La feria ambulante - Cuento mío


Rosita se desplazaba por muchos sitios, conocía lugares maravillosos, y a gente estupenda, pero no podía tener un hogar propio porque su familia trabajaba en una feria ambulante, y tenían un puesto de disparar globos.

Tenía apenas 6 años, y conocía más cosas del mundo exterior que cualquier otro niño. Desde muy pequeñita viajó a lugares indescriptibles, visitó monumentos y museos de cada ciudad a la que iban. Siempre estaba aprendiendo nuevas cosas, y sus padres le enseñaban a escribir y a leer en sus ratos libres.

Rosita no sabía lo que era tener un vecindario con niños de su misma edad. Ir al colegio y tener una maestra, o hacer actividades de deporte con otros niños.
Lo que conocía ella era todas las actividades que se podían hacer en una feria, en cada puesto, y conocía a todas las familias que iban con ellos a todas partes. Muchos eran de la misma edad de sus padres, y tenían hijos de la edad de Rosita y más mayores.

La vida del feriante es muy dura, porque dependes únicamente del dinero que se recoge en las ciudades, y de ahí tienen que apartar dinero para comida, gasolina, ropa, o para los arreglos que tuviesen que hacer a las atracciones cuando se estropeaba algo.
Iban de ciudad en ciudad, montaban todo, dejaban carteles por la ciudad y mientras esperaban preparaban las cosas y hacían los últimos ensayos.

Rosita ayuda en lo que podía a sus padres, pero como era muy pequeña todavía no podía hinchar globos ni cargar cosas pesadas.
Así que lo que hacia ella era coger las papeletas que colgaban en las pizarras de caucho para dárselas a su madre.
Y colocaba cosas pequeñas en los sitios a los que llegaba.

Cuando la gente empezaba a venir, siempre se hacían largas colas para entregar los tickets. Y ella miraba entusiasmada a toda la gente impaciente que deseaban entrar y jugar.
Los niños se veían muy ilusionados, y solo les decían a sus padres que querían ir a jugar en todas las atracciones.

Y dentro ya se montaba el caos cuando se escuchan muchas voces, gritos, y risas. También se escuchaban lloros de algunos niños que perdían en las atracciones.
Y Rosita se lo pasaba súper bien cuando iban a su atracción y ella les entregaba los dardos para explotar los globos.

Veía como estaban ilusionados cuando ganaban premios, que podían elegir ellos mismos según los puntos que tenían.
Ella daba saltos de alegría cuando veía niños de su edad, aunque luego se decepcionaba un poco porque sabía que no podía hacer amigos.
Cuando marchaba toda la multitud, era hora de acostarse, asi que ella y sus padres cerraban la atracción, y dormían atrás en la caravana.

Iban de aquí para allá con una caravana grande, donde prácticamente tenían su casa dentro.
Tenían un baño pequeño con ducha, wc y un lavabo para lavarse cara y manos. Luego había una cocina pequeña de gas, que era más útil porque funcionaba con una bombona de butano. Esas podían comprarlas en cualquier ciudad.

Tenían también nevera y una mesa con sillones para sentarse a comer. La cama era grande de 1.50 de ancho, asi que entraban los tres en ella. Y cuando paraban en las ciudades iban al supermercado a comprar comida para llenar los armarios de la cocina.
A Rosita le gustaba su casa de la caravana, pero muchas veces les dijo a sus padres que le gustaría tener una casa de verdad.

Aunque sus padres le dijeran que no podían tener una casa de verdad, ella no lo entendía. Pero no dejaba de soñar con una casita con jardín para jugar a la pelota.
Después de muchas paradas, llegaron a Madrid, una ciudad de España. Visitaron todo, los museos, los monumentos, los sitios más reconocidos, e iban a comer fuera para probar diferentes platos de la región.

Se enamoraron de la ciudad, y pensaron que quizás sería buena idea comprar una casita pequeña que tuviese jardín para que la niña jugase. Y así tendrían un hogar de verdad, y Rosita podría estudiar en el colegio con otros niños.
En el tiempo que estuvieron allí con la feria, aprovecharon para mirar casas en sus ratos libres, y encontraron una perfecta para ellos.

Tenía 80 metros de parcela el jardín, estaba lleno de flores y tenía una zona infantil con columpio.
La casa era grande, de tres habitaciones, salón- comedor, cocina grande, y dos baños.
Pero también tenían sitio para aparcar la caravana y así podrían salir de vez en cuando con ella a hacer algún viaje.

Les gustó tanto que a los pocos días ya firmaron el contrato de compra, y se fueron a mirar muebles.
Matricularon a Rosita en el colegio de la zona, y ellos buscaron trabajo para poder subsistir. Los feriantes les desearon mucha suerte y siguieron su camino.
De vez en cuando los papás de Rosita ponían su puesto de romper globos delante de la casa y venían los niños con los papás a jugar.

Así se sacaban un dinero extra que les venía súper bien para sus gastos.
Rosita por fin era feliz en su nuevo hogar. Tenía a sus padres, tenía amigos, y una casa de verdad en la que estar todos los días y jugar.



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