La mano mala –Alberto Melis
Había una
vez un principito que tenía una mano buena y una mano mala. La mano buena sólo
hacía cosas buenas, como caricias, chasquear los dedos y rascarse la cabeza.
Pero la mala…¡Ay! Se pasaba el día haciendo travesuras de todo tipo.
<<¿Quién
se ha llevado la mermelada?>>, preguntaba la Reina.
<<¡Yo
no!>>, respondió el principito. <<¡Ha sido ella, mi mano
mala!>>.
<<¿Quién
ha roto el tiesto de los geranios?>>, preguntaba el jardinero.
<<¡Yo
no!>>, respondió el principito. <<¡Ha sido ella, mi mano
mala!>>.
<<¿Quién
ha hecho llorar a la princesita?>>, preguntaba el Rey.
<<¡Vaya
lata! ¡Que yo no he sido!>>, respondía el principito. <<¡Ha sido
esa malandrina de mi mano mala , que le ha dado un pellizco!>>.
El Rey y la
Reina estaban tan preocupados por aquella mano mala del principito, que
hicieron venir al palacio a cien caballeros.
<<¡Id
por todo el Reino, y no volváis hasta que hayáis encontrado una nueva mano para
el principito, una mano buena y educada, por favor!>>, les dijeron.
Los
caballeros partieron al galope, pero ninguno de ellos consiguió encontrar lo
que buscaba.
Entonces, el
Rey y la Reina hicieron venir a cien magos y a tres hadas madrinas.
<<¡Id
por todo el Reino, y no volváis hasta que hayáis encontrado una mano buena y
educada!>>, les dijeron.
Los magos y
las hadas partieron enseguida, unos montados en una alfombra voladora, otros en
una oca amaestrada, pero tampoco ellos lograron encontrar lo que andaban
buscando.
<<¡Pobres
de nosotros!>>, se lamentaron el Rey y la Reina, mientras la mano mala
del príncipe seguía armándolas gordas y de todos los colores.
<<¿Y
ahora, ¿qué podemos hacer?>>.
Por suerte,
aquel mismo día pasó por aquel lugar un campesino muy sabio que, cuando se
enteró de lo que estaba pasando, le dio al Rey un buen consejo.
De
inmediato, el Rey llamó al principito y le ordenó que metiera en el bolsillo la
mano mala y que no la dejara salir hasta que hubiera decidido volverse buena.
¿Y sabéis que sucedió?
Pues que la
mano mala se aburrió tanto de estar siempre dentro del bolsillo, siempre tan
sola y sin hacer nada de nada, que, al cabo de pocos días, se convirtió en la
mano más amable y educada de todo el Reino.
<<¡Uf,
menos mal!>>, suspiraron aliviados el Rey y la Reina.
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