El príncipe feliz –Oscar Wilde
En la parte
más alta de la ciudad estaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba revestida de
madre selva, de oro fino, rubíes y
zafiros que tenía en el cuerpo.
Una noche
una golondrina estaba volando, y se
perdió. Entonces paró en la ciudad a descansar, y se posó entre los pies del
Príncipe Feliz.
Estaba muy
cansada y cuando iba a dormir, una gota le cayó encima de su cabecita. Cosa que
le extrañó, porque el cielo estaba despejado y no llovía.
Entonces
miró hacia arriba, y vio al Príncipe Feliz llorando y dijo:
-¿Por qué
lloráis de ese modo? Casi me habéis empapado.
-Cuando yo
estaba vivo y tenía un corazón de hombre vivía en el Palacio de la
Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Fui siempre feliz
junto a mis compañeros. Así viví y así morí. Y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las
fealdades y todas las miserias de la ciudad.
En una
viviendo, ahí abajo, hay una mujer que es costurera. Borda pasionarias sobre
vestidos para conseguir dinero y poder mantener a su hijo enfermo. Tiene fiebre
y pide naranjas. Entonces la golondrina le llevó el rubí de su espada y lo posó
encima de la mesa de la vivienda.
Y así, la
golondrina se quedó con el Príncipe Feliz, ayudándolo a hacer felices a los
demás. Llevó sus rubíes y sus esmeraldas a la gente que lo necesitaba. Pasaban
los días, y ya en pleno invierno, la pobre
golondrina tenía mucho frío, pero no quería abandonar al Príncipe porque lo
amaba demasiado.
Estaba muy
débil, voló donde el Príncipe y le dijo que se marchaba.
-¡Adiós,
amado Príncipe! –murmuró. Permitid que
os bese la mano.
-Me da mucha
alegría que partas por fin a Egipto, golondrina –dijo. Has permanecido mucho
tiempo aquí. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a
Egipto donde voy a ir –dijo. Voy a ir a la morada de la Muerte. Y, besando al
Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo
instante, sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se
hubiera roto algo. Su coraza de plomo se había partido en dos.
A la mañana
siguiente, el alcalde paseaba por la plazoleta con los concejales de la ciudad.
Al pasar
junto al pedestal, levantó los ojos hacía la estatua.
-¡Dios mío!
–exclamó. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
Entonces
derribaron la estatua del Príncipe. La fundieron en un horno, y se reunieron
los concejales para decidir qué hacer con el metal.
-Qué cosa
más rara! Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno!
Y lo tiraron
junto a la golondrina.
-Tráeme las
dos cosas más bonitas de la ciudad –dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel
le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido
bien –dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso, este pajarillo cantará eternamente,
y en mi ciudad de oro, el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.
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