El príncipe y el mendigo - Walt Disney
Erase un principito curioso que quiso
un día salir a pasear sin escolta. Caminando por un barrio miserable
de su ciudad, descubrió a un muchacho de su estatura que era en todo
exacto a él.
-¡Sí que es casualidad! - dijo el
príncipe-. Nos parecemos como dos gotas de agua.
-Es cierto - reconoció el mendigo-.
Pero yo voy vestido de andrajos y tú te cubres de sedas y
terciopelo. Sería feliz si pudiera vestir durante un instante la
ropa que llevas tú.
Entonces el príncipe, avergonzado de
su riqueza, se despojó de su traje, calzado y el collar de la Orden
de la Serpiente, cuajado de piedras preciosas.
-Eres exacto a mi - repitió el
príncipe, que se había vestido, en tanto, las ropas del mendigo.
Pero en aquel momento llegó la guardia
buscando al personaje y se llevaron al mendigo vestido en aquellos
momentos con los ropajes de príncipe.
El príncipe corría detrás queriendo
convencerles de su error, pero fue inútil.
Contó en la ciudad quién era y le
tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente su identidad,
recorrió la ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más
duras, por un miserable jornal. Era ya mayor, cuando estalló la
guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor a su
patria, se alistó en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba
el trono continuaba entregado a los placeres.
Un día, en lo más arduo de la
batalla, el soldadito fue en busca del general. Con increíble
audacia le hizo saber que había dispuesto mal sus tropas y que el
difunto rey, con su gran estrategia, hubiera planeado de otro modo la
batalla.
- ¿Cómo sabes tú que nuestro llorado
monarca lo hubiera hecho así?
- Porque se ocupó de enseñarme cuanto
sabía. Era mi padre.
Aquella noche moría el anciano rey y
el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de rencor por la
miseria en que su vida había transcurrido, empezó a oprimir al
pueblo, ansioso de riquezas.
Y mientras tanto, el verdadero
príncipe, tras las verjas del palacio, esperaba que le arrojasen un
pedazo de pan.
El general, desorientado, siguió no
obstante los consejos del soldadito y pudo poner en fuga al enemigo.
Luego fue en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una
herida que había recibido en el hombro. Junto al cuello se
destacaban tres rayitas rojas.
-Es la señal que vi en el príncipe
recién nacido! -exclamó el general.
Comprendió entonces que la persona que
ocupaba el trono no era el verdadero rey y, con su autoridad, ciñó
la corona en las sienes de su autentico dueño.
El príncipe había sufrido demasiado y
sabía perdonar. El usurpador no recibió más castigo que el de
trabajar a diario.
Cuando el pueblo alababa el arte de su
rey para gobernar y su gran generosidad él respondía: Es gracias a
haber vivido y sufrido con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen
rey.
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