Midas y su peluquero –Juan Kruz Igerabide


El rey Midas no quería que nadie se enterase de que tenía orejas de burro. Pero tarde o temprano tendría que cortarse la larga melena, que ya le llegaba por la cintura. Tanteó a un peluquero y a otro, hasta que creyó encontrar uno digno de confianza. <<Este parece discreto>>. Lo mandó llamar y lo recibió en la habitación. Cerró la puerta con llave y habló así al peluquero.

-Peluquero: ¿sabes guardar un secreto?
-Por supuesto, señor.
-Mira que este que te voy a confiar es un secreto muy valioso para mí.
-Pierda cuidado, señor: seré una tumba.
-Mira que, si lo desvelas, haré que te corten la cabeza. ¿Estás seguro de que deseas que te lo revele?
-Estoy deseándolo, salir. Confíe en mí.

Midas se echó atrás la cabellera y puso al descubierto sus orejas de burro.
El peluquero reprimió a duras penas una carcajada. Cuando se sobrepuso, dijo al rey:
-No es para tanto, señor. No hay de qué avergonzarse.
-Pues yo me muero de vergüenza, peluquero.  Y como alguien se entere de que tengo orejas de burro, hago que te rebanen el cuello. ¿Entendido?

El peluquero tragó saliva.
-Entendido, señor.
 -Ahora córtame el pelo y déjame la melena por debajo de las orejas.
-De acuerdo, señor.
El peluquero cortó el pelo al rey Midas. Este se miró al espejo y quedó satisfecho. Su secreto estaba a salvo.

En adelante, el peluquero regresó a palacio mensualmente a cortar el pelo al rey Midas. Pero cada vez le costaba más reprimir sus carcajadas. En lugar de acostumbrarse a ver las orejas de burro, cada vez le causaban más risa.
Y llegó un día que no pudo aguantar más.

Tras cortar el pelo a Midas, salió del palacio corriendo, con la mano en la boca, atravesó el campo, cavó un agujero cerca de un río, metió la cabeza en él y soltó varias risotadas, mientras repetía una y otra vez, a grito pelado:
-¡Midas tiene orejas de burro, Midas tiene orejas de burro, Midas tiene orejas de burro…!

Gritó hasta hartarse y luego tapó el agujero y se tumbó en el suelo, agotado.
-¡Uf, que alivio! ¡Qué peso me he quitado de encima!
Así, el peluquero pudo serenarse y superar la angustia que le producía tener que guardar un secreto tan ridículo y gracioso.

Pasaron los meses y el peluquero cortaba con toda naturalidad el pelo a Midas.
En el lugar donde el peluquero enterró a gritos su secreto, creció un cañaveral.
Un día, el peluquero estaba cortando el pelo al rey Midas con la ventana abierta, porque hacía calor.

Soplaba una dulce brisa, que se asemejaba a un canto, que cada vez sonaba más fuerte:
-¿Qué es esa música? –aguzó el oído Midas.
La brisa, que provenía del cañaveral, silbaba cada vez más fuerte estas palabras: <<Midas tiene orejas de burro, Midas tiene orejas de burro…>>
Todo el mundo las oyó con claridad y una risotada general se extendió por toda la ciudad.
Midas, encolerizado, mandó llamar a sus soldados. El peluquero estaba perdido.



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