Helios y Faetón -Juan Kruz Igerabide


Helios, el sol, tenía un hijo llamado Faetón. El niño era un poco caprichoso y no hacía más que pedir a su padre que le dejara conducir el carro que ransportaba el sol.
Helios, el padre, recorría el firmamento todos los días con su carro, de Este al Oeste, sin salirse de su camno, siempre al mismo ritmo.
-Déjame el carro, papá.
-Es peligroso, hijo. Cuando seas grande, te enseñaré a conducirlo, y te podrás montar en él.
Faetón se enfadaba muchísimo:
-¡Siempre igual! ¡Nunca me dejas el carro!
-Es peligroso, hijo.
-¡Y a mí qué! ¡Yo quiero el carro!
Y así constantemente: quiero el carro, quiero el carro...
Un día en que el sol asomó un poco débil, Faetón volvió a la carga:
-Papá, déjame el carro.
-No puedo, hijo.
-Sí que puedes. Quiero el carro, quiero el carro...
El niño no se callaba.
La madre, harta, pidió a su marido:
Mira, Helios: ya no aguanto más. Déjale el dichoso carro al niño y  tengamos la fiesta en paz. Además, hoy tienes mal aspecto.
Es mejor que te quedes en la cama.
Faetón, hará tu trabajo.
-¡Pero qué dices, mujer! No es trabajo para un imberbe.
-Sí que lo es. Yo puedo hacerlo. Déjame el carro -insistió Faetón.
-Está bien -concedió Helios -.Tengo la cabeza como un tambor de oír tus gritos. Anda, ahí tienes el carro y deja de dar la lata.
Faetón se subió al carro de un salto, todo orgulloso. Hizo trotar a los caballos y comenzó a recorrer el cielo, mientras su padre se echaba en la cama, con un terrible dolor de cabeza.
Faetón alzó el látigo y fustigó a los caballos.
-Más rápido, gandules; que no tenemos todo el día.
El estruendo de los caballos inquitó a Helios. Se levantó de un salto y gritó a su hijo.
-No uses el látigo, Faetón. Ve más despacio. Sujeta las riendas.
Pero los caballos ya corrían a galope. Faetón se reía como un loco.
Condujo el carro muy arriba, desviándolo de su trayectoria, alcanzó el punto más alto, quemó unas cuanta estrellas, y lanzó un grito victorioso.
-¡Mirad que alto...Papá, mamá!
-¡Faetón! -le gritó Helios, alarmado -.¡No subas tan alto! ¡Es muy peligroso!
-¡Baja de ahí inmediatamente! -gritaba, asustada, su madre.
Los caballos comenzaron a bajar en picado. Faetón no podía controlarlos.
El niño seguía riendo.
Helios, con las manos en la cabeza murmuraba:
-¡Qué catástrofe!
Una especie de terremoto sacudió la tierra y los cielos. Los dioses del Olimpo se asomaron asustados.
-¿Pero qué hace ese niño con el  carro? -gritó Zeus con su atronadora voz. ¿Dónde está Helios?
Los caballos, desbocados, acercaron demasiado el fuego a  la tierra, y quemaron cosechas y bosques.
-¡Frena, frena! -gritaba Helios.
-¡Niño, vuelve inmediatamente! -gritaba la madre.
El carro amenazaba con estrellarse y provocar una tremenda explisión que destruiría medio mundo.
Entonces Zeus, encolerizado, lanzó su rayo, desvió el carro, e hizo que se hundiera en el río Po.
Helios nunca más prestó su carro a nadie.



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