El último trabajo de Heracles- Juan Kruz Igerabide
Euristeo
sabía que solo le quedaba un trabajo por ordenar a Heracles, y luego este ya no
le obedecería más. Quiso asegurarse un poderoso guardián y le ordenó:
-Tráeme al
Can Cerbero, el perro que guarda las puertas del infierno. -¿Pero sabes cómo se
pondrá Hades, el rey del Tártaro?
-Te lo
ordeno.
Heracles no
podía negarse.
Descendió al
Tártaro y el barquero Caronte lo pasó al otro lado del río del infierno, temblando
de miedo.
Eso le costaría al barquero un año de castigo,
encadenado a la puerta del infierno, por orden de Hades. Heracles quería llevar
a cabo su último trabajo con todas las de la ley.
Así que
entró en el Tártaro y se presentó ante Hades.
-Hades:
quiero llevarme al Can Cerbero.
Hades no se
lo impidió.
-Tuyo es, si
logras vencerlo a mano desnuda.
Heracles
corrió hacia el perro de tres cabezas y se las estrujó entre ambas manos.
Cerbero
levantó la cola para pincharlo con su aguijón, pero no pudo traspasar la piel
de león que cubría a Heracles.
El héroe
arrastró al perro por todo el infierno y lo sacó a la superficie.
Heracles
siguió arrastrando al perro hasta el palacio de Euristeo y lo ató con fuertes
cadenas para que no se escapara. El rey, satisfecho, ofreció a Heracles carne
asada envenenada para que el forzudo perdiera su fuerza; una vez debilitado,
planeaba arrojarlo al Can Cerbero para que lo destrozara.
Heracles,
nada más oler la carne asada, reconoció el veneno.
-¿Así me
pagas, miserable, después de haber cumplido con mis doce trabajos? –gritó
Heracles y le echó el plato a la cara.
Acto
seguido, agarró a Euristeo y lo arrastró hasta el Can Cerbero.
-¡Te ordeno
que me sueltes! –gritaba Euristeo.
-Ya no tengo
por qué obedecerte.
Dejó a
Euristeo al alcance del perro y se marchó de la ciudad.
Llegó a
Tebas y se casó con una hermosísima mujer.
-¡Qué túnica
más bonita tienes! –dijo a Heracles -. Te queda un poco grande. Te la
arreglaré.
La mujer
arregló la túnica y se la llevó a un río amigo, para que la embrujara. Con
aquella túnica, Heracles quedaría siempre a su merced.
Pero el río
odiaba a Heracles y en lugar de embrujar la túnica la envenenó.
Cuando
Heracles se la puso, comenzó a picarle todo el cuerpo, como si tuviera fuego en
la piel.
Dando
alaridos, se tiró de cabeza al agua, pero no sirvió de nada.
Zeus, desde
el cielo, lanzó unos rayos, para acabar con el sufrimiento de su secreto hijo y
al cabo de un rato Heracles no era más que un montón de cenizas.
Zeus se
llevó consigo las cenizas al olimpo y se las entregó a su mujer Hera.
-Haz algo
con ellas.
Hera apretó
las cenizas contra su vientre. Así renació Heracles y fue de nuevo hijo
adoptivo de Hera.
Zeus lo
colocó de portero en el olimpo para que abriera las puertas a los dioses que
entraban y salían a atender sus asuntos en la tierra y en el cielo.
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