El sabio y el tramposo

 Había una vez un gran sabio llamado René que vivía solo en un pueblo.

Sus discípulos lo respetaban y le ofrecían muchos regalos. Como él no los utilizaba, decidió ir vendiéndolos.

Así, con los años, reunió mucha riqueza. Todo su dinero lo guardaba en una bolsa que nunca apartaba de su vista.

Un día un ladrón llamado Jorge, observando a René, se dio cuenta que no perdía de vista aquella bolsa, así que pensó que contendría algo valioso.

De esta manera, fue a visitar al sabio a su monasterio. Cuando este apareció, Jorge cayendo a sus pies le dijo: "Oh maestro, muéstrame el camino correcto que me llevará a ser un buen ser humano".

El sabio, complacido con el gesto de Jorge, le contestó: " Te aceptaré como mi pupilo. Vivirás en la cabaña que está a la entrada del pueblo. Regarás las plantas y mantendrás limpio el jardín, pero nunca entrarás en mi casa".

Jorge le dio las gracias al sabio y se dispuso a llevar a cabo sus tareas. Empezó con mucha diligencia y René estaba muy contento con sus progresos, aunque en realidad Jorge solo pensaba en la mejor forma de robar la bolsa.

Un día, uno de sus allegados invitó a René a ir a su aldea para que allí oficiara una ceremonia. El sabio aceptó la invitación y fue con Jorge al lugar.

De camino tuvieron que cruzar un río.  Por esa razón René escondió hábilmente su bolsa de dinero dentro de una colchoneta que siempre llevaba con él. Después se la entregó a Jorge diciéndole: "Voy a bañarme en el río, después rezaré. Por favor guarda esta colchoneta hasta que regrese. No debes dejarla sin vigilancia, ni siquiera por un instante. 

Cuando René regresó no podía encontrar a Jorge por ningún lado. Entró en pánico cuando encontró el colchón tirado en el suelo y faltaba la bolsa de dinero. El sabio estaba destrozado. Había perdido sus ahorros de toda la vida. Sin embargo, pronto desapareció ese sentimiento. Se avergonzaba de su amor por la riqueza y se tomó el incidente como una lección. 

"No he perdido nada, ha ganado sabiduría", se decía René a sí mismo mientras continuaba su viaje.

Moraleja: Cada uno debe asumir la responsabilidad de sus propias acciones.




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