La tarta de hielo –Alberto Melis



Hace mucho, mucho tiempo, el Rey de los gnomos decidió ir a visitar al Rey de los gigantes. Hizo una tarta de cerezas para llevársela y llamó a la puerta de su casa. Pero el Rey de los gigantes estaba aquel día de muy mal humor, pero que de muy mal humor, y dijo a sus sirvientes: <<¡Uf!, no tengo ganas de verlo, ¡que no entre! ¡Decidle que me he ido al Polo Norte a pescar bacalaos!>>.
El pobre Rey de los gnomos se sintió tan contrariado, que decidió seguir al Rey de los gigantes hasta el Polo Norte para darle aquella tarta de cerezas tan rica que le había preparado. De modo que se montó en su asno y, tocotoc, tocotoc, trotando, trotando, llegó hasta el Polo Norte, donde se encontró con un zorro que estaba tiritando de frío y que estaba más delgado que una anchoa.

<<Por casualidad ¿no habrás visto pasar por aquí al Rey de los gigantes?>>, le preguntó el Rey de los gnomos.
<<No. Por aquí no ha pasado ningún Rey de los gigantes>>, respondió el zorro. <<Pero, ¿qué es ese olorcillo tan bueno que me está llegando?>>.
<<Es una tarta de cerezas>>, le explicó el Rey de los gnomos.
<<Por favor, ¿podrías darme un pedacito, uno pequeñito? Es que tengo mucha hambre>>. Al Rey de los gnomos le dio tanta pena aquel zorro tan delgado y con tanto frío que le dio un trocito de tarta.
<<¡Ummm, qué rica está! ¿Podrías darme otro pedacito? ¡Tengo tanta hambre! ¡Por favor…!>>

E insistió una y otra vez, hasta que, al final, sólo quedaron unas migajas de la tarta.
<<¡Muchas gracias!>>, exclamó el zorro. Y tras pronunciar una o dos palabras mágicas, se convirtió en un anciano muy alto con unas barbas muy largas y blancas.
<<¿Quién eres?>>, le preguntó el Rey de los gnomos al anciano.
<<¡Soy el Mago del Hielo! Y, puesto que me has ayudado sin saber quién era, te voy a hacer un gran regalo>>, y, mientras estaba diciendo esto, puso en las manos del Rey de los gnomos una tarta hecha sólo de hielo, y desapareció. El Rey de los gnomos volvió a su casa, preparó una suculenta cena y, después, se le ocurrió echar un vistazo a aquel extraño regalo.

¡Oh! ¡Qué maravilla! ,exclamó.  ¿Sabéis por qué?  ¡Pues porque la tarta de hielo se había convertido en una tarta de oro puro, resplandeciente como un pedacito de sol!
Cuando el Rey de los gigantes se enteró de la suerte que había tenido el Rey de los gnomos, pensó entonces en ir él también al Polo Norte. Preparó una tarta de cerezas, montó en su gigantesco caballo y, tocotoc, tocotoc, trotando, trotando, llegó hasta el Polo Norte, donde se encontró con un oso pelado, muerto de frío y más delgado que una anchoa.
<<Por casualidad ¿no habrás visto pasar por aquí al Rey de los gigantes?>>, le preguntó el Rey de los gnomos. 

<<No. Por aquí no ha pasado ningún Rey de los gigantes>>, respondió el zorro. <<Pero, ¿qué es ese olorcillo tan bueno que me está llegando?>>.
<<Es una tarta de cerezas>>, le explicó el Rey de los gnomos.
<<Por favor, ¿podrías darme un pedacito, uno pequeñito? Es que tengo mucha hambre>>.
<<¡Ni hablar, oso asqueroso!, respondió el Rey de los gigantes. Esta tarta es para el Mago del Hielo, que, en señal de agradecimiento, me regalará una tarta de oro.

Así que, ¡quédate con tu hambre para ti solo!
<<¡Muchas gracias!<<, exclamó el viejo oso. Y tras pronunciar una o dos palabras mágicas, se convirtió en un anciano muy alto con unas barbas muy largas y blancas.

<<¡Yo soy el Mago del Hielo!>>,dijo.
<<¡Ay, ay, ay!>>, susurró el Rey de los gigantes. <<¡Me parece que esta vez he metido bien la pata!>>. Pero ya era demasiado tarde para disculparse.
¡Porque el Mago del Hielo había desaparecido y el Rey de los gigantes tuvo que volverse a casa de muy mal humor, pero que de muy mal humor, y además, sin tarta de oro, ni siquiera un trocito!



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