Perseo –Juan Kruz Igerabide
Un rey de
Argos quería conocer su futuro, y preguntó al Oráculo:
-Oráculo:
quiero saber qué porvenir me espera.
El Oráculo
le contestó:
-Pues todo
te irá bien, hasta que tu hija tenga un niño, que se llamará Perseo. Ese nieto te
quitará el trono.
El rey montó
en cólera:
-¡A mí no me
va a pasar nada de eso!
-Ya que te
pones así –le contestó el Oráculo -, además de quitarte el reino, te matará sin
querer.
El rey,
furioso, corrió a palacio, agarró a su hermosa hija y la encerró en una
habitación de bronce, bajo siete llaves, vigilada día y noche.
Pero antes
de eso, Zeus había echado el ojo a la bella hija del rey y se había enamorado
locamente de ella. Cuando se enteró de que su padre la había encerrado, Zeus se
convirtió en lluvia de oro, se deslizó por debajo de la puerta de la habitación
de bronce y llegó hasta la princesa. Esta se remojó las manos y se refrescó la
cara y el cuerpo, porque hacía mucho calor allí dentro.
Así fue como
se quedó embarazada y dio a luz a un hermoso niño al que llamó Perseo. La pobre
le daba de mamar en su presidio y procuraba no hacer ruido. Pero, como
cualquier niño, Perseo lloraba cuando tenía hambre o se sentía incómodo.
Y un día, el
rey oyó el llanto del niño. Aterrorizado, ordenó que lo encerraran con su madre
en una caja y los arrojaron al mar.
Un pescador
los salvó de ahogarse y se los llevó a
la isla donde vivía con su familia.
El rey de la
isla vio un día a la madre de Perseo, y se quedó prendada de ella de inmediato.
Pero esta no lo aceptó. Perseo defendió a su madre. Entonces, el rey,
encolerizado, le dijo:
-Mira,
tienes dos alternativas: o me caso con tu madre o me traes la cabeza de la
monstruosa Medusa.
Era una
condición imposible de cumplir, pero Perseo partió de inmediato en un barquito
de vela.
Tres
monstruos vivían juntos, y se llamaban las gorgonas; Medusa era una de ellas.
Perseo se
encontró con unas ninfas que le regalaron unas sandalias voladoras, un saco de
cuero, un gorro con el que se volvía invisible, y una afilada hoz.
El arma más
peligrosa de Medusa era su mirada. Si la mirabas a los ojos, te convertías en
piedra; su cara era terrorífica; sus cabellos estaban formados por serpientes.
Perseo voló
con sus sandalias, divisó a Medusa, se acercó por detrás, sin encontrarse con
su mirada, y le cortó la cabeza con la hoz. Metió la cabeza en el saco, se
colocó la gorra de la invisibilidad y salió volando con sus sandalias.
Las otras
dos gorgonas trataron de atraparlo, pero, como era invisible, no lo lograron.
De vuelta a
casa, vio a una hermosa joven atada a una roca, y un dragón a punto de
comérsela.
Perseo se
puso en medio de los dos, extrajo la cabeza de Medusa, el dragón miró a esta, y
se quedó petrificado.
Perseo
regresó con la muchacha, llamada Andrómeda, y se casó con ella.
El rey de la
isla se quedó pasmado. No podía creérselo. Colérico, sacó su espada y quiso
matar a Perseo, pero este le mostró la cabeza de Medusa.
-Mira: he
cumplido mi palabra. Y lo petrificó en el acto.
Perseo
regresó a su país, Argos, con su madre y Andrómeda.
El abuelo
rey, al enterarse de que regresaban victoriosos, huyó despavorido a otra
ciudad. Perseo fue nombrado rey de
Argos.
Un día,
Perseo participó en un campeonato de lanzamiento de disco en la ciudad donde
vivía con su abuelo. Cuando le llegó el turno, lanzó el disco. De pronto, sopló
un fuerte viento que desvió el disco y lo alejó. Fue a dar precisamente en la
cabeza del abuelo rey, que murió en el acto. Y se cumplió el oráculo.
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