Filemón y Baucis –Gianni Rodari
Zeus, el rey
de los dioses, y su mensajero Hermes descendieron una vez a la Tierra,
disfrazados de pobres peregrinos. Una noche llegaron a una aldea.
-Pasaremos
la noche aquí –dijo Zeus-. Ve y pregunta si alguno de sus habitantes nos puede
alojar.
Hermes fue
de casa en casa, pero sin éxito. La gente de aquella aldea era huraña, dura de
corazón y no quería ni oír hablar de unos pobres peregrinos. Hermes volvió a
reunirse con Zeus y le dijo que nadie quería hospedarlos.
-Pero ¿has
estado realmente en todas las casas? ¿No se te ha olvidado ninguna?
-He estado
en todas, menos en aquella cabaña situada en la colina. Allí deben de vivir
unas personas muy pobres que, sin duda, no nos recibirán.
-Haz la
prueba, ve –ordenó Zeus.
Hermes fue a
llamar a la puerta de la pobre cabaña donde vivían Filemón y Baucis. Eran dos
pobres viejos que carecían de lo indispensable para vivir y, sin embargo,
hospedaron amablemente esa noche a los peregrinos. Incluso no dudaron en
prepararles una cena con lo poco que tenían: leche, miel, pan y fruta. Cedieron
sus camas a los huéspedes y se fueron a dormir al pajar.
Zeus estaba
conmovido por el afecto que les habían demostrado los viejos. En cierto
momento, los llamó y les dijo:
-Acostaos
vosotros en vuestras camas, a nosotros nos da igual. No somos pobres
peregrinos: yo soy el rey de los dioses y este es Hermes, mi mensajero. En toda
la aldea nadie ha querido ofrecernos su hospitalidad, excepto vosotros, que
sois los más pobres de todos. Por ello, quiero dar el castigo merecido a los
otros habitantes y, en cambio, recompensaros a vosotros.
En cuanto
Zeus habló, comenzó a llover de tal modo en la aldea que, en poco tiempo,
inundó las casas y todos sus habitantes, duros de corazón, se ahogaron. Sólo se
salvó la cabaña de Filemón y Baucis, porque el agua de la lluvia no llegó a la
cumbre de la colina. Después, Zeus les preguntó a los dos viejos:
-Decidme que
deseáis y yo complaceré vuestro deseo.
Los dos
amables viejos respondieron:
-A nosotros
no nos falta nada. Hemos sido pobres toda la vida y pobres moriremos. Sólo
tenemos una petición que hacerte. No queremos vivir el uno sin el otro. Cuando
la muerte llegue a nuestra casa haz que nos lleve a los dos a la vez.
Y así
ocurrió. Filemón y Baucis vivieron un tiempo más, unidos por su felicidad
sencilla, y cuando llegó la hora de morir, murieron ambos en el mismo instante.
Del cuerpo de Filemón creció una encina; del cuerpo de Baucis, un tilo. La
encina y el tilo crecieron una al lado del otro. Cuando soplaba el viento, sus
ramas se tocaban como si Filemón y Baucis se estrechasen las manos. Desde aquel
entonces, el tilo y la encina crecen uno al lado del otro.
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