Heracles e Hidra- Juan Kruz Igerabide
Euristeo
llamó a Heracles y le ordenó un segundo trabajo:
-Un terrible
monstruo está asolando nuestras tierras. Se llama Hidra. Suele descansar bajo
un platanero a la orilla de siete fuentes y luego se refugia en una cueva y
nada por un lago de gran profundidad. Se alimenta de los incautos que se
acercan al lado o a la cueva. Los devora de un bocado.
-¿Y qué
aspecto tiene? –preguntó Heracles.
-Tiene
cuerpo de perro, con nueve cabezas de serpientes. Acumula tanto veneno, que
puede matar a cualquiera con su aliento.
Heracles se
acercó al platanero de las siete fuentes y no halló a Hidra. Observó el lago y
no vio señales del monstruo. Entonces, agarró sus flechas, encendió las puntas
y de lejos incendió la cueva en la que suponía que se refugiaba el monstruo.
Este se
asomó silbando amenazante.
Heracles se
tapó las narices y la boca con una mano, y con la otra agarró la clava y
aplastó siete de las cabezas de Hidra, reteniendo la respiración. Pero por cada
cabeza que aplastaba al monstruo, brotaban tres más, que iban envolviendo el
cuerpo de Heracles.
En esto,
salió de la cueva un gigantesco cangrejo. Pinzó una pierna de Heracles. Este,
con el pie libre, aplastó el cuerpo del cangrejo.
Luego,
acertó a aplastar con la clava la única cabeza que era inmortal.
De
inmediato, Hidra lo soltó y se desplomó. Heracles escondió la cabeza inmortal
de Hidra bajo una gran piedra, bien aprisionada. La lengua de serpiente no
dejaba de silbar.
Heracles
untó sus flechas con el veneno que Hidra guardaba en sus entrañas. En adelante,
las flechas de Heracles mataban a sus enemigos con solo rozarlos.
Cuando
Heracles regresó a la ciudad, Hera recogió el cangrejo espachurrado y lo colocó
entre las estrellas del cielo, formando la constelación de cáncer.
El rey
Euristeo no dio ni un minuto de respiro al héroe; le ordenó el tercer trabajo:
atrapar vivo un hermoso ciervo con patas de bronce y cuerpo de oro, que corría
como el viento. Cuando Heracles divisó el ciervo, le lanzó una flecha no
envenenada que le atravesó la piel de las patas delanteras, sin tocar el hueso
y le hizo caer. Le sacó la flecha, le cosió la piel con un hilo mágico, se echó
a la espalda el hermoso ejemplar y regresó a la ciudad.
El cuarto
trabajo consistió en atrapar un gigantesco jabalí que destruía las cosechas. Lo
halló oculto tras unas zarzas. Heracles dio tales alaridos, que obligó al
animal a salir de su escondrijo. El héroe se le echó encima, lo sujetó con unas
cadenas, se lo aupó al hombro y lo cargó hasta la ciudad.
El quinto
trabajo consistió en limpiar a fondo las cuadras de Augias, que atufaban toda la región.
Tanta orina
y excremento de vaca había quemado los campos y no brotaban las cosechas.
El toro más
fuerte del rebaño, al ver a Heracles lo embistió. El héroe lo agarró por los
cuernos y lo tumbó. Clavó los cuernos en el suelo y fue arrastrando al toro por
las cuadras, trazando canales en todas direcciones. Acto seguido, desvió dos
grandes ríos, que inundaron las cuadras de Augias y se llevaron toda la suciedad
acumulada durante años.
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