La liebre y la tortuga - Esopo

En una apartada aldea, dónde únicamente vivían animales había una lenta tortuga, que por otra parte no dejaba de trabajar.
A fuerza de constancia y horas se había fabricado una casita coquetona que era la envidia de la burlona Liebre, la cual estaba muy ufana y engreída de su ligereza.
La muy fastidiosa se burlaba de aquella infeliz cuando trabajaba en su huerta y hasta por las noches tocaba la trompeta para no dejarla dormir. Y todavía, la pobre y lenta Tortuga tenía que sufrir sus empellones cuando iba a la escuela, porque hasta sacaba tiempo para aprender.
-¡Je...Je...!Que pena me das, tan lenta y tonta. Aprende de mi, que llego la primera a todas partes...
En la aldea todos tomaban muy a mal aquellas burlas, pues la tortuguita  era generalmente querida por su bondad.
-¿No te da vergüenza?-le afeó Osito-. Ella hace lo que puede por mejorar su cultura y tú no.
Podías aprender, Liebre.
La liebre se quedaba tan fresca. Un día, quizás imprudentemente, la tortuga, harta, dijo a la liebre.
-Yo me esfuerzo lo que puedo para ser más rápida.
Y si quieres, te lo demostraré compitiendo contigo en una carrera.
A la burlona primero le dio un ataque de risa y luego aceptó. Todos los vecinos acudieron a presenciar el espectáculo, cuya meta estaba en un árbol situado a doscientos metros. El encargado del pistoletazo de salida fue el Perro y todos, todos apostaron por la Liebre y se lamentaron por la Tortuguita.
La liebre salió como una flecha y la tortuga, sudando la gota gorda, pero sin parar nunca, se rezagaba más y más.
-¡En buen lío te has metido!- Le dijo el Oso granjero-. Lista vas como no corras más, amiga
Sí, aquella competición amenazaba con la derrota de tortuga, que tenía que dar veinticinco pasos por cada uno de su rival.
Pero ella, sin desanimarse, no se concedía reposo. Carecía de rapidez, pero tenía amor propio y tesón.
-¡Aligera, potosina..!
-¡Corre ya de una vez...!
Estos gritos no desanimaban a la tortuga, que ya no veía más que el polvo que su enemiga dejaba tras de sí.
Y sucedió que la jactanciosa fue a pasar por el campo de zanahorias del perro hortelano y la boca se le hizo agua, porque eran las mejores del lugar.
Se detuvo en seco y exclamó relamiéndose:
-¡Cielos! Esto no me lo pierdo yo. ¡Que se fastidie el dueño de las zanahorias!
Y en cuanto a la tonta que viene atrás, no existe el menor peligro, porque en un par de saltos estaré en la meta. A la pobre, ni siquiera se la ve....
La buena ardilla animó a la esforzada corredora:
¡Sigue! No te des por vencida jamás....¡Ánimo, amiga!
La pobrecilla ni se dio cuenta de que la liebre con el peso del manjar en la panza dormía ricamente a un lado del camino. Cómo máquina lenta, pero segura avanzaba más y más...Y de pronto con el griterío estridente de la multitud, la durmiente despertó alarmada.
¡Truenos! ¡Esa tonta está llegando a la meta....!
¡Bah, en un par de saltos la sobrepasaré!
Y se lanzó hacia delante como un huracán, pero demasiado tarde, comprendió que su gula y pereza unidas iban a jugarle una mala pasada.
¡Cuánta alegría reinaba en torno....!
-¡Viva la triunfadora!-gritaba la alborotada multitud.
La tortuga, con la copa del triunfo en las manos, era paseada en hombros.
La liebre avergonzada, lloró.
Sin embargo la tortuguita le alargó su mano amistosa y con la lección bien aprendida, nunca más la liebre se burló.

Moraleja: con constancia se consigue cualquier objetivo.



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