El arco embrujado, el ciervo mágico y el pájaro parlanchín – Gianni Rodari


Un rico mercader azteca tenía tres hijos. Los reunió alrededor de su lecho de muerte y les dijo:
-Queridos hijos, mi vida llega a su fin. Antes de morir, quiero recordaros que siempre me he esforzado por ser fiel a la amistad, honrado en los negocios y valiente en la batalla. 

Haced lo mismo todos y os sentiréis satisfechos. Este es el único consejo que os doy. Además, os dejo tres objetos muy preciosos, que os serán más útiles que cualquier tesoro: un arco, con el que toda flecha da en el blanco; un ciervo, que puede llevar a su amo a donde desee; y un pájaro parlanchín, que puede decir a su amo todo aquello que sabe.

El mercader bendijo a sus tres hijos y exhaló su último suspiro.
Después de la muerte de su padre, el mayor de los hijos afirmó:
-Soy el primogénito y debo ser el primero en elegir. Me quedaré con el arco embrujado.
El segundo dijo:

-Entre el pájaro que habla y el ciervo mágico, elijo el ciervo.
En consecuencia, el tercero, a quien le había tocado el pájaro parlanchín, pensó:

-No me servirá de nada, pero igualmente lo cuidaré, porque lo he recibido en herencia de mi padre.
Después del reparto, los tres hermanos se separaron y se fueron por el mundo en busca de fortuna.
El mayor se convirtió en un famoso cazador y tuvo mucha suerte. El segundo, gracias al ciervo, se convirtió en un mensajero muy conocido y tuvo incluso más suerte que el primero. Pero el más joven, ayudado por el pájaro parlanchín, llegó a ser primer ministro del rey.

Sus hermanos, cuando lo supieron, se dejaron dominar por la envidia, y tramaron matarlo y robarle el pájaro parlanchín, en el afán de llegar a ser, también ellos, ministros. Mientras conspiraban, sin embargo, el pájaro parlanchín estaba cerca de ellos, en una rama, y los oyó. Naturalmente fue enseguida a advertir a su amo. El hermano menor se echó a llorar diciendo:

-No les tengo miedo a mis hermanos, pero pienso como se revolvería mi pobre padre en su tumba viendo lo mal que se comportan. No, no quiero creer que sean malvados hasta ese punto. Esperemos a ver qué ocurre.
Al día siguiente, sus dos hermanos llegaron a la corte. Fingieron sentirse sorprendidos y felices por la fortuna que le había tocado al menor de la familia, que se había convertido en un hombre muy poderoso. Él los recibió con lágrimas en los ojos, hizo que les preparasen las mejores habitaciones del palacio y se los presentó al soberano. Ambos se fueron a dormir pronto para reponerse del cansancio del viaje.

El hermano menor, mientras tanto, como todas las noches, se sentó en un sillón a escuchar las noticias que le transmitía el pájaro parlanchín. Este se posó suavemente sobre sus hombros y susurró:
-El rey del país vecino ha decidido declararnos la guerra y apoderarse de nuestra región. Quiere pillarnos desprevenidos. Su ejército se pondrá en marcha, para sorprendernos, mañana por la mañana.
Después de haber indicado que sitios y como atacaría el ejército, el pájaro se fue volando en busca de otras noticias.

El joven acudió enseguida a hablar con el rey y le comunicó el peligro que corrían.
-Pobres de nosotros –suspiró el rey-. Nuestros mejores oficiales no están aquí, y los soldados se han ido a disfrutar de su permiso. ¿Cómo podremos resistir?

-Majestad –respondió el joven-: si prometéis elevar a mis hermanos a la nobleza, os salvaré yo.
-Te lo prometo –dijo el rey, pero en su espíritu no albergaba muchas esperanzas. No creía que tres hombres solos pudiesen enfrentar al poderoso ejército enemigo.

El joven fue a despertar a sus hermanos y les dijo:
-Escuchadme, nuestro hombre fue un hombre valiente, hasta tal punto que aún hoy, cuando oye nuestro nombre, la gente murmura:
<<Son hijos de aquel valeroso guerrero que nunca conoció el miedo>>. ¿No os parece que nuestro deber es mostrarnos dignos de su fama y defender nuestra tierra, tal como lo habría hecho él?

Después les contó lo que había sucedido y propuso lo que debían hacer.
-Tu ciervo –le dijo al segundo- nos llevará rápidamente hasta el campo enemigo. Tendremos tiempo suficiente, porque un gran ejército no puede avanzar con tanta rapidez como tu ciervo. Cuando lleguemos, el pájaro parlanchín nos dirá dónde se esconde el enemigo. Y entonces tú –añadió dirigiéndose al hermano mayor –lanzarás tus flechas.

Los tres hermanos montaron en el ciervo y el pájaro parlanchín se posó en hombro del menor. El hermano mediano espoleó al ciervo y llegaron en un santiamén. Mientras se ocultaban en la espesura del bosque, el pájaro parlanchín inició volando su exploración del terreno. Volvió un instante después para informar a los hermanos del lugar exacto en el que se encontraban el ejército enemigo y su rey.
Entonces, el hermano mayor tensó el arco, colocó una flecha, apuntó siguiendo las indicaciones del pájaro, y disparó.

La flecha voló, voló, voló recta hasta donde el rey se ocultaba y le atravesó el corazón.
El ejército enemigo fue presa del terror. Los soldados escapaban a la desbandada gritando:
-¡Esto es obra del demonio! ¡Volvamos a casa!

Pero uno de los oficiales, más valiente que los demás, intentó alentar a sus compañeros exclamando:
-¡Adelante, venguemos la muerte de nuestro rey!
El mayor de los hermanos colocó una segunda flecha, apuntó y disparó. La flecha voló, voló, voló derecha hasta el oficial y le atravesó el corazón.

Los soldados enemigos, ante aquella segunda muerte, escaparon, unos a pie, otros a caballo, y no se detuvieron en su fuga hasta que no llegaron a su casa. Mientras tanto, había salido el sol. Los tres hermanos colocaron los cuerpos del rey y del oficial sobre el lomo del ciervo y volvieron al palacio.
La ciudad los recibió jubilosamente. Todos cantaban, bailaban y lanzaban vivas.

El rey concedió a los tres hermanos títulos de nobleza y los recompensó con tierras, casas, caballos y piedras preciosas.
Desde aquel día, los hermanos vivieron juntos en armonía.  Habían comprendido que podían actuar mejor uniendo sus fuerzas que divididos y que, además, no hay bien más apreciado que un buen hermano.



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