Prometeo y Pandora –Juan Kruz Igerabide


Prometeo era hijo de titanes. No era fanfarrón como sus colosos hermanos, sino astuto, bien educado y justo. Amaba a los seres humanos, y no le parecía bien que los dioses hiciesen lo que les viniera en gana con ellos.
Se hizo amigo de Atenea, y esta le enseñó arquitectura, astronomía, matemática, medicina y otras ciencias que Prometeo enseñó a su vez a los humanos, sin que los dioses se enteraran.
En cierta ocasión, Zeus, en un acceso de ira, decidió destruir la raza humana. Prometeo lo convenció con astutas palabras para que no lo hiciera.
Otra vez, se entabló una agria discusión entre los dioses; no se ponían de acuerdo en qué parte de los animales sacrificados por los humanos tenían que ofrecer a los dioses y qué parte quedarse para sí como alimento.
Eligieron como juez a Prometeo, porque era conocido por su sentido de la justicia.
Prometeo despellejó un toro sacrificado por los humanos, y con el pellejo confeccionó dos sacos. Llenó un saco con carne y el otro saco con huesos y  grasa; este último era el más grande. Invitó a Zeus a que eligiera uno de los sacos. Zeus echó mano del más grande y se quedó con los huesos. La carne fue para los humanos.
Prometeo se rio a espaldas de Zeus, que se dio cuenta y se enfadó.
-De acuerdo: tendrán la carne, pero se la comerán cruda -sentenció el rey del Olimpo, y les retiró el fuego a los humanos.
Entonces, Prometeo se acercó al Sol, y a escondidas, prendió un carbón, cuya brasa escondió en el interior de un hueso. Con gran sigilo, se lo bajó a los humanos para que pudieran recuperar el fuego y asar la carne. Zeus, engañado por segunda vez, montó en cólera y castigó a Prometeo.
También ordenó a Hefesto que construyera una mujer de barro. Convocó a los cuatro vientos y les ordenó que dieran aliento a la mujer, y encargó a las diosas del Olimpo que la adornaran con hermosos vestidos. La llamó Pandora, hermosa entre las hermosas.
Se la envió a Epimeteo, hermano de Prometeo, que no se atrevió a rechazar el regalo, sabiendo que su hermano había sido castigado.
Epitemeo se casó con la hermosa Pandora. Un día le entregó una caja pidiéndole que no la abriera por nada del mundo.
Prometeo había encerrado en la caja todas las desgracias de la Tierra que amenazaban a los seres humanos. Allí se escondían el cansancio, la vejez, la enfermedad, el vicio, la pasión...
Un día, Pandora, aprovechando que Epitemeo dormía, no pudo aguantar la cusiosidad y abrió la caja de las desgracias.
Entonces, los males se desparramaron en forma de nubes, hirieron y castigaron a Epitemeo y Pandora, y descendieron a la Tierra.
Las desgracias se esparcieron por todo el mundo, y los humanos no levantaban cabeza. Sin embargo, a pesar de todas las desgracias, aún mantenían sus ilusiones y sus esperanzas, porque Prometeo, junto con todos los males, había escondido en la caja las buenas esperanzas y las vanas esperanzas.


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