Pastel para enemigos- Derek Munson
Hubiera
podido ser un verano perfecto. Mi papá me había ayudado a construir una cabaña
en el árbol de nuestro jardín. Mi
hermana se había ido a un campamento por tres semanas. Y yo estaba en el mejor
equipo de béisbol de la ciudad. Hubiera podido ser un verano perfecto. Pero no
lo era.
Todo iba
bien hasta que Claudio García se mudó a
mi barrio, justo al lado de la casa de
Felipe, mi mejor amigo. No me gustaba Claudio García. Se burlaba de mí cuando
me ganaba al béisbol. Cuando hizo una fiesta en su casa para saltar en su cama
elástica, ni siquiera me invitó. Pero a mi mejor amigo, Felipe, sí.
Claudio García
era el único nombre en mi lista de enemigos: ni siquiera había tenido una lista
de enemigos hasta que él se mudó a mi barrio. Pero nada más llegar él, me hizo
falta. La colgué en mi cabaña, dónde Claudio García no podía entrar.
Mi papá era
un experto en enemigos. Me contó que él, a mi edad, también tuvo enemigos. Pero
conocía un truco para deshacerse de ellos. Le pedí que me contara cómo se
hacía.
-¿Contártelo?
¡Te lo enseñaré!- dijo papá.
Sacó un
viejo libro de recetas de la estantería. Dentro había un trozo de papel muy
gastado cubierto con una letra descolorida. Mi papá lo alzó y lo miró de reojo.
-Pastel para
enemigos –dijo satisfecho.
Te
preguntarás qué es exactamente un pastel para enemigos. Yo también me lo
pregunté. Pero mi papá me dijo que la receta era tan secreta, que no podía
decírmelo. Concluí que debía de ser mágica. Le supliqué que me diera una
pequeña pista.
-Sólo te
diré esto –contestó-: el pastel para enemigos es el método más rápido para
deshacerse de ellos.
Por
supuesto, eso me hizo pensar mucho. ¿Qué clase de cosas –cosas desagradables –pondría
yo en un pastel para un enemigo? Le llevé
a mi papá unos hierbajos del jardín pero él negó con la cabeza. Le llevé
gusanos y piedras, pero él me dijo que no los iba a necesitar. Le di el chicle
que había estado masticando toda la mañana, pero me lo devolvió.
Salí a jugar
solo. Intenté meter canastas hasta que la pelota quedó colgada en el tejado. Me
puse a lanzar un bumerán pero nunca regresaba. Mientras tanto, oía los ruidos
que hacía mi papa al batir, remover y mezclar los ingredientes del pastel para
enemigos. Después de todo, aquel podía llegar a ser un verano fantástico.
El pastel
para enemigos sería horrible. Intenté imaginar lo mal que debía de oler, o peor
aún, qué pinta iba a tener. Pero, desde el jardín donde buscaba mariquitas,
sentí un olor buenísimo. Y, por lo que parecía, el olor venía de la cocina.
Estaba muy confuso.
Entré en la
cocina para preguntar a mi papá que había salido mal.
El pastel para enemigos
no debía de oler tan bien. Pero mi papá era listo:
-Si el
pastel oliera mal, tu enemigo jamás querría comerlo- dijo. Estaba claro que no
era el primer pastel para enemigos que hacía. El cronómetro sonó y mi papá se
puso los guantes de cocina, y sacó el pastel del horno. Tenía el aspecto de un
auténtico pastel. ¡Parecía buenísimo! Entendí el truco.
Pero aún no
estaba completamente seguro de que este pastel para enemigos fuera a funcionar.
¿Qué les hacía exactamente a los enemigos? ¿Les hacía caer el pelo, o les daba
mal aliento? ¿Hacía llorar a los más bravucones?
Pregunté a
papá, pero no fue de ninguna ayuda. No me dijo nada. En cambio, mientras el
pastel se enfriaba, me informó sobre mi parte del trabajo.
Me dijo
tranquilamente:
-Hay una
parte de esta receta que yo no puedo hacer por ti. Para que funcione el pastel
de enemigos, tienes que pasar un día entero con tu enemigo. Peor aún, tienes
que ser simpático con él. No es fácil. Pero es la única manera de que el pastel
para enemigos pueda surtir efecto. ¿Estás seguro de que quieres continuar con
el plan? Por supuesto que lo estaba.
Sonaba
horrible. Era espantoso. Pero valía la pena probarlo. Todo lo que tenía que
hacer era pasar un día con Claudio García, después desaparecería de mi vista
para siempre. Me fui en bicicleta hasta su casa y llamé a la puerta.
Cuando
Claudio abrió la puerta, pareció sorprendido. Estaba de pie en el umbral de la
puerta y me miraba esperando que yo dijera algo. Me sentía nervioso.
-¿Puedes
venir a jugar? –pregunté.
Claudio
parecía dudar.
-Voy a
preguntar a mamá –dijo.
Volvió con
los zapatos en la mano. Su madre se acercó para saludar.
-Chicos, no
os metáis en líos –dijo sonriendo.
Dimos una
vuelta en bici y saltamos en la cama elástica. Luego hinchamos globos de agua y
los tiramos a las chicas del barrio, pero no acertamos. La madre de Claudio nos
preparó la comida. Después de comer nos fuimos a mi casa.
Era extraño,
pero casi me lo estaba pasando bien con mi enemigo. Casi parecía simpático. Pero
naturalmente no se lo podía decir a papá, ya que había trabajado tanto para
hacer el pastel para enemigos.
A Claudio García
le gustó mi cesta de baloncesto. Dijo que a él también le encantaría tener una,
pero en su casa no había lugar para ponerla. Le dejé ganar un partido, sólo
para ser simpático.
Claudio García
sabía lanzar el bumerán. Lo lanzó y volvió derecho hacía él. Cuando lo hico yo,
el bumerán pasó por encima de mi casa y fue a parar al jardín. Al trepar por la
valla para ir a buscarlo, la primera cosa que vio Claudio fue mi cabaña.
Mi cabaña
era sólo mía. Yo era el jefe. Si mi hermana quería entrar, yo no tenía por qué
dejarla. Si mi papá quería entrar, tampoco. Y si Claudio quería entrar…
-¿Podemos
entrar? –preguntó.
¡Sabía que
me iba a preguntar eso! ¡Él, la primera y única persona de mi lista de
enemigos! Los enemigos no tienen permiso para entrar en mi cabaña. Pero me
había invitado a comer en su casa, y me había dejado saltar en la cama
elástica. No había sido muy buen enemigo.
-De acuerdo –dije-,
pero espera un momento.
Pasé delante
y subí rápidamente para quitar la lista de enemigos de la pared. Tenía un juego
de damas y unos naipes en la cabaña: jugamos hasta que mi papá nos llamó para
cenar. Nos hicimos los sordos y cuando papá salió a buscarnos, intentamos
escondernos. Pero no le costó encontrarnos.
Papá nos
había hecho macarrones gratinados con queso para cenar, mi plato favorito.
También era el plato favorito de Claudio. ¿A lo mejor Claudio García no era tan
malo? Estaba empezando a pensar que
quizás deberíamos olvidar el pastel para enemigos.
Pero después
de acabarnos los macarrones, claro, papá trajo el pastel. Miré como lo cortaba
en ocho trozos bien grandes.
-Papá –dije-,
está muy bien tener un nuevo amigo en el barrio. Intentaba llamar su atención,
intentaba decirle que Claudio Garcia ya no era mi enemigo. Pero papá solo
sonreía y asentía con la cabeza. Debía de pensar que yo estaba fingiendo.
Papá puso
tres platos en la mesa, uno al lado del otro, con grandes trozos de pastel y
enormes bolas de helado. Me dio uno a mí y otro a Claudio.
-¡Mmmm! –dijo
Claudio -,mi padre nunca hace pasteles así.
En ese
momento sentí pánico. ¡No quería que Claudio comiera pastel para enemigos! ¡Era
mi amigo! ¡No podía permitir que lo comiera!
-¡Claudio,
no comas! ¡Es malo! ¡Creo que lleva veneno o algo así!
El tenedor
de Claudio se paró antes de llegar a su boca. Frunció las cejas y me miró con
aire extraño. Me sentí aliviado. La había salvado la vida. Era un héroe.
-Si es tan
malo –preguntó Claudio-¿Por qué tu padre ya se ha comida la mitad? Volví a
mirar a mi papá. No cabía duda, ¡estaba comiendo el pastel para enemigos!
-Buenísimo –farfulló
con la boca llena. Fue todo lo que dijo. Yo estaba allí sentado, mirando como
ambos se zampaban el pastel. Papá se reía. Claudio comía con alegría. ¡Y no
pasaba nada! Parecía bastante seguro, así que probé un poquito. ¡El pastel para
enemigos era delicioso!
Después del
postre, Claudio volvió a su casa en bici, pero antes de irse me invitó a jugar en la cama elástica a la mañana
siguiente. Me dijo que me enseñaría a hacer volteretas.
Comentarios
Publicar un comentario