El estanque de los patos pobres -Fina Casalderrey (Primera parte)



1-Desde mi ventana
Cuando se va a hacer de noche, el Sol se  marcha y se esconde mucho tiempo detrás de las casa más altas de mi pueblo. Camina a oscuras. Da una vuelta muy grande y, por la mañana, que es cuando llama a la puerta el panadero, aparece por la habitación que va a ser la de Pablo.

Desde mi  ventana puedo ver cómo se va alejando poquito a poco. Algunas veces juega conmigo. Se esconde. Yo me subo a una butaca y lo encuentro otra vez. Vuelve a desaparecer y yo me pongo encima de la mesilla de noche y lo veo. Está escondido más abajo. Después se cansa y se marcha hasta el día siguiente. Algunos días yo  también me canso. Me acuesto y me duermo.

Otros días aguanto mucho, hasta que se hace muy de noche, y me quedo a esperarla. Es una cosa que no puedo decirle a nadie porque es un secreto. Está en el cielo, justo encima de mi ventana. Entonces, como sé que ella está allí, le cuento  muchas cosas:

-¡Hola! ¿Estás bien? ¿Te has dado cuenta de cómo  ha crecido Pablito? ¿A que es un cochino meón?

Como eché una moneda en el estanque de los patos pobres, que también se llama “pozo de los deseos”, ahora ha aparecido una cosa en el cielo que tenía que haber aparecido antes, pero yo no la podía ver porque había muchas nubes.

En el corazón se guardan secretos. Yo tengo un corazón muy grande. El abuelo me lo dijo muchas veces, pero aun así tengo miedo de que no me quepa el secreto más secretísimo que tengo. Es muy grande. Me gustaría poder contárselo a Tino: total, me voy a casar con él. Aunque por ahora no puedo, porque todavía es pequeño. Tiene que crecer por lo menos hasta la nevera, que me lo explicó mamá. El abuelo me dijo que aún tiene que comer mucho caldo, pero como a él no le gusta el caldo, no sé.

Después de casarnos tenemos que dormir juntos en la misma habitación, como hacen sus padres. Yo no quiero como papá y mamá porque ella duerme aquí y papá, en Alemania, o en Bruselas, o en Madrid, o en otro sitio. Trabaja en un trabajo.

Cuando viene, unas veces me trae regalos y otras veces trae barba. Después mamá le pide que se la quite, que eso es afeitarse, y papá se afeita.

Cuando Tino está en mi dormitorio, él también verá la…¡Bueno!, que verá la cosa esa.

Tengo otro abuelo que todavía tiene abuela. Ése es el abuelo Rafael y vive muy lejos, muy lejos. Por lo menos a veinte kilómetros, o a cien, no sé.

Yo quiero más abuelo-abuelo. La abuela Luisa es una besucona y me llena la cara de saliva, y después me da asco. Además, solamente les da dinero a mis primos. Yo también soy mayor y a mí no me lo da.

Si me preguntan a quién quiero más tengo que contestar “a todos”, porque así es como hay que responder. Me lo enseñó mamá. Pero cuando sé que sólo me escucha él, le digo la verdad:

-Abuelo, te quiero más que a nadie.

Y veo cómo el abuelo se ríe mucho y cómo enseña el hueco de un diente que le cayó, y también una mancha negra que tiene en otro diente.

El abuelo tiene el pelo muy bonito. Es del color de las nubes blancas y está muy limpio. Tiene las manos grandes porque es muy fuerte. También tiene unas gafas mágicas que le hacen crecer los ojos, que se le ponen grandes, muy grandes. Yo  tengo muchas fotos del abuelo.

 2-La casa nueva es guay
Estoy muy contenta, muy contenta. La casa nueva es guay.

Está cerca del súper donde mamá compra las casas. Se llama Edificio Verd. Bloque 3-6ºD.

Si salgo sola a la calle, me canso mucho, porque no me dejan ir en el ascensor y tengo que bajar muchísimas escaleras.

Después como estoy tan cansada, ya no me apetece el bocadillo y se lo tengo que dar en trocitos pequeños a los patos del estanque que hay en la alameda. Son pobres y tienen que estar siempre allí.

Hay gente que les echa monedas y no pide deseos. No cierran los ojos, no son turistas ni nada.

Tino, que es mi novio pero aún es pequeño para casarse conmigo, me dijo que esas monedas son para comprarles comida a los patos. Se lo contó su padre, que trabaja en el Ayuntamiento y sabe bastante. Mi padre sabe más porque puede vivir en muchos sitios. Algunas veces mamá me encuentra en la calle y me interroga, que eso es hacerme preguntas:

-¿Te has comido el bocadillo?

-Sí, todo enterito.

Yo me agarro la nariz hasta que me duele. Aprieto fuerte fuerte con la mano para que no me crezca. Una vez, un niño que se llamaba Pinocho dijo mentiras y la nariz le creció tanto que no podía darse le vuelta en su habitación. Me lo contó mi abuelo, y yo no quiero que me pase eso en mi dormitorio nuevo.

El abuelo sabe muchas cosas. Es listísimo, por eso es sabio. Lo sabe todo. Antes yo me meaba en la cama y él me enseñó un truco. Tengo que tirar la leche por el vertedero, sin que mamá me vea, cuando no tengo ganas de beberla por la noche.

Ahora casi no se me escapa. El abuelo también sabe inventar historias bonitas de cosas que no pasan de verdad. Algunas dan mucho miedo. Son de lobos malos que entrar por la puerta de un horno. Después tengo miedo. Un día me contó una historia y me fui a dormir con él a su habitación. Dominga, que limpia nuestra casa, me decía que el abuelo me iba a contagiar la vejez, pero yo no le hice caso.

Otras veces yo también asusto al abuelo. Me acerco por su espalda y le hago un “uuuh” muy fuerte.

-Te voy a colgar de una viga –me dice en broma.

Hay una cosa que me da mucha rabia, pero el abuelo no tiene la culpa. Es mamá, que a veces dice cosas que no me gustan nada:

-Por culpa de Noema no podemos irnos de vacaciones. Tiene un problema y no sé cuando lo solucionará definitivamente.

“Definitivamente” quiere decir para siempre, que bien que lo sé yo, y eso es una barbaridad.

Los mayores también mean. Por eso hacen los váteres tan altos y tan grandes. Yo antes, para poder sentarme, tenía que agarrarme con las manos y dar un salto. Un día me caí dentro y me mojé el culo y eso da mucho asco.

Desde la ventana de mi dormitorio se ven los tejados de otras casas, las terrazas y las antenas de televisión, que son unos alambres muy gordos, como los de las parrillas para asar sardinas en el monte. Pero no son para eso porque están muy altos y, si las sardinas se cayesen al suelo, podrían mancharse y luego nadie las querría. También se ven las ventanas de la iglesia, que tienen unos cristales muy raros y muy bonitos. Por fuera son feos y sucios, pero por dentro tienen dibujos de muchos colores.

Si me asomo a mirar desde la ventana de la cocina, no veo los otros tejados, ni la calle, ni los coches, ni el Sol, ni nada. Solamente hay ropa tendida. Alguna no es nuestra.

En la terraza del edificio de enfrente hay una señora que se pone a tomar el sol toda desnuda. Y se le ven unas cosas que solamente tienen las mujeres y las novias mayores y que se les puede llamar tetas y también domingas. Lo que pasa es que Dominga, la que trabaja en nuestra casa, no quiere que las llamen así, pero es la verdad, que me lo dijo Tino.

Un día que Tino estaba en nuestra casa, esa señora estaba así y le tiramos muchos garbanzos y después nos escondimos. Cuando le íbamos a tirar otra vez, ya no estaba. Y nos reímos mucho mucho porque algunas veces miraba para otros sitios y a nosotros no nos veía.

3- La aldea del abuelo
Bastante lejos, el abuelo tiene una casa. Está algo vieja, no es muy bonita. Allí vivió el abuelo mucho tiempo, mucho tiempo.

Cuando era pequeño, iba a una escuela que me enseñó  a mi. Esa escuela tiene los cristales todos rotos, pero antes no los tenía. Ahora ya no hay profesores ni nada. Antes había queso y leche que daban en el recreo. Tenían que cantar una canción que a mi me parece muy divertida porque había que estar con el brazo estirado.

Pero el abuelo ya hacía mucho que había salido de la escuela y no tenía que cantarla. Nosotros en clase también cantamos canciones y a veces movemos los brazos y bailamos y todo, que eso es aeróbic.

El abuelo, cuando vivía en la casa de la aldea, hacía algunas cochinadas: tapaba la puerta del horno, que tenía pan dentro, con caca de vaca, que se llamaba boñiga. ¡Qué asco!

Un día que fui con el abuelo a la aldea y es que también vinieron Tini y Pili Canosa, nos dijo:

-¿Queréis que os cuente algunas travesuras que hice de niño?

-¡¡Siiii!!- gritamos todos.

-Pues en una ocasión hice una cosa que no se puede hacer. Como mi padre era cazador, yo le cogí la escopeta, la cargué y quise probar mi puntería. Le disparé a una oveja y la maté.

-¡Qué malo, abuelo! –le dije enfadada.

-Aquel día tuve un disgusto muy grande. Yo no me imaginaba que la iba a matar. Creía que era imposible. Esa noche dormí en la paja del cobertizo por miedo al cinturón de mi padre.

-¿Qué tenía el cinturón? –preguntó Tino antes que yo.

-El cinturón…,¡nada! Pero mi padre lo cogía y me pegaba con él en el trasero.

Todos nos reímos porque ya sabíamos que el trasero era el culo del abuelo. El lugar donde está la casa del abuelo se llama aldea porque tiene el cielo mucho más grande. Aún no sé si en aquel cielo también se puede ver mi secreto. En la aldea hay muchos árboles, un río, gallinas, vacas, y señoras que hacen quesos. Y después mamá se los compra. La aldea es el sitio donde viven los perros y los gatos y donde se juntan los pájaros por el verano y hacen allí, en los árboles y en los tejados, los nidos, que son sus casas.

Mamá siempre me dice que en los pisos no se debe tener perros, que se ponen muy tristes cuando quieren mear y no hay nadie en casa que pueda sacarlos a la calle. Eso es mentira. Un señor que vive en el Edificio Verde 4ºA tiene un perrito, y algunas veces pasa a mi lado y yo le hablo:

-¡Hola, Pancho!

Que se llama Pancho, y mucho el rabo de lado a lado, y viene conmigo y me salta a la barriga. Y eso es porque está contento. Un día le dije al señor Pepe, que es el papá de Pancho:

-Pancho se va a poner triste y enfermo porque no tiene váter.

-Sí que lo tiene. ¿Quieres verlo?

Yo le dije que sí y entré en su piso. En el balcón, que es igualito al nuestro, tenía un montón de periódicos, de ésos que Dominga pone en el portal de fuera cuando llueve y después mi madre la riñe.

En un rincón, al otro lado del balcón, había unas cuantas hojas de periódico y llegó Pancho y levantó la patita y se meó allí. ¡Era su váter! Y meaba cuando quería. Tenía muchos juguetes. Y no está nada triste. Mamá cuenta muchas mentiras, pero como es amiga de don Manuel, nuestro cura, no importa porque se las perdona más rápido.

4- La historia de mi nombre
¡Ah! Ya no me acordaba de decirlo, me llamo Noema Afonso. A mi también me gustaba Pili Canosa, como mi mejor amiga. Es tan amiga, tan amiga, que casi es mi prima.

-¿Por qué no me pusisteis Pili Canosa?- les pregunté un día a mis padres.

-No pudo ser porque ése no es nuestro apellido- me explicó papá.

Seguro que si se lo pidiese a Pili Canosa me lo prestaría. Es muy buena. También me da un trozo de chocolate en el recreo y yo le doy a ella unas pocas cerezas. Pili Canosa tiene muchísima suerte; sus papás tienen una tienda en la que hay un montón de cosas estupendas: chicle, nubes, pipas, chocolatinas, regalices, huevos de chocolate y muchas cosas más. Y ella puede comerlas todas si quiere.

Tino también es mi mejor amigo. Me presta las ceras nuevas y le da atadas a Ramiro cuando me estropea alguna hoja del cuaderno o cuando me quiere pegar porque no le doy cerezas.

Me llamo Noema porque cuando iba a nacer, que era cuando estaba en la barriga de mamá esperando, mi padre encontró mi nombre en un libro gordísimo que se llama Biblia. Yo ya sé leer y papá me enseñó el sitio donde está escrito y lo aprendí de memoria. Es así: “Noema, nieta de Matusael”…y ya está. La señora de la farmacia me dijo que Noema había sido una judía muy famosa, yo no lo sé.

Ésta es la historia de mi nombre. Bueno, es una parte de la historia de mi nombre. De los apellidos no sé nada porque mis padres se marean.

-¿Cuál es la historia de Afonso?

Se lo pregunté a papá y a mamá y los dos me contestaron lo mismo:

-¡No me marees!

Y yo no quiero que mis padres se mareen. Es muy malo. Yo me mareé en la excursión del cole. Y eso es vomitar y que te duela mucho la barriga. Y da mucho asco porque las amigas y los amigos se escapan de ti y dicen que huele muy mal. Y puedes mancharte las zapatillas nuevas y todo.

Yo tengo el pelo largo. Es del mismo color que las botas para el frío, que son de color castaño como las castañas que se comen sin cáscara. Soy muy fuerte porque cuando mamá me peina, me tira muchísimo del pelo y yo nunca lloro ni nada.

Cuando me peina papá hago “ay, ay”, pero muy bajito. Después me miro al espejo y me veo toda despeluchada. Entonces sí que lloro.

-No llores, es un peinado de último grito –dice papá. Pero eso es una bobada porque algunas veces aprieto muy fuerte los labios, no grito nada de nada y aún así quedo toda despeluchada. Yo también sé peinarme sola y ya está.

Hasta hace poco tiempo en mi casa éramos todos mayores. No había cuna ni biberones ni cosas de bebé. Tampoco había bebé. Ahora sí que hay y mis padres tuvieron que traer de la aldea la cuna para Pablo, que es un bebé. No sabe hablar. Yo lo quiero bastante. Cuando me ve, mueve mucho los brazos para arriba y para abajo.

Y yo le tengo que dar un beso enseguida para que deje de moverlos. No quiero que vuele porque se puede hacer daño. Mamá un día me lo dijo:

-Este niño va a echar a volar de tanto mover los brazos.

El día uno de septiembre es mi cumpleaños, pero todavía falta mucho para la fiesta porque hace poco que pasó y después hay que esperar muchos días, muchos días.

5- El mejor pirata
Mi abuelo me enseña muchísimos juegos nuevos porque él lo sabe todo, por eso es sabio. Hasta sabe hacer magia y adivinar las cosas que van a pasar. Por ejemplo así:

-¿Sabes, Noema? Mañana va a llover y no podremos ir a la aldea. Esta maldita rodilla…

Mi abuelo se toca la rodilla, y segurísimo que al día siguiente llueve.

A mí no me gusta mucho que llueva porque así no se puede ir a buscar grillos a la aldea. Yo sé cómo se cazan. Hay que meter una paja en su casa, que es un agujero que hay en el pomar. El pomar es un sitio donde hay muchos árboles que no son pinos. Le haces muchas cosquillas con la pajita, el grillo sale para afuera y ya está.

El abuelo lo coge. Yo siento algunas cosquillas en la barriga cuando me lo pone en la mano, y tengo que cerrar fuerte los ojos y respirar muy deprisa para que se pasen.

Luego se mete el grillo en una caja de zapatos que tenga muchas ventanitas para que pueda respirar. El abuelo sabe cuál es la hierba que hay que darles para comer. Se llama serradela.

Cuando el Sol de la aldea se va por detrás de Castro de Mirobre, mamá viene a buscarnos en el coche y soltamos todos los grillos en el pomar. Otro día volvemos y les hacemos más cosquillas para poder cogerlos otra vez. Mi abuelo dice que es como jugar con ellos al escondite.

A veces el abuelo me hace cosquillas a mí, y yo, para que pare, tengo que avisarle:

-¡Para, abuelo! Que yo no soy un grillo.

Pero él no me hace caso y me da un abrazo. Y me pica un poco con las barbas. Y me dice:

-Ya te cacé, grillito mío.

Pero es mentira. Yo soy Noema Afonso. Cuando llueve, al volver del colegio jugamos a las cartas. No son cartas como las que trae el cartero, que hay que abrirlas. Y que unas se tiran y otras no. Son otras que se llaman baraja y no tienen letras, sólo tienen muchos dibujos de colores.

Algunas veces gana el abuelo porque es un poco tramposo. Y yo me aburro. Entonces jugamos a las peluquerías. Yo soy la peluquera y el abuelo tiene que estar sentado en una butaca. Pone los codos sobre la mesa.

Yo coloco otra silla detrás de él y me subo para peinarlo mejor. No le tiro nada y él cierra los ojos y se queda dormido. No está muerto ni nada porque ronca mucho y mueve los labios. A ratos abre los ojos, me mira y vuelve a cerrarlos.  Cuando apoya la cabeza en los brazos, yo paro de peinarlo. Un día que no había mesa se cayó de frente y nos asustamos todos. Y después nos reímos. A mamá también le gusta que la peine, pero yo no quiero. Se echa en el sofá de la sala de la tele y así no le puedo hacer peinados chulis.

De mayor voy a ser peluquera para ganar mucho dinero. Así puedo comprar todos los juguetes que quiera mi abuelo. De pequeño no tenía. Y cuando vuelva, se los regalo. Ya verá.

-Abuelo, ¿los Reyes Magos no pasaban por tu aldea o es que tú eras malo? –le pregunté una vez.

-A lo mejor no era muy bueno, no –me dijo-. Sólo recuerdo que una vez los Reyes me trajeron pomada para los ojos. Algunas veces no le entiendo mucho, pero no importa. A lo mejor es porque el abuelo hace muchos años fue pirata, que me lo contó él.

-Recorrí las mareas del mundo entero y fui el mejor de los piratas.

-¡Los piratas no existen! –le grité.

-¿Cómo que no? Y entonces,¿ de qué crees tú que es la mancha negra que tengo en este diente?

-¡De no lavártelo! –grité para hacerle rabiar un poco; así me cuenta más cosas.

-¡Eso es totalmente falso! –pero no estaba enfadado ni nada -. Vas a aprender algo. Para ser un buen pirata hay que tener un parche negro que te tape un ojo, un garfio en vez de mano y una pata de palo. ¡Bueno!, y también un jersey de rayas y un pañuelo en la cabeza, pero esto no es tan importante.

-¿Lo ves, mentiroso? Por eso tu no eres pirata –le grité fuerte -. Además, los piratas son malos porque siempre se están peleando.

-Calla, Noema, y deja que te cuente.

Yo era el más valiente de todos los piratas. Ni hacía guerras pero, eso sí,sabía encontrar todos los tesoros ocultos. Entonces me nombraron Pirata Mayor. Por eso pude pedir un deseo de pirata al señor de los Océanos, el mago de todos los magos.

-¿Y qué le pediste?

-Le pedí que me permitiese prescindir de mis atributos, es decir, del parche, del garfio y de la pata de palo. Pero como quería que todos supieran que seguía siendo pirata, me concedió cambiar el parche por una mancha negra en un diente, el garfio por unos dedos un poco torcidos y…

-¡Mamá dijo que eso es por el reúma!

-¡No le hagas caso! ¡Escucha! Y la pata de palo la cambié por una rodilla sin líquido de frenos, que me hace cojear aún más que si tuviera pata de palo. ¿No ves que yo no puedo correr?

El abuelo me dijo que era un secreto y yo lo guardé en el sitio de los secretos, en el corazón. Ahora no se lo puedo contar a nadie. Me enfadé mucho cuando papá y mamá dijeron:

-¡Pobre! Cada día cojea más y tiene los dedos más torcidos. Poco le queda ya en este mundo. Yo quería gritarles: “Es porque es el mejor de los piratas, ¡tontos!¡Tiene que andar así!” Pero no podía. Se lo había prometido al abuelo. Yo sé bien que él es muy fuerte y que no le va a pasar nada malo.

6- Yo sé qué es votar
Un día las mayores tuvieron que ir al colegio. No era para leer, ni escribir, ni cantar, ni cosas de ésas. Era para votar, que eso es llegar allí, donde están mamá y otros señores sentados, y echar una carta dentro de una caja grande de cristal y ya está.

Ese día el abuelo fue muy guapo a votar. Primero se puso una toda arrugada y un pantalón de rayas muy feo. Y yo le dije:

-¡Abuelo, quiero que te pongas guapo! Así pareces Ramón el Canto.

Ramón el Canto es un señor que también tiene una historia de su nombre. Vive en la aldea del abuelo y lleva una ropa muy fea y el pelo muy sucio. La nariz la tiene colorada. Siempre canta muy mal. Todo el mundo se ríe de él y le llaman “borracho”, que eso es beber mucho vino y cosas así y después no tiene memoria.

Muchas veces se cae y se golpea la cabeza con un canto, que es una piedra redonda y durísima. Cuando bebe tanto, tampoco puede ver el camino ni nada. Yo sólo bebí vino una vez y fue sin que lo supieran papá y mamá. El abuelo quiso que lo probara. Mamá no me deja porque beber vino es pecado.  Ella algunas veces lo bebe pero no importa. Después don Manuel se lo perdona, que es su amigo.

Aquel día yo le ayudé al abuelo a escoger la ropa. Abrimos el armario de su habitación y…

-Coge la camisa…¡azul!, y el pantalón…el pantalón..¡gris!

El abuelo me hizo caso y se puso muy guapo. No se parecía nada de  nada a Ramón el Canto. Yo se lo dije para hacerle rabiar, nada más. Se echó colonia y yo le di un beso muy fuerte. Olía muy bien.

-¿Verdad que aún no te vas a morir, abuelo?

-Algún día tendrá que ser, ¿no?

-Vale, pero tienes que esperar a que yo sea abuela y así me puedo casar contigo  y después nos vamos los dos juntos al cielo. Si me caso con Tino, a lo mejor tengo que esperar mucho, no sé. El abuelo se puso un poco triste y yo también me puse triste, pero como fuimos a votar, se nos pasó.

-¿Para qué se vota? –le pregunté.

-¿Para qué se vota? –el abuelo se rascó la cabeza para pensarlo mejor-. Votar es algo así como el mando a distancia del televisor. De esta manera, en vez de que todos veamos la película que quiere el que tiene el mando en la mano, vemos la película que quiere la mayoría de la gente. Cuando estábamos cenando les pregunté a todos qué querían ver en la tele. Yo le di al mando y funcionó como siempre. No entendí bien al abuelo. A lo mejor es por eso de ser pirata.

7- Al ratoncito Pérez no se le puede hacer trampas
Una vez el abuelo estaba mirando para adentro, que es cuando me pongo delante de él y no me ve. A mí me parecía que estaba triste y pensé que podía ser porque es un poco viejo y a lo mejor tiene miedo a morirse. Los mayores muy mayores tienen que morirse porque es así como tiene que ser. Y eso es cuando desaparecen todos los dientes de la boca. Me lo dijo Pili Canosa, que es muy lista. La profe ya sabe que es muy lista y un día la riñó por eso:

-Pili Canosa, ¡no seas tan lista!

A lo mejor tenía miedo de que supiera más que ella y la adelantara.

Para que el abuelo no estuviera triste, hablé con él.

-¿Sabes, abuelo? Tú todavía no eres muy viejo porque te faltan pocos dientes – le enseñé mi boca-. ¿Ves? A mi también  me faltan dos.

-A ti te volverán a nacer, hormiguita, pero a mí ya no.

-¡No me llames hormiguita, que ya soy mayor! ¿Dónde tienes los que se te han caído?

-¡Uf! –el abuelo no se acordaba -. Eso lo sabrá el dentista.

-¿No los pusiste debajo de la almohada?

-¿De la almohada? ¡Ah, no! Se me olvidó.

Claro, al abuelo no le nacían los dientes porque no se había acordado de meterlos debajo de la almohada para que viniera el Ratoncito Pérez, que trae cosas y hace que te nazcan los dientes nuevos.

-Abuelo, cuando se me caiga otro diente, te lo presto para que te traiga regalos.

-Pero no trae dientes –me dijo él.

-No sé –pensé-, a lo mejor si le escribiéramos una carta…¿Por qué me nacen a mí y a ti no?

-Porque yo soy viejo.

Yo no quiero ser una vieja sin dientes, que entonces no puedes comer gominolas ni nada. Me voy a tener que casar solamente con Tino. Bueno, no importa, así los dos podemos ver mi secreto desde mi habitación. Es guay. Sólo hay que esperar a que el Sol se canse de jugar y se marche a oscuras.

Un día se me cayó otro diente y me acordé de prestárselo al abuelo. Como no sabía si él se acordaría de ponerlo debajo de la almohada, me encargué yo. También escribí una carta, que yo ya sé escribir. Bueno, me ayudó Pili Canosa. No es una carta de las de jugar ni eso. Es de las de poner allí un recado o algo así. Y yo puse:



Ratoncito Pérez, no quiero juguetes, ni dinero, ni golosinas. Sólo qiuero que me nazca en la boca un diente nuevo.

Yo soy el abuelo.

Adiós.

A la mañana siguiente me levanté tan temprano que el sol aún no había llegado al espejo de mi habitación. Me acordé del diente y fui a la habitación del abuelo sin ponerme zapatillas ni nada. No quería que se enterase mamá. Papá no lo iba a saber porque estaba otra vez muy lejos, que su trabajo es dormir muy lejos. Al llegar al cuarto del abuelo, lo llamé muy bajito, pero no me contestó. Sólo dio un suspiro muy grande, más grande que los otros. Entonces, como no podía encender la luz, fui a buscar la linterna que ganamos los dos en una fiesta grande. Estaba en mi habitación. Cuando llegué, lo volví a llamar.

-Abuelo, ¿estás despierto?

Nada.

Me subí muy despacio a la cama, que es altísima, y me puse de rodillas junto a su boca. Encendí la linterna y le separé los labios. Me acordé del lobo de Caperucita Roja y tuve un poquito de miedo. Después se me pasó, porque era la boca del abuelo. Él seguía con los ojos cerrados. ¡Y no había ningún diente nuevo!

Al momento miré debajo de su almohada y…¡la carta y el diente habían desaparecido!  A lo mejor es que no se puede hacer trampas. El abuelo se despertó y abrió los ojos. Me dio tantos besos que casi me agujerea la cara. Y tenía los ojos mojados. Yo tenía miedo de que fueran lágrimas por hacerle daño en la boca y también le di muchos besos, y como estábamos solos le dije:

-Abuelito, te quiero más que a nadie.

8- La pesca en el río
El verano es cuando no hay que ponerse las botas para el frío, y se venden muchos helados, y papá no trabaja en el trabajo y duerme con mamá, y no hay que ir al cole…

Antes, en el verano íbamos mucho a la playa. Papá se sentaba con un periódico debajo de la sombrilla y mamá se tumbaba al sol en una toalla y daba vueltas. Algunas veces leía, otras no, porque se cansaba.

-Te vas a asar –le decía papá.

Mamá se enfadaba y ponía una cara muy fea. Le aparecían muchas arrugas en la frente y no quería jugar conmigo a las palas. Un día lloré porque creía que se estaba asando de verdad  y no quiero que se ase. Papá tampoco quería jugar conmigo a las palas. Decía que yo no sé, pero es mentira. Duro más de quince, y eso es muchísimo.

Tengo muchas ganas de que Pablo crezca para que juegue conmigo. Cuando mamá no mira ,le mojo el chupete en aguardiente amarillo. El aguardiente amarillo es una cosa que sale de las uvas cuando ya no son uvas, me lo explicó el abuelo. Pablo chupa mucho porque así crece más deprisa, que a él también le apetece jugar. Después se duerme muy contento.

Este truco me lo enseñó mi amiga Pili Canosa, que es muy lista. A ella también se lo hicieron y por eso es más alta que yo y en seguida cumple los años. Ya tiene dos más que yo.

Este año no fuimos a la playa porque Pablo iba a nacer, que estaba en la barriga de mamá. Y si nacía mientras mamá se estaba bañando, se podía ahogar. Lo más seguro es que todavía  no supiera nadar, que lo dijo papá.

A mí no me importa nada no ir a la playa. Así voy con el abuelo a la aldea. Como allí hay un río que es del abuelo, pescamos. Para pescar hay que tener una caña de pescar que tiene un hilo muy largo que se llama sedal. Y tiene un anzuelo, que es un gancho parecido a los dedos del abuelo, que son garfios de pirata. También hay que tener una silla para que el abuelo pueda sentarse y la rodilla de pirata tenga liquidos de frenos.

Un día pesqué. Yo, cuando pesco, pesco. Y me puse muy contenta. EL corazón me hacía “pum, pum, pum” muy fuerte. Tenía miedo de que se me cayera el pez al agua, pero nada. ¡Fue guay!

Para pescar hay que tener unos bichos asquerosos que son gusanos y que parecen serpientes enanas. A mí me dan muchísimo asco y me los engancha el abuelo en el anzuelo torcido, que es así, y ya está.

Hace muchísimos años, un amigo del abuelo que se llama el Moreno, se escondía dentro del río y le enganchaba unos peces que se llaman salmones a un señor muy importante. Era muy importante porque mandaba mucho en toda España, creo que se llamaba Francisco o algo así; pero no era muy listo porque creía que sabía pescar y era mentira. Los peces se los enganchaba en el anzuelo el Moreno, que es muy amigo de mi abuelo. Cuando estaba ese señor, primero hubo una guerra y el abuelo me dijo que eso es una cosa muy mala porque hay mucha miseria. Yo no sé qué es la miseria, pero seguro que es alfo que no sirve para divertirse; si no, sería buena. Puede que sea una cosa muy sucia, muy sucia, porque algunas veces, Ramón el Canto, cuando está borracho, dice:

-¡Puerca miseria!

A mí me parece que las guerras no son tan malas. Cuando Pili Canosa y Tino vienen con nosotros a la casa de la aldea, jugamos en el pomar a la guerra de las manzanas. No vale tirarlas a la cara. Sólo al suelo. El lado que tenga más manzanas no gana ni nada. El abuelo no nos deja jugar.

-¡No sacudáis los manzanos! Después os voy a sacudir yo el culo. Entonces dejamos de jugar con las manzanas y jugamos al balón.

-Debajo de los árboles no, que vais a tirar la fruta. Como ya no es una guerra divertida, no jugamos más.

9- El túnel de la mora
Cerca del río pasa el tren. No va por el agua porque no es un barco. Va por un puente que hay que llamar vía del tren. Allí hay piedras y tablas y unos hierros larguísimos que siguen y siguen y nunca se acaban.

El abuelo y yo hacíamos competiciones desde la vía. Él tiene mucha fuerza y lanzaba piedras a un remolino del río, que es un sirio con redondeles grandes de agua que dentro tienen otros más pequeños.

-No volváis a ir a la vía. Es peligroso y no quiero disgustos –nos riñó mamá. Los disgustos son agujas venenosas que se clavan en el corazón. Me lo dijo el abuelo, que lo sabe todo. Y yo no quiero tener disgustos, aunque, la verdad, en el río lo pasamos pipa. A mí solamente se me clavó la espina de una zarza en una pierna, pero creo que eso no vale para ser un disgusto. Un día pasó el tren cuando estábamos en el puente. El abuelo no podía correr por su rodilla de pirata. Entonces nos agarramos muy fuerte a la barandilla, cerramos los ojos y esperamos a que pasara el tren. Y no nos pasó nada de nada.

Cerca de allí el tren desaparece por un agujero al que hay que llamar túnel porque es un túnel. Algunas veces, en vez de desaparecer, aparece, y es todavía más emocionante.

El abuelo conoce otros túneles que no son del tren, con de los moros y de las moras. Sabe que en un sitio que es muy alto y muy grande, así como un monte, y que se llama Castro de Mirobre, hay un túnel que atraviesa todo el  monte de lado a lado. Tiene dos puertas. Allí vive una señora mora que es muy guapa. Un día, un brujo con poderes, como el que le concedió al abuelo el deseo de ser pirata, pues un día la convirtió en una serpiente. Ése era un castigo muy grande. Y cuando llega la noche de San Juan, que se llama así porque hay que hacer una hoguera muy alta en la plaza y después asar sardinas, ella aparece convertida otra vez en una señora mora y se peina. Está esperando un novio que le dé nueve besos. Así se le  pasará el hechizo para siempre y nunca más será serpiente. Pero como todos los chicos le tienen miedo, no se le acercan.

A mí Tino un día me dio nueve besos grandes para que nunca me convierta en serpiente. En el túnel, la mora tiene muchos tesoros, que son coronas de oro y monedas de oro y cosas así. También tiene una casa y allí respira, si no se moriría. Es una casa muy bonita y ella está contenta porque canta, que yo la oí cantar algunas veces cuando el abuelo me llevó allí, al monte.

A una vecina del abuelo que tiene un nombre muy …, un poco pecado (la del culo grande), pero no sé cuál es la historia de su nombre, bueno, pues a esa señora le pasó una cosa muy rara. Tenía una cabra pequeñita que nunca quería comer, nunca quería comer. Pero no estaba delgada. Y crecía igual. Y se puso  muy bonita. Un día desapareció del establo y nunca más la encontraron. El abuelo dice que está en el túnel de la mora, que la estaba criando para ella. ¿A que es una historia guay?

10- El niño de Pascua
Cuando llego del cole, casi siempre voy al balcón a merendar. El balcón de Pancho es su váter, pero el mío no. Dominga, que es una mujer que manda mucho en mi casa cuando no está mamá, pues Dominga no me deja comer dentro. A veces el abuelo viene conmigo y jugamos a fijarnos en la gente que pasa por la calle. ¡Es guay! Si yo digo, por ejemplo:

-Aquella señora que va con un niño le dio dos chupadas al helado y después lo chupó el niño.

El abuelo, sin pensar nada de nada, si no vale, tiene que responder rápido:

-¡Cochina!

Y si el abuelo dice:

-Aquel conductor del coche blanco se ha pasado el semáforo en rojo.

Yo también tengo que decir muy rápido y sin pensar:

-¡Animal!

Una vez, esperamos a que Dominga se marchara a su casa, que es en otro sitio y fuimos corriendo a la sala de la tele. Y allí comimos chocolate. ¡Hala, que se chinche!

A mí el chocolate me gusta muchísimo, pero no puedo comérmelo todo. No quiero convertirme en una niña de Pascua, como le pasó a un amigo del abuelo hace mucho tiempo, que el abuelo me lo contó así:

-Escucha, Noema: Hugo era un chavalín muy amigo mío, que sólo se alimentaba de chocolate. Cierto día se dio cuenta de que su piel estaba cambiando de color. Cada vez era más oscuro. Él estaba muy contento porque así se encontraba más guapo, y cada día comía  más chocolate. En una ocasión, incluso acabó con todas las existencias de chocolate que había en la aldea y dejó sin nada al resto del pueblo.

 Yo estaba muy atenta a esta historia porque a mí el chocolate me gusta tanto como a Hugo. Y el abuelo continuó hablando:

-Un día su perro fue, como siempre, a darle unos lametones. Así era como él le hacía caricias. Empezó a lamer la rodilla de Hugo y no paraba. No paró hasta que le hizo un agujero muy grande. A Hugo no le dolió, pero se asustó mucho porque se dio cuenta de que se había convertido en un niño de chocolate.

El abuelo paró un momento y comió un trocito de chocolate. Primero me ofreció a mi, pero yo no quise, yo sólo quería saber cómo acababa aquella historia verdadera.

-¡Ay, abuelo! ¡Sigue, sigue! ¿Qué pasó?

-Sus padres lo llevaron al médico de la aldea, pero no se curaba. Después lo llevaron a otro médico, y a otro, y a otro.

Y recorrieron todos los médicos del país y sus alrededores. Su perro tenía que estar siempre atado porque, como lo quería tanto, podía comérselo  a lametones.

-¡Qué divertido, abuelo! ¡Parece un cuento!

-Cállate, hormiguita, y presta atención –me dijo el abuelo-. Finalmente, un doctor muy famoso le recetó siente días de estancia en el escaparate de unos grandes almacenes.

-¿Cómo? – porque yo no entendía.

-Sí, lo que estás oyendo. Tuvo que estar siete días rodeado de huevos de chocolate, casitas de chocolate, tortas de chocolate, helados de chocolate y bombones. Era la época de Pascua, que es cuando las madrinas y los padrinos nos traían regalos. Y él no podía  caer en la tentación de comer nada de todo aquello. La gente pasaba y comentaba: “¡Mira, un niño de Pascua!”.

-¿Y se curó, abuelo?

-Sí, se curó, pero no pudo volver a probar el chocolate.

Así que yo prefiero comer un poquito cada día. No quiero ser una niña de Pascua porque no sé cómo se las arreglaría Hugo en esos días que pasó en el escaparate para comer, para orinar, para dormir y todo eso. Tampoco quiero ser gorda, que después no puedo bailar en los pies del abuelo cuando él vuelva.

11- El abuelo es un campeón
Lo que más, lo que más me gusta es ir con el abuelo al pabellón.

El pabellón es el sitio al que van las personas mayores a  hacer gimnasia, y también hacen muchas tonterías, que yo los vi. Además, van otras personas, que se llaman deportistas y eso.

Casi todos los señores y las señoras hacen gimnasia muy mal. Se les cae la pelota de las rodillas y andan igual que los monos del zoo que hay en Vigo. Pero no están comiendo cacahuetes ni nada.

El abuelo, como es más listo, sabe llegar con las manos al suelo. Yo también sé. Hay señoras que no saben levantarse solas y tiene que ayudarlas la profe. Yo también tengo una profe de gimnasia, que es muy buena y muy divertida. Nos deja solos en el patio y lo pasamos muy bien. A veces tengo que ir corriendo a buscarle un periódico, de ésos que sirven para ser el váter de Pancho. Y eso es hacer gimnasia, que la profe me lo dijo.

Y después, mientras ella lee, que hay personas que leen el periódico, mi papá también; mientras tanto, nosotros le tiramos piedras a un castaño que está en el patio. No es para pelearnos con el castaño ni nada. Él no pega. Es para que se caigan las castañas, que son de color castaño y se comen sin cáscara. Nacen dentro de una pelota redonda que tiene muchos pinchos. Es su barriga de nacer. Y se llama erizo.

Lo que pasa es que a veces también caen muchas piedras y eso es peligroso.  Puedes hacerte un corte en la cabeza. Y hay cortes que te pueden matar aunque no seas viejo. Algunos cortes se llaman cortes de digestión.

La profe del año pasado era muy aburrida. Nos enseñaba juegos y, cuando los sabíamos, ya no jugábamos más. Y quería que lleváramos las zapatillas de deporte en una bolsa, aunque fueran nuevas. Como iban guardadas allí, no te las podían ver las amigas de las otras clases ni nada.

Mi abuelo es un campeón. Ser campeón es tener una copa que no sirve para beber porque brilla. Está dentro de un armario que tiene cristales y se puede ver. Para ser campeón también vale tener dos medallas, que mi abuelo las tiene.

Yo sé bailar muy bien. El abuelo me enseñó de una manera guay guay. Me agarro a él y me subo encima de sus zapatos.

Un brazo hay que tenerlo estirado, con nuestras manos juntas. Algunas veces él da unos pasos tan grandes que se me escapa el pie, pero no pasa nada. Me subo otra vez. A mamá, cuando nos ve bailar, le brillan mucho los ojos, que eso es emocionarse.

Bailar también es hacer gimnasia, que yo lo  sé. Y sirve para que las señoras gordas y los señores con barriga se pongan muy guapos.

Mamá y papá ya son muy guapos, por eso no hacen gimnasia. Pelear también es hacer gimnasia. Y yo hago mucha cuando voy a la cama del abuelo y me cuenta cuentos de miedo. Y después tengo que agarrarme a él y me pica con las barbas y nos peleamos.

12- El abuelo se meó en los pantalones
Un día el abuelo estaba sentado en una butaca que puso mamá en el balcón y que se llama “butaca del abuelo”. Hacía ya muchos días que no me iba a buscar al cole. Yo me acerqué a él por detrás muy despacito, muy despacito, y le di un sustazo, que eso es un susto muy grande.

-¡¡Uuuuuuh!!

Pero ese día no  me amenazó, que es decir mentiras muy divertidas como  eso de “te voy a colgar de una viga” y cosas así.

Yo sabía que estaba triste porque los labios le caían para abajo por los lados y yo se los puse para arriba con las manos, pero se le volvían a caer.

-¡Abuelo, no seas malo! ¡Ríete ya! ¡No quiero que estés así!

Y pasó una cosa muy rara, muy rara.

El abuelo se meó en los pantalones y todo. Y eso que él sabe el truco de tirar la leche por el vertedero. Y tenía los ojos llenos de lágrimas. Y yo le pregunté:

-¿Estás emocionado, abuelito?

Y lo miré, pero él no decía nada. Y no sabía mi nombre. Y no hablaba bien. Levantaba la mano y abría la boca, pero no decía nada.

-¡Abuelo, háblame! –le grité, por si se había quedado sordo.

Pero no dijo nada. Mamá todavía no había llegado del banco. Trabaja en un banco que no es de los de sentarse. El banco de mamá es otro. En ese banco se guarda mucho dinero. Y no es todo de mamá. Me lo dijo ella, aunque a lo mejor es una mentira para no comprarme una bicicleta nueva, porque algunas veces miente. Como don Manuel es su amigo, le perdona todas las mentiras. Lo sé porque mamá tiene la nariz pequeña. Es muy guapa.

Dominga ya se había ido a su casa y yo me asusté mucho. Y le cogí miedo al abuelo, porque no parecía el abuelo. Como tenía los ojos muy raros, un poco blancos, y no hablaba, pensé que se podía estar convirtiendo en un hombre lobo. Los hombres lobo no hablan y dan mucho miedo. Y me escapé a mi habitación. Y cerré la puerta. Y lloré mucho. Y llegó mamá y fui corriendo a decírselo:

-¡Mamá, mamá! El abuelo se ha  meado en los pantalones, y no habla, y está triste y  da miedo y…

Mamá soltó la cartera negra, que es negra como la mancha de pirata del diente del abuelo. Y fue corriendo al balcón.

-Papá, ¿qué te pasa?

Mamá le llama “papá” porque el abuelo es su papá, que eso es lo normal. A veces también le llama “abuelo”, pero no es su abuelo.

Al ver así al abuelo, mamá se puso como loca y le empezó a dar bofetadas en la cara. Y no paraba.

-¿Por qué le pegas? –grité llorando.

Pero mamá no me oía, y siguió así hasta que se fue a llamar por teléfono. Y apareció un coche guay que daba un poco de miedo. Todos los señores llevaban batas blancas. Era una ambulancia. Los coches de la policía son más bonitos porque tienen luces azules. A mamá también le dan miedo. Cuando va conduciendo y  ve un coche de ésos, frena en seguida y dice:

-¡Ay, la poli! A cincuenta.

El abuelo y mi mamá se marcharon en la ambulancia y yo me quedé en casa de Pancho, que es un perro muy juguetón, muy juguetón.

Al día siguiente, mamá y el abuelo volvieron a casa.

-¿Abuelo, ya puedes hablar? –le pregunté, por si todavía no podía.

-Pues claro que puedo hablar, hormiguita.

El abuelo me llamó “hormiguita” y entonces yo supe que ya estaba bien.

Mamá parecía un poco nerviosa y llamó  a papá, que estaba en su trabajo muy lejos, y le dijo:

-Dijeron que fue una trombosis. Se recuperó enseguida pero hay algo que no marcha bien en su corazón.

No sé lo que es una trombosis, pero debe de ser algo bastante malo.

A lo mejor es un pecado, o puede que sea un disgusto tan grande que no le quepa en el corazón, por eso mamá quiere que se le marche, para que le desaparezca. No sé.



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