Galletas chinas – Antonio Skármeta
Si ustedes
no saben que la mayoría de los panaderos
en Chile son mapuches, no importa.
Tampoco los
chilenos lo saben. Yo no soy panadero. Apenas inspector de Sanidad y cliente de
la panadería “La mariposa blanca”.
Allí
trabajan Pedro Collihuinca, natural de
Lebu, al sur de Chile, su esposa Alfreda Salas, y el hijo de ambos, de sólo
ocho años, Daniel Collihuinca Salas.
Este último
es el personaje central de mi cuento. Mejor dicho, de mi informe, porque yo no soy nadie para intentar
robarle una pluma a la literatura.
El niño
Collihuinca va de lunes a viernes a la escuela primaria, según obliga en Chile
el Ministerio de Educación, y los sábados y domingos se levanta y ayuda a sus padres en la confección del
pan.
Amasa la
harina con entusiasmo, y aunque mis lectores más puristas condenan el trabajo
infantil, les pido en este caso comprensión porque los padres Collihuinca no
obligan a su hijo a trabajar, sino que satisfacen un profundo anhelo del niño.
Daniel es
hábil en la elaboración de toda clase de panes y un gran experto en la
terminación de marraquetas, el pan más popular de mi país, que algunos chilenos
optimistas comparan con la baguette francesa.
La familia
Collihuinca lleva dos años en la panadería y Jorge Flores Venegas, su
propietario, de origen andaluz, cerca de Año Nuevo les comunica que la ventas
han subido un treinta por cierto en diciembre, y que para celebrar este récord,
invitará a los tres Collihuinca y a la cajera Rocío Villegas, a cenar a un
restaurante de la Plaza Brasil llamado “Los Chinos Pobres”.
Para la
ocasión, el matrimonio mapuche viste sus modestas galas domingueras, y anudan
en la blanca camisa del joven Collihuinca una vistosa corbata azul con lunares
verdes.
De buen
ánimo, todos suben a la camioneta del propietario: la cajera Villegas y doña
Alfreda Salas en la cabina, mientras que el panadero y el jovencito viajan en
la parte descubierta, con las piernas extendidas, agradecidos de la brisa
nocturna, y ávidos por descubrir aerolitos cruzando el cielo.
El dueño de
la panadería ejerce magnánimo su papel de anfitrión y le explica a sus
invitados mapuches –quienes por primera vez van a un restaurante chino- que lo
usual es que cada uno pida un plato y lo comparta con los otros.
-Todos
picotean de todo y con todos –aclara.
Se pide
costillar cantonés, pato cinco sabores, bistec mongoliano, corvina fuyón,
shopsui de verduras y camarones arrebozados.
La
abundancia, el ritual chino, la aventura de usar palitos en vez de tenedores,
aumenta la alegría del grupo y devoran los platos con avidez e impericia.
Debajo de un
sonriente Buda de metal, Daniel Collihuinca entiende muy bien el discurso del
propietario que agradece al personal el tesón con que han trabajado y suma su
sonrisa a la de sus padres cuando el dueño les regala una imagen ad hoc: “Ustedes son la levadura del negocio”
De postre
llegan gigantescas copas de vidrio rellenas con helado, crema, macedonia de
frutas, todo dispuesto con un baño de chocolate caliente.
Y a la hora
del café, o del té jazmín, se le reparte a cada comensal un dulce envuelto en
celofán, junto con las instrucciones de que deben partir su masa crujiente, y
sacar de ella un papelito donde la sabiduría china les adivinará la suerte o
les propondrá un enigma o un refrán para enfrentar el futuro.
La camarera
sonríe coqueta y dice que son chinese
cookies.
El mensaje
que encuentra Alfreda Salas le hace ruborizarse y enciende las carcajadas de
todos: “Boda a la vista”.
Alfreda sale
del paso con una sonrisa cautelosa, que se transforma en franca risotada cuando
consigue la aprobación de su marido con la siguiente frase:
“No creo que
tropiece dos veces con la misma piedra”.
Superado
este incidente, el pequeño Daniel toma su mensaje y se aboca a su propia rueda
de la fortuna: “Serás un empresario”.
No conoce
muy bien el significado de “empresario”. Le pregunta a la señora Villegas,
quien lo ilustra diciéndole que será una persona con muchísima imaginación y
capacidad comercial, y le augura que amasará (sonríe ante la oportunidad
involuntaria de este verbo) una fortuna.
Al abandonar
el local, Daniel recoge los papelitos chinos que han quedado sobre el
mantel y los hunde en el fondo de
un bolsillo.
Una vez en
casa, los estudia y piensa sobre su contenido: “Juega lotería terminación 5”,
“Más vale ser agua que cántaro”, “Ríe y llora al mismo tiempo”, “La nube es
rápida, pero más veloz es el viento”.
A las cinco
de la mañana ha de levantarse para amasar el pan dominical. Se duerme con la
sonrisa del Buda en los párpados y la imagen de la cabeza de Cristo cayendo
sobre el pecho en la cruz que cuelga sobre la pared.
A las diez
de la mañana debuto yo como personaje secundario de este cuento “La Mariposa
Blanca”. Aparezco debido a la denuncia de una vecina que ha encontrado
enigmáticos papeluchos terroristas en el
momento que abría su marraqueta para untarla con mantequilla.
Ha llamado a
mi teléfono móvil de emergencias, y yo debo presentarme, pues podríamos
encontrarnos frente a una infracción que condujera a la clausura temporal del
establecimiento.
Oídas todas
las razones de la vecina afectada, y los descargos de la familia Collihuinca, a
quienes apoyan el señor Flores y la cajera Villegas, determino en mi calidad de
Fiscal Sanitario del barrio, que no se ha violado ninguna regla de higiene,
pues el producto que la vecina ha adquirido no ha sido una marraqueta
propiamente dicha, sino una variante nueva del arte a la repostería que e llama
chilean cookies.
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