El rey Midas –Juan Kruz Igerabide


Dionisos se presentó de improviso, con todo su séquito de juerguistas, en el reino de Midas.
El rey Midas organizó de inmediato unas fiestas fastuosas y tiró la casa por la ventana para agasajar a Dionisos, pero gastó demasiado oro y estaba apurado. Con los días se fue obsesionando por el oro.
Sin embargo, no por eso dejó de agasajar a Dionisos.

El dios, cuando llegó la hora de marcharse a otra parte a correr juergas con sus seguidores, habló a Midas:
-Amigo Midas: has sido anfitrión sin par. Pídeme lo que quieras y te lo concederé.
-Me gustaría que todo lo que tocara se convirtiese en oro.
-Concedido. Sea como tú pides.

Dionisos abandonó el reino bailando y cantando.
Cuando Midas se quedó solo, comenzó a palparlo todo, loco de alegría. Tocó una ramita y esta se convirtió en oro.
Agarró un pedrusco y se convirtió en oro. Rozó una fruta y se convirtió en oro. Abrió una puerta y se convirtió en oro. Se lavó las manos y el agua era de oro.

Le trajeron los criados una suculenta comida y también se convirtió en oro al tocarla.
Se dio cuenta de que no podría comer, de que tendría que vivir como un inválido, pues se vio obligado a que le dieran de comer y de beber a la boca.

Entonces se sintió desgraciado y arrepentido de haber sido tan ambicioso. Elevó sus brazos al cielo y rogó a Dionisos que le quitase el don que le había dado.
Y Dionisos respondió:
-Corre hasta la fuente de un río que encontrarás a medio día de distancia y purifícate en él.
 Corrió Midas hasta el río y se bañó en la fuente. Al salir tocó una piedra y esta no se convirtió en oro.
-Gracias, Dionisos.

Regresó contento a su palacio, y vivió feliz. Pero no espabiló del todo. Cierto día, oyó que se iba a celebrar una sonada competición musical entre Apolo y Marsias.

Midas era amigo de Marsias y corrió a apoyarlo. Mientras tocaba  Apolo, Midas hacía gestos, como diciendo: <<ha fallado una nota>>, << ha perdido el ritmo>> y cosas así.
Apolo, de reojo, le lanzaba miradas furibundas.

Acabada la competición, Midas susurró a las Musas que Marsias había tocado mejor. Apolo que lo oyó de lejos, se acercó y le tocó las orejas.
-Mira que oído más fino tiene este Midas.

Las orejas de Midas se convirtieron en orejas de burro, y Apolo y las musas se rieron de él.
Midas huyó precipitadamente con las manos en las orejas, para que nadie se las viera, y regresó avergonzado a sus tierras. No entró en su palacio hasta que se hizo de noche, para que nadie descubriera su secreto.

Permaneció varios meses encerrado en su habitación. Le pasaban la comida por una portezuela que hizo abrir en la puerta de su cuarto.
Al cabo de los meses, le creció una tupida melena, que le tapó generosamente las orejas de burro.
Entonces, decidió salir de la habitación y atender las tareas que su cargo requería.
Pero tenía una preocupación. Algún día tendría que cortarse el pelo; no iba a dejar que creciera sin parar hasta tocar el suelo.



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