Las tres cabras salvajes –Gabriella Goldsack


Érase una vez, tres cabras salvajes que vivían en unas montañas lejanas. Una de ellas era muy pequeña, la otra era mediana y la tercera era grande y muy fuerte.
Un día, cuando la más pequeña de las cabras salvajes buscaba un poco de hierba fresca y jugosa para comer, vio un prado lleno de hierba verde al otro lado del río.

-¡Mmm! –exclamó-. Si pudiera cruzar este puente y comer un poco de esta hierba crecería tanto como mis hermanas.

Pero las cabras sabían que debajo del puente vivía un horrible enano. Era un enano tan malvado que había hecho desaparecer a todas las cabras que se habían atrevido a cruza el puente.
-No lo he visto nunca –se dijo la cabrita, a lo mejor se ha marchado. La hierba parece tan deliciosa. Me acercaré con mucho cuidado y seguro que no pasa nada.
Así pues, la valiente cabrita salvaje cruzó el puente con mucho cuidado.

¡CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC!

Sus pezuñas retumbaban con claridad. Estaba ya a la mitad del puente cuando de repente oyó un fuerte rugido.
-¡Grrr, grr! –era el terrible enano que asomaba por uno de los lados del puentes.
-¿Quién anda sobre mi puente?  -rugió el enano enfadado.
-Soy yo – contestó la cabrita salvaje-.  Voy al prado a comer un poco de hierba. No quiero molestarte.
-No, no me molestas –dijo el horrible enano-.  Me has despertado y ahora te voy a devorar.
-Pero soy muy frágil y pequeña –dijo la cabrita salvaje-. ¿Por qué no esperas a que llegue mi hermana mediana? Tiene mucha más carne que yo.
-¡Bien, bien! –bramó el malvado enano-. Lárgate antes de que cambie de opinión.

Un rato más tarde, cuando la cabra mediana vio que su hermana pequeña disfruta de la hierba fresca y jugosa del otro lado del puente, decidió reunirse con ella.

¡CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC, CLOC!

Sus pezuñas retumbaban con claridad mientras cruzaba el puente con cuidado.
Estaba en mitad del puente cuando…
-¡Grrr, grr! –rugió el perverso enano, que de un salto se había colocado delante de la cabra.
-¿Quién anda sobre mi puente? –rugió.
-Soy yo –dijo la cabra mediana-. Voy al prado a comer un poco de hierba fresca. Espero no haberte despertado.
-No, no me has despertado – gritó el enano-. Me has espantado la pesca y ahora te voy a devorar.
-¡Por favor! – suplicó la cabra mediana-, yo no soy muy grande y mi cuerpo está lleno de pelo. ¿Por qué no esperas a que llegue mi hermana mayor? Ella sí que es grande y gorda. Será un magnífico banquete para ti.
-¡Muy bien!- gruñó el enano-. Lárgate antes de que cambie de opinión.

La mayor de las cabras salvajes apenas podía dar crédito a lo que estaba viendo.  Sus dos hermanas pequeñas estaban disfrutando de la mejor hierba fresca que había visto jamás.
Y decidió reunirse con ellas al otro lado del puente.

-Si no me doy prisa me quedaré sin comida –se dijo, mientras cruzaba el puente con mucho cuidado.
No había dado más que unos pasos cuando ante ella apareció el terrible enano:
-¡Grr, grrr! – rugió el enano-. ¿Quién anda sobre mi puente?
-Soy yo - dijo la mayor de las cabras salvajes-.  Voy al prado a comer hierba.
-No, no vas a ir –replicó el enano-. Me lo han contado todo acerca de ti y ahora te voy a devorar.
-¡Ni hablar! –gritó la cabra, y agachando la cabeza embistió con su cuernos al enano.
-¡Ay, ay, ay! –gritó el malvado enano cuando la cabra salvaje lo lanzó por los aires-.  ¡Socorro, ayudadme! Pero cada vez la cabra lo lanzaba a más altura hasta que una de las veces, ¡Plof!, cayó en la parte más profunda del río.

Sin ni siquiera mirarlo, la cabra mayor corrió a reunirse con sus hermanas. Y a partir de aquel día, las tres cabras y todos sus amigos pueden cruzar con tranquilidad el puente para comer hierba fresca al otro lado del río.  Por lo que respecta al enano, nadie ha vuelta a saber nada de él.



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