Cuentos de primavera: La primavera durmiente -Carles Cano
Era una
mañana de marzo, tan clara, y soleada que parecía que estuviéramos estrenando
mundo.
Empezaron a
llegar las golondrinas con sus inconfundibles sonidos y sus vuelos acrobáticos.
Recordé el mismo día del año anterior y le pregunté al jardinero.
-Pompeyo,
¿las golondrinas siempre llegan el mismo dia?
-Siempre.
Bueno, menos una vez que la primavera se durmió.
-¿Y cómo fue eso?
-Pues verás…
Cuando decía
ese “pues verás…”con aquel tono tan particular, yo sabía que iba a contar una historia
y, efectivamente, empezó a contarla:
“Hacía ya
días que era primavera. Bueno, en realidad era primavera en el calendario,
porque en el bosque, en el campo y en
las ciudades, el invierno seguía campando a sus anchas. Los árboles continuaban
pelados como bolas de billar, y en la tierra no se veía ni una florecilla, ni
un triste brote de hierba, aunque el sol ya había derretido la nieve.
-¿Dónde
estará la primavera? –preguntaban desolados todos los animales que habían
pasado el invierno acurrucados en sus madrigueras. Ahora que habían despertado,
necesitaban recuperar fuerzas, pero no encontraban comida por ningún lado.
-¿Dónde está
la primavera? –se preguntaban los niños, cansados de ir al colegio con abrigos
y bufandas, y con ganas de jugar en el recreo sin temor a la lluvia y al
viento.
-¿Has visto
al hada Primavera? –preguntó preocupado el sol al suave viento del Este.
-No, pero
creo que sé dónde está. Ven conmigo –le dijo el viento al sol.
Volaron por
encima de las copas de los árboles desnudos hasta llegar el rincón más apartado
del bosque. Allí se encontraba la casita de troncos del hada de la Primavera.
Se asomaron por la ventana del dormitorio y, efectivamente, allí estaba. Bueno,
debía de estar, porque se veía un bulto bajo catorce mantas, seis edredones y
de las colchas.
-No podemos
continuar así, esperando. Hay que despertar a esa perezosa –dijo el sol.
-Sí, pero
¿cómo lo haremos? –preguntó el viento.
-Pues…no sé.
Déjame que piense un poco, a ver si a esta cabezota caliente se le ocurre algo
brillante…¡Ajá!, ya lo tengo. Mira, tú soplas un poquito y levantas las mantas
y yo le haré cosquillas en el pie con uno de mis rayos; ¿qué te parece?
-Perfecto.
Es una idea luminosa.
Así lo
hicieron y lograron despertarla.
-¡Hummm, qué
bien he dormido –exclamó el hada desperezándose; pero, en cuanto vio la fecha y
miró por la ventana, se puso a gritar enloquecida:
-¡Madre mia,
madre mia! ¡Por todas las hadas y las brujas juntas! ¡Esta vez sí que me la
cargo!
Recogió de
un manotazo todas sus varitas de colores y, sin peinarse siquiera ni quitarse
las legañas, salió volando a toda velocidad.
-¡Lo siento,
lo siento!, me gusta ver crecer vuestros brotes y hojitas, pero o hay tiempo –les
dijo a los árboles, y en un instante los llenó de hojas con su varita verde.
Hizo lo mismo con las praderas, que pasaron de tener un color marrón ceniciento
a mostrar un verde esplendoroso. Luego, con su varita roja, hizo brotar
amapolas por todos los trigales y los bordes de los caminos.
A
continuación, con la amarilla, la azul, la violeta y la naranja, al mismo
tiempo llenó de flores los campos. Dibujó unos paisajes que el mundo parecía
una postal.
En cuanto
acabó su tarea en el campo y los bosques, se dedicó a la ciudad.
Con su
varita transparente de sentimientos hizo que los niños se sintieran más alegres
y que a los mayores se pusieran los ojillos tiernos. Tuvo que repartir también una
buena ración de granos en las caras de los adolescentes con su varita
verrugosa. Era la época. Y marcar el camino con su varita de fuegos
artificiales a las golondrinas, que llegaron en tropel.
Así, pues,
en un día hizo el trabajo que normalmente le costaba dos o tres semanas.
Cuando, bien entrada la noche, se retiró a su rincón del bosque, y cayó rendida
en el sofá y se tuvo que dar friegas en la mano, pues tenía destrozada de tanto
manejar las varitas.
Al día
siguiente, los animales del bosque y los habitantes de la ciudad encontraron
que todo, absolutamente todo, había cambiado: colores, sonidos y perfumes
inundaban los campos y los parques, los bosques y las calles de la ciudad. El
mundo entero se levantó más alegre aquella mañana y, cuando el Gran Señor del
Mundo pasó la revista y vio que cada cosa estaba en su sitio, la felicitó.
-Muy bien,
Primavera –le dijo-. Ya veo que llevas tu trabajo al día.
¡Ufff! Se había
librado por los pelos de una buena reprimenda.
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