malherida, se dio la vuelta cobardemente, y se marchó avergonzado. Eurídice se puso en pie a duras penas y se arrastró hasta el extremo del bosque. Ahí estaba su casa; las piernas le flaqueaban. De una ventana