Teseo –Juan Kruz Igerabide


El rey Egeo de Atenas no podía tener hijos y acudió a la bruja Medea. Esta le dijo:
-Yo haré que tengas un hijo. Pero, en compensación, tienes que concederme un favor: si un día mis enemigos me persiguen, debes protegerme. Egeo juró hacerlo.

Al cabo de un tiempo, Egeo tuvo un hijo: Teseo, fuerte y valiente desde niño. Con dieciséis años, el muchacho visitó el templo de Apolo y ofreció al dios un pelo de su cabellera, que nunca había cortado. Tenía una fuerza descomunal y levantó una enorme piedra del templo, bajo la cual se escondían unas sandalias y una espada mágica.

Teseo era primo de Heracles, otro héroe forzudo, y junto con ese deseaba limpiar el mundo de maleantes y ladrones.
Llegó a aquellas tierras un maleante gigantón que se divertía doblando pinos hasta el suelo. A los viajeros que pasaban a su lado, les pedía que le ayudaran a sujetar el pino. De pronto, él soltaba el árbol y la otra persona salía disparada por los aires. El maleante se tronchaba de risa.

Tenía otra afición aún más cruel: atrapaba un viajero, lo ataba a dos pinos doblados, soltaba de golpe los pinos y el viajero se partía en dos.
Teseo fue uno de los viajeros que se encontró con el maleante, que en ese momento estaba regañando a una pobre muchacha.

-¡Eh, tú, malvado doblapinos! –gritó Teseo -¡A que no te atreves conmigo!
El maleante agarró a Teseo y este se dejó arrastrar cerca de los pinos, que el maleante dobló fácilmente. Entonces, Teseo le quitó la cuerda y ató al maleante a los dos pinos. Este se rio.
-¿Te crees que me haces algo con dos pinitos?
-Veremos cuántos eres capaz de aguantar –le contestó Teseo.

Fue doblando pinos a un lado y a otro del maleante, y atándoselos.
Cuando le ató diez a cada lado, el maleante ya no podía más. Su cuerpo temblaba y su cara sudorosa parecía a punto de estallar. Entonces, Teseo le dio una patada en las nalgas y los veinte pinos se enderezaron a un tiempo, mientras que Teseo con su espada cortaba de dos rápidos tajos las cuerdas. El maleante salió por los aires, rozó el Olimpo y cayó al abismo del otro lado del mundo. Nunca más se supo de él.

Teseo se dirigió al cañaveral. La muchacha rogaba a las cañas que Teseo no le hiciese daño, porque ella era hija del malhechor. Teseo, muy al contrario, la hizo salir, le dio un beso y le pidió que fueran novios.
Teseo dominaba con facilidad a sus adversarios. Fue quien inventó la lucha libre y el boxeo. Un día, unos albañiles se rieron de él, porque tenía el pelo muy largo; nunca se lo cortaba.

-Mira qué chica más bonita.
Teseo, enfadado, empujó la muralla que estaban construyendo y la derribó. Los albañiles, mudos y amedrentados, tuvieron que empezar de nuevo la obra.

Mientras tanto, el rey Egeo cumplió la palabra dada a la bruja Medea. Esta llegó a Atenas huyendo de sus enemigos. Egeo la protegió y se casó con ella, porque se había quedado viudo.
Con ella, Egeo engendró un hijo. Cuando Teseo regresó a casa, Medea tuvo celos de él; quería que su hijo, y no Teseo, fuera el nuevo rey cuando muriera Egeo. Por eso, embrujó a Egeo y le hizo creer que Teseo era un espía.

Medea preparó un veneno fortísimo, que provenía del mismo Tártaro o infierno. Lo había traído el forzudo Heracles cuando se presentó a la puerta del infierno, agarró al perro Cerbero que guardaba la entrada, y lo sacó a rastras a la superficie. El perro echaba espuma por la boca y se mojó un trocito de tierra, donde nacería la venenosa hierba llamada acónito.

Medea ofreció una copa del mortífero veneno a Teseo, quien levantó su brazo con la copa. Justo en ese momento la empuñadura de su espada brilló en los ojos de Egeo, y despertó del hechizo.
Egeo dio un manotazo a la copa y abrazó a Teseo.

-¡No bebas eso, hijo!
Egeo reunió a los atenienses y proclamó:
-Este es mi hijo Teseo, mi heredero.
Entonces, la bruja Medea agarró a su hijo, se envolvió en una nube y huyó de la ciudad.




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