Cuentos para todo el año – Introducción - Carles Cano



Introducción:

Mi abuela es bibliotecaria y se llama Aurora. Podría llamarse Celinda, Beatriz o Reinalda, pero se llama Aurora. Me han contado que mi bisabuelo decía que la llamaron asi porque nació con la luz del día y ése era un nombre que le sentaba bien. Creo que sabe tantas historias como cabellos blancos tiene en la cabeza.

¡Qué suerte!, pensaréis. Pero estáis muy equivocados si creéis que todos los días me cuenta cuentos, ¡qué más quisiera yo! 


Mi abuela vive muy lejos y sólo puedo ir a verla una vez cada mes y medio.

Además, siempre que voy está ocupadísima preparando conferencias sobre dragones , hadas y brujas o contestando montones de cartas que le envían.

Pero siempre encuentra un buen puñado de los mejores libros ilustrados de su biblioteca.

Lo que más me gusta de su casa es que tiene un jardín muy bonito, lleno de plantas y gatos. Ella dice que los gatos no son nadie y que saben buscarse la vida solos, pero, por si acaso, todos los días les cocina platos y platos de comida a los que viven allí y a los que van de camino. 


Así están ellos de lustrosos. El jardín me encanta porque me puedo revolcar por la hierba con papá, buscar bichitos con mamá o hablar con Pompeyo, el jardinero.

Mi abuela, que es un poco bromista; dice que el jardinero tiene nombre de músico. ¡Pom-Pom-Pom-Pom-Peeee-Yoooo!, grita mi abuela moviendo las manos como si tocara el trombón.

Eso, claro, cuando él no puede oírla, porque, cada vez que hablan, discuten sobre si ha podado poco o mucho los árboles, si ha abonados las tierra tarde o temprano, o si eso que ella llama los floripondios en realidad es un hibiscus.


La abuela dice que siempre viene cuando estamos nosotros, como si nos oliese; ella piensa que es porque le gusta hablar conmigo.

Cuando dice eso me hincho como un globo y me quedo quieta, porque creo que, si intentara salir de la habitación, me quedaría encajada en el marco de la puerta y habría que llamar a los bomberos para que me desencajasen.

La verdad es que el que una persona mayor y sabia como él venga a verme y a hablar conmigo me hace muy feliz. 


Pompeyo adivina el tiempo con sólo mirar el cielo, conoce el nombre de los viento y sabe un montón de refranes, trabalenguas y cuentos, casi todos relacionados con la tierra, las estaciones, los animales o las plantas.

Cada vez que vamos me cuenta uno, y sólo uno, porque dice que así los saboreo mejor y no se me mezclan en la cabeza. Son cuentos cortitos y suaves como una brisa de verano o un beso de luna. Son un tesoro, mi tesoro. Mi padre dice que los tesoros son más valiosos si uno es capaz de compartirlos; por eso me gustaría compartirlo contigo.

Ahí van ocho cuentos del tesoro de este año, repartidos en cuatro estaciones.





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