El sastrecillo valiente - Hermanos Grimm


Hace muchos, muchos años, en un lejano país ocurrió una gran desgracia, pues apareció un gigante que tenía atemorizados a todos los ciudadanos y amenazaba con terminar con sus cosechas si alguien le ponía remedio. Por ello, el Rey hizo colocar un gran cartel en la plaza de la ciudad ofreciendo una recompensa a quien les librara de tan terrible problema.
-Bonita recompensa –comentaban los aldeanos-. Pero ¿habrá alguien lo bastante loco como para enfrentarse con el gigante?
Mientras ajeno a todos esos problemas, el pequeño sastrecillo Mickey trabajaba en su taller dale que dale con la aguja.
-¡Dichosas moscas! –exclamó -. ¿Cómo se puede trabajar en paz si no dejan de revolotear alrededor de mi cabeza?
Cansado de que le importunaran, Mickey abandonó su costura y tomó dos palas matamoscas que tenia sobre la mesa. Aguardó paciente el momento adecuado y, con un rápido golpe,… ¡zas!, mató a los siete insectos de una sola vez.
-¡Ja, ja! –rió- ¡Soy grande! He matado a las siete de un golpe. Tengo que decírselo a alguien.
  Nadie nos librará de ese gigante. –comentaban los campesinos.
-¡Yo he matado siete de un golpe! –gritó Mickey asomándose a la ventana en ese mismo instante.
-¿Siete de un golpe? ¿Tú? –repitieron atónitos los aldeanos.
-Sí, siete. Increíble, ¿verdad?
La noticia de que el sastrecillo había matado a siete gigantes corrió como la pólvora hasta llegar  a oídos del mismísimo Rey quién ordenó que lo llevaran a su presencia.
-Y dices que tú has matado a siete de un golpe?
-preguntó extrañado por su pequeño tamaño-.
¿Te importaría explicarme cómo?
-Encantado, majestad –respondió Mickey -. Venían por todas partes, por la derecha, por la izquierda; casi me tenían rodeado y me di cuenta de que no tenía modo de escapar. Así pues, decidí  hacerles frente y, cuando creí que todo estaría ya perdido…¡lancé mi golpe certero y acabé con mis atacantes! ¡Los siete de un golpe!
-¡Fabuloso! –exclamó el Rey -¡Siete gigantes de un golpe! ¡Te ofrezco un millón de monedas de oro si nos libras del que amenaza nuestras cosechas!
-¿Gigantes? –se asustó Mickey –Pero, no, yo…
-¡Dos millones…, tres…, cuatro, cinco! ¡Seis millones! –siguió insistiendo el Rey.
Minnie, su hija, se le acercó y le susurró al oído.
-¡Siete millones y la mano de la princesa! –gritó el Rey entusiasmado.
Minnie se abalanzó sobre el sastrecillo cubriéndole a besos y éste, abrumado por su  belleza, no fue capaz de negarse a aceptar la oferta.
-Acabaré con el gigante cueste lo que cueste –gritó alzando sus tijeras.
Poco después, una multitud le despedía desde lo alto de la muralla, viéndole alejarse por el puente levadizo en busca del gigante.
-En buen lío me he metido –se dijo sentándose en una roca-; me pregunto cómo me las voy a arreglar para acabar yo solo con ese gigante. ¡Si no me he enfrentado a nadie en toda mi vida!
Con lo tranquilo que estaba yo cosiendo en mi taller. ¿Quién me mandaría abrir la boca?
Un estruendo le sacó de sus pensamientos y poco después la tierra empezó a temblar. Mickey se preguntó que estaría pasando, hasta que una sombra se cernió sobre él; miró hacia arriba y sólo entonces descubrió al gigante que se aproximaba directamente hacia donde estaba sentado. No tenía tiempo de escapar, por lo que decidió ocultarse en un carro cargado de calabazas que había parado al borde del camino.
-¡Calabazas! –Dijo el gigante con voz ronca-. ¡Me encantan las calabazas!
Y sentándose en una casa, tomó toda la carga del carro con una sola mano dispuesto a comérsela. Una tras otras, el gigante se lanzaba las calabazas en la boca, mientras Mickey se esforzaba por escapar de su mano antes de ser descubierto.
-¿Quién eres tú? –preguntó el gigante cuando por fin se fijo en él.
-Soy Mickey, el sastre –respondió el ratón –y no te atrevas a hacerme daño o te las verás conmigo. Te ordeno que me dejes en el suelo inmediatamente.
-¿Qué? ¿Te atreves a amenazarme, microbio?- se enfadó el gigante-. Te voy a aplastar como a un mosquito.
El gigante lanzó un manotazo dispuesto a cumplir su palabra, pero, con su gran habilidad, Mickey logró deslizarse por el interior de su manga esquivando el golpe.
-¡Sal de ahí, cobarde! –Rugió el gigante introduciendo su mano por su manga en busca de Mickey-.
Este, usando sus tijeras con rapidez, cortó la manga del gigante y salió nuevamente al exterior.
Luego, enhebró una aguja con un fuerte hilo y con diestras puntadas cerró el desgarrón que había hecho apresando las manos del gigante. Finalmente, comenzó a girar alrededor de su enorme corpachón atándole fuertemente con el hilo e inmovilizándole de brazos y piernas.
-¡Suéltame! –gritaba el gigante desesperado. ¡Suéltame inmediatamente!
El gigante perdió el equilibrio y se desplomó en el suelo. El Rey ordenó               que le atasen  fuertemente con cuerdas y cadenas.
Luego decidieron darle alguna utilidad y emplearon la fuerza de sus ronquidos para mover el carrusel que había en la ciudad.
-Eres maravilloso, Mickey –dijo la princesa montada en uno de los caballos del Tío Vivo -. 
Nunca dudé de que lo conseguirías. Y desde entonces, todos vivieron  felices para siempre.





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