Budy, el perro travieso- Cuento mío


Budy era un cachorro de apenas unos meses que vivía en una mansión con sus dueños.
No tenía una raza propia, porque era el resultado de una mezcla. Pero era el perro más guapo del mundo. Tenía un pelaje suave, y muy tupido, de color canela. Sus orejas eran larguitas y con manchitas blancas.

La mansión donde vivía se encontraba en un pequeño pueblo, a las afueras de Toledo.
Lo habitaban pocas personas, la mayoría gente ya mayor que vivían el campo.
Y Budy era el perrito más querido por todos. Sus dueños lo sacaban a pasear y todos los abuelitos     que había por la calle se agachaban como podían para acariciarlo y darle mimos.

Pero Budy se acostumbró demasiado a ser mimado y aprovechaba eso a su favor.
Así era que cuando sus dueños marchaban a trabajar y lo dejaban solo en casa, corría por todas partes, ladraba sin parar, hacía sus necesidades en el parquet, se escondía en las habitaciones, entre otras cosas.

Y sus dueños cuando llegaban del trabajo se encontraban con una casa totalmente desordenada, y desconocida para ellos.
Llegó a tal punto la situación de las travesuras que hacía Budy, que sus dueños le dieron un ultimátum. Si no dejaban de hacer desorden en la casa, llamarían a una protectora de animales para que se lo llevasen.

Él al ser tan pequeño no entendía a que se referían sus amos, así que lo que hizo un día fue su perdición…
Ya había crecido más de tamaño, bastante más. Medía casi medio metro de altura y pesaba bastante. Si se ponía a dos patas de pie llegaba para abrir puertas, pero algo que no sabían sus dueños era que también había aprendido a abrir la nevera.

Llegó un nuevo día donde sus dueños se fueron a trabajar, y Budy quedó solo en aquella mansión. Lo que hizo si sería un problema, y uno de los gordos.
Corrió como siempre por toda la casa, tiró jarrones al suelo, se ponía de pie para abrir las puertas, y destrozó la habitación principal, donde había un vestidor enorme con muchísimos vestidos.
Tiró de ellos y los mordió todos hasta hacerlos trapitos.

Después le entró un hambre feroz, y se fue a la cocina. Se volvió a poner de pie, abrió la nevera, y con su pata tiró al suelo unas ollas pequeñas que había con comida, sacó también un pollo que había asado del día anterior. Y se comió todo eso, más todo lo que pilló después.
Bebió agua de su cacerola, y se echó a dormir una larga siesta en su cama preparada con mantas calentitas.

Llegaron sus dueños del trabajo, y poco más les da un infarto cuando vieron todo aquello.
Lo primero que vieron fue la cocina con todo tirado al suelo, restos de comida por todas partes, la nevera abierta, los productos ya poniéndose malos por la alta temperatura…
Subió la mujer a la habitación a cambiarse y cuando vio su vestidor, con todos sus vestidos hechos trapos, pegó un grito tan fuerte que Budy se despertó de su siesta.

Se fue corriendo el piso de arriba a saludar a su dueña, pero lo único que recibió fue una reprimenda por su parte.
-Te dijimos que no hicieras más travesuras, Budy. Ya ni siquiera te podemos dejar solos en la casa mientras trabajamos.
-Vamos a llamar a la protectora ya mismo para que te lleven, porque no aguantamos más esta situación.

El perro no entendía nada, la veía enfadada pero no sabía por qué. Él no sabía que había hecho mal las cosas.
Los dueños estaban muy enfadados, y se metieron en la habitación para hablar de la situación del perro. No sabían que iban a hacer con él, les daba pena meterlo en una protectora porque sabían que no lo adoptaría nadie.


Aunque de alma y años fuera un cachorro todavía, físicamente parecía otra cosa. Y nadie querría en su casa un perro tan desobediente, y tan trasto.
Así pues, llegaron a la conclusión de que hablarían con un señor que vive un poco alejado del pueblo, y tiene un rebaño de ovejas que lleva todos los días al monte.
Seguramente a él le vendría bien tener a Budy para vigilarle el rebaño de los lobos.
El señor, de nombre Sancho, aceptó quedarse con Budy. Él se comprometió a enseñarle una buena disciplina, y que vigilase sus ovejas.

Ese mismo día, llevaron a Budy a casa del señor, junto a sus cosas.
Le llevaron dos bolsas grandes de comida de perro, y sus productos de aseo.
-Aunque vigile ovejas, queremos que el perro esté bien cuidado. Nosotros lo bañamos 1 vez a la semana con estos productos para que el pelo no se le haga nudos, y le quede suave. Si se le acaban puede llamarnos y nosotros le traemos productos y comida para Budy.

-No queremos que corra con esos gastos.
Así fue como Budy consiguió un nuevo hogar, aunque seguía teniendo los cuidados con los que se crio.

Ahora corría feliz todos los días por el monte cuidando de las ovejas del señor Sancho, y una vez cada dos semanas veía a sus antiguos dueños, aquellos que le dieron una buena vida mientras pudieron.



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