Mariana y el gigante –Alberto Melis



Había una vez una princesa llamada Mariana que quería convertirse en caballero.  Pero el rey, su padre, no quería oír hablar de ello.
<<¡Nunca se había visto que una princesa se convierta en caballero!>>, decía refunfuñando. <<¡Y menos una princesa de trenzas rubias!>>.

Entonces, Mariana decidió que haría lo siguiente: de día se comportaría como una princesa: pero por las noches, cuando todos estuvieran convencidos de que estaba durmiendo, aprendería a escondidas a montar a caballo y a manejar la espada, como un verdadero caballero.
¡Y fue una auténtica suerte! Porque un mal día llegó al Reino un Gigante burlón que tenía la mala costumbre de gastar bromitas pesadas. Y entre todas las bromitas, la que más le gustaba era ésta: se quitaba la cabeza del cuello, la ponía encima de la mesa de la cocina y, en lugar de la cabeza, se ponía una inmensa calabaza.; entonces iba por ahí asustando a la gente. 

<<¡No podemos enfrentarnos con ese Gigante!>>, dijeron los caballeros del Rey. <<¡Nos da mucho miedo!>>.
Entonces Mariana cogió su espada, montó a caballo y fue a buscar al Gigante, que estaba dormido sobre la hierba y que había dejado su cabeza por allí cerca.
<<¡Ahora te voy a gastar yo una buena bromita!>>, dijo. Antes de que el Gigante pudiera darse cuenta, le cogió la cabeza, la llevó a un sembrado de calabazas y esperó a que se despertara.
<<¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?>>, preguntó la cabeza del Gigante. Y se asustó tanto aquella cabeza, tan sola en medio de un sembrado de calabazas, que si hubiera tenido piernas, habría salido huyendo veloz como el viento, os lo aseguro.

<<Pero, ¡mira! ¡Una calabaza habla!>>, dijo Mariana, haciendo como que acababa de llegar en ese instante.
<<¡Yo no soy una calabaza!>>, lloriqueó el Gigante. <<¿Acaso crees que una calabaza iba a tener boca para hablar? Solo soy…una pobre cabeza!>>.
<<¡Si fueras realmente una cabeza estarías unida al cuello de alguien!>>, objetó Mariana.
<<Esto es lo que voy a hacer: te voy a cocinar para la cena y te voy a comer junto con un repollo>>.

La cabeza del Gigante, de puro miedo, se puso tan verde como un repollo. Después se echó a llorar y juró solemnemente que, desde aquel día, se quedaría siempre unida a su cuello y que ya no asustaría a nadie más. 

De este modo, Mariana llevó de nuevo la cabeza al lugar dónde la había encontrado y aquel Gigante burlón se convirtió, finalmente, en un Gigante con la cabeza en su sitio. El Rey, por su parte, al instante nombró a Mariana Primer Caballero del Reino.
¡Y mientras vivió, siempre quiso tener a su lado al caballero de las trenzas rubias!

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