Minos –Juan Kruz Igerabide


Minos, hijo de Europa, era rey de Creta. Un día, armó un altar y quiso ofrecer en sacrificio algo especial a Poseidón, el rey de los mares.
-¡Poseidón! Me gustaría ofrecerte un toro blanco en sacrificio.

Poseidón no se hizo esperar: al punto, emergió de las aguas un hermoso toro blanco.
A Minos le pareció le pareció un toro tan hermoso que, en lugar de ofrecérselo en sacrificio a Poseidón, se lo quedó para sí.

Poseidón se enfadó mucho.
-Esto no quedará así.
Y para vengarse, el dios de los mares hizo que la mujer de Minos se enamorara del toro blanco.
La mujer, presa del amor, mandó llamar en secreto al famoso arquitecto e inventor Dédalo.
-Dédalo: me he enamorado de un toro blanco.

Dédalo se rascó la cabeza.
-¿Y qué puedo hacer yo, señora?
-Escúchame, Dédalo: quiero que me fabriques un cuerpo de vaca.
-Pero me es imposible, señora mía.
-Tienes que hacerlo.

Dédalo pensó y pensó día y noche, y al fin inventó un cuerpo de vaca, una especie de disfraz de madera que transformaba al que se lo ponía.
-Aquí tenéis, mi señora.
-¡Es perfecto! –exclamó la reina.
Se vistió de inmediato el disfraz de vaca y se fue con el toro blanco.

Al cabo de un tiempo, se enfadaron, y la reina decidió regresar a palacio. Se deshizo el disfraz y se retiró a tus aposentos.
Pero meses después, tuvo un niño con cuerpo humano y cabeza de toro: el Minotauro.

Cuando lo vio, se enfadó muchísimo y mandó llamar a su arquitecto Dédalo.
-Construirás el laberinto. Y en él encerrarás al Minotauro.
A partir de entonces, Minos tuvo más hijos, entre ellos la bella Ariadna, que desde niña oyó hablar de un ser con cabeza de toro que además era su hermano. Tenía gran curiosidad por conocerlo. Pero su padre, Minos, le prohibió acercarse a él.

-Si lo haces, te expulsaré de Creta y vivirás sola y abandonada. Además –continuó Minos -, el Minotauro devora a las muchachas que se acercan a él.
Ariadna tenía otro hermano, pero un día sufrió un accidente y murió.

 El rey Minos no podía soportar haber perdido a su hijo. Entonces llamó a Dédalo:
-Dédalo, tu que eres tan inteligente, resucita a mi hijo.
-Es demasiado lo que me pides, mi rey. No puedo hacerlo –respondió, tembloroso, el inventor.
-De ello depende la vida de tu hijo Ícaro.


Dédalo, desesperado, se sentó junto a la tumba, solo, con la cabeza entre las manos.
Al anochecer, vio que se acercaba una víbora a picarle, y la mató.
Entonces, surgió otra víbora, con una rara planta en la boca, dio un trocito de ella a la víbora muerta, y esta resucitó. Huyeron a toda prisa. Dédalo recogió el resto de la planta, abrió la tumba y colocó la planta sobre los labios del cadáver del hijo de Minos.
Y este resucitó.




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