Dédalo e Ícaro –Juan Kruz Igerabide


Dédalo fue arquitecto e inventor, instruido por la propia diosa Atenea. Tenía como discípulo a un sobrino muy listo, que inventó la sierra, imitando la espina dorsal de un pescado. A raíz del invento, el sobrino se hizo más famoso que el propio Dédalo, y este tuvo celos.

Un día, Dédalo se llevó consigo a su sobrino a lo alto de un templo construido en honor de Atenea y le mostró el paisaje.
-Mira que vistas.
El sobrino se acercó al borde para ver mejor. Entonces, Dédalo le dio un empujón y el muchacho se precipitó al vacío.

Dédalo bajó corriendo, metió el cuerpo en un saco y lo transportó a un lugar lejano. Cuando la gente le preguntaba que llevaba en el saco, él contestaba:
-Voy a enterrar a una serpiente. Pero descubrieron lo que tramaba y tuvo que huir del país. Se llevó consigo a su hijo Ícaro.

Así fue como llegó a Creta y entró al servicio del rey Minos y construyó el laberinto.
Cuando Minos se enteró de que Dédalo había construido un disfraz de vaca para su mujer, montó en cólera y lo hizo encerrar en el laberinto. Pero Dédalo logró salir, pues lo había construido él.

-Tenemos que huir de Creta –comunicó a su hijo.
Pero Creta es una isla y sólo podían huir en barco. Todos los barcos estaban vigilados.
Entonces, Dédalo armó las alas para sí y otras para su hijo, con plumas sujetas con hilos y cera.
-Hijo, no podemos ganar mucha altura, para que el sol no derrita la cera. Tampoco podemos bajar demasiado, para que las olas no mojen las plumas.

Partieron de inmediato. Ícaro seguía a su padre. Pero le gustó tanto volar, que quiso subir un poco más, y luego más arriba. El sol derritió la cera y el muchacho cayó al mar. Cuando Dédalo volvió la cabeza, ya no vio a su hijo; solo unas plumas y unos hilos que flotaban sobre el agua.

En un momento en que el cuerpo de Ícaro emergió a la superficie, Dédalo lo agarró y se lo llevó consigo a una isla llamada Icaria.
Estaba despidiéndose de su hijo, cuando una perdiz se acercó piando contenta. De inmediato reconoció Dédalo el alma de su sobrino.

Entretanto, Minos había salido tras Dédalo en barco. Llevaba consigo una concha de Tritón. Cuando llegaba a una isla, hacía correr la voz de que otorgaría una gran recompensa a quien fuera capaz de pasar un hilo por la concha acaracolada y hacerlo asomar por el otro lado, donde tenía un agujerito.
Muchos, lo intentaron; ninguno lo consiguió. Minos sabía que solo Dédalo era capaz de hacerlo.
En unas islas, un hombre intentó pasar el hilo, pero no lo logró.

-Deja que me lo lleve a casa. Tengo un vecino que puede hacerlo.
Minos accedió y ordenó que siguieran al hombre. El vecino era, por supuesto, Dédalo, que se había refugiado en dicha isla. Este, agarró una hormiga y le ató el hilo alrededor del cuerpo.

Envió la hormiga por la espiral de la caracola y untó con miel el otro extremo, donde tenía un agujerito. Mo tardó la hormiga en aparecer por él.
Dédalo soltó a la hormiga, ató los dos extremos del hilo y entregó la caracola al vecino.

-Ahí lo tienes.
No tardó en presentarse Minos con sus hombres.
-¡Date preso, Dédalo!
-Está bien –contestó Dédalo -; pero antes tomemos un baño.

Minos, que estaba todo sudoroso, accedió. Se metieron ambos al estanque y las hijas del vecino les echaban agua caliente encima. En una de estas, a Minos, en lugar de verterle agua caliente, le arrojaron brea ardiendo.
El vecino comunicó a los soldados que se había producido un terrible accidente y estos se llevaron a su rey de Creta, entre lamentos.



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