El patito feo - Hans Christian Andersen


En un hermoso campo, rodeado de muchos árboles, había construido una pata su nido. La pata tenía que empollar los huevos y por eso estaba muy quietecita dándoles calor.
Por fin se fue rompiendo un huevo tras otro:
-¡Pío, pío! –decían los polluelos asomando la  cabeza.
-¡Cua, cua! –dijo ella.
La madre contó a sus pequeños.
-Uno, dos, tres, cuatro….
-No, no los tengo todos –exclamó- . Falta todavía el huevo más grande –y volvió a empollar.
Al fin se rompió el gran huevo.
-¡Pío, pío! –dijo el polluelo y salió rodando. Era enorme y horrible. Mamá pata lo contempló.
-Es un patito terriblemente grande –dijo-. No se parece a ningún otro. Veremos si es capaz de nadar. Mamá pata, con toda su familia, bajo hasta el lago.
-¡Cua, cua!- dijo y todos los patitos cayeron al agua uno tras otro.
-¡Ahora que estáis bien lavaditos. Venid conmigo que os presente en el corral!
-¡Qué horror, qué pinta tiene este patito! –susurraron todos los patos cuando vieron al polluelo pesado y gris, y le picotearon en el cuello y se burlaron de él.




Así sucedió el primer día y después se fue poniendo peor la cosa.
El pobre patito, que había salido  el último del huevo y que era tan feo, sufrió la persecución de todos. Los patos le picaban, las gallinas le picoteaban, la muchacha que traía de comer a los animales le daba con el pie, incluso sus hermanos no paraban de decir:
-¡Ojalá te coma el gato!
Y su madre decía:
-Lástima que no te pierdas.
Un día el pobre patito ya no pudo aguantar más y se escapó del corral. Corrió y corrió hasta llegar al pantano, donde vivían los patos salvajes. Allí pasó toda la noche, cansado y triste.
Por la mañana, los patos salvajes se dieron cuenta de que había un nuevo pato entre ellos.
-¿Quién eres tú? –preguntaron.
El pequeño patito estaba tan asustado que apenas se atrevía a contestar.
-¡Qué feo eres! –Dijeron los patos salvajes-. Pero a nosotros no nos importa. Acomódate donde puedas.  Y el patito se acomodó junto a los juncos.
Llevaba dos días en el pantano cuando llegaron una pareja de jóvenes gansos salvajes.
-¡Oye, compañero! –dijeron-. Eres tan feo que nos gustas. Vente con nosotros hasta el pantano de al lado. Allí viven unas preciosas gansas salvajes, todas solteras. Es la ocasión para conseguir tu felicidad por feo que seas.
<< ¡PIMM, PAMM! >>, Retumbó de pronto en lo alto el fuego de varias escopetas.
<< ¡PIMM, PAMM!>>, volvió a retumbar, y los dos gansos salvajes cayeron muertos en los juncos. Era una cacería. Los cazadores rodeaban el pantano. Por el cieno llegaron los perros de caza. ¡¡PLAFF, PLAFF!
Fue espantoso para el pobre patito. Antes de que pudiera esconderse, se le echó encima un perrazo enorme, acercó su hocico al patito, mostró sus agudos dientes, y ¡PLAFF, PLAFF!, se marchó sin tan siquiera tocarlo.
-Soy tan feo que ni el perro tienes ganas de comerme –suspiró el patito con alivio; y se estuvo muy quieto hasta que los cazadores se fueron.
Sólo entonces salió del pantano con toda la rapidez que pudo. Hacia el anochecer llegó a una pobre casita de labradores. El viento soplaba con fuerza y hacía mucho frío.
Vio que en la puerta había una pequeña abertura por la podía colarse hasta la cocina, y así lo hizo. Vivía allí una vieja con un gato y una gallina.
Por la mañana el gato y la gallina descubrieron al patito extraño.
-¡MIAUU! –ronroneó el gato.
-¡CLOC; CLOC! –cacareó la gallina.
-¿Qué pasa? –exclamó la mujer mirando a su alrededor.
-¡Vaya! ¡Qué agradable sorpresa! –dijo cuando vio al pato, pues, como su vista no era buena, creyó que era una pata gorda que le daría muchos huevos.
Los que no estaban muy contentos eran el gato y la gallina, pues se creían los más importantes de todos los animales.
-¿Sabes poner huevos? –le preguntó la gallina.
-¡No!
-Entonces será mejor que no abras la boca.
Y el gato dijo:
-¿Sabes encorvar el lomo, ronronear y andar de noche por los tejados?
-¡No!
-Entonces nada tienes que opinar cuando habla la gente sensata.
Y el patito se sentó en un rincón y allí pasó la noche.
Por la mañana lucía un sol espléndido.
-Creo que me iré por el mundo –dijo el patito.
-Eres un tonto –dijo el gato-. Lo que has de hacer es aprender a encorvar el lomo, a ronronear  y a deslizarte de noche por los tejados.
-¡Buen loco estás hecho! –dijo la gallina -. Pon huevos y verás cómo se te quitan esas ideas.
Pero lo que verdaderamente le gustaba al patito era flotar en el agua y bucear, así que se marchó y flotó en el agua y buceó todo lo que quiso. El tiempo pasaba rápido, llegó el otoño y después del otoño, el invierno.
En patito se veía obligado a nadar para que el agua no se volviese hielo. Sin embargo en el hueco en el que nadaba, cada noche se hacía más y más pequeño.
Por la mañana temprano pasó un labrador y vio al patito inmóvil sobre el hielo, así que se lo llevó a su mujer y a sus hijos. Ellos le reanimaron.
Los niños querían jugar con él, pero el patito creyó que le iban a hacer daño y  se metió, espantado, en el cántaro de leche, con lo que la leche se vertió por la cocina.
La mujer chillo y todos se precipitaron a por el patito. Se desparramó la mantequilla, cayó el barril de la harina, la mujer lo perseguía con tenazas de la lumbre….
Por suerte, la puerta estaba abierta y el patito escapó entre la nieve recién caída.
Muchas desdichas y apuros tuvo que sufrir durante el duro invierno. Pero una mañana el sol volvió a calentar de nuevo.
Había llegado la primavera. Entonces levantó de un golpe las alas y casi sin darse cuenta se encontró volando sobre un gran jardín.
De unos arbustos en flor salieron tres magníficos cisnes blancos.
-Volaré hacía ellos –se dijo el patito. Aunque soy tan feo que me mataran a picotazos. Pero igual me da. ¡Prefiero que ellos me maten a que me picoteen los patos, me piquen las gallinas, me desprecie la moza que cuida el corran y que tenga que sufrir los horrores del invierno!
Y voló al agua, y nadó en dirección a los espléndidos cisnes. El patito inclinó la cabeza sobre el agua, esperando que de un momento a otro le mataran a picotazos. Pero, ¿qué es lo que vio en el agua transparente? Vio bajo él su propia imagen, pero ya no era un torpe pato gris, feo y repugnante, era un cisne.
Y los grandes cisnes nadaban en torno suyo y le acariciaban con el pico. Entraron en el jardín unos niños y el más pequeño gritó:
-¡Hay uno nuevo!
-¡Es cierto! –dijeron los demás. Y es el más hermoso.
Entonces ahuecó sus plumas e irguió su esbelto cuello, pero no sentía ni pizca de orgullo, porque él, que ahora oía decir a todos que era la más bonita de las aves, había sido despreciado cuando era más que un patito feo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuatro pitufos en apuros - Cuento mio

El niño de la gorra de beisbol -Cuento mio

El gato Zarpas-desconocido