Bibundé - Michel Gay
El emperador
está loco por Bibundé. Lo voltea a compás mientras canta: Bibundé, Bibundé-o,
Bibundé-o-o..
“Otra vez!
Más alto!” pide Bibundé.
Le encanta y
el Emperador es feliz.
La
emperatriz también está feliz por Bibundé. Voltea creps para él.
“Para
Bibundé , Bibundéo, Bibundéoo…”
Cada vez más
alto. Cada vez más grandes. Las creps de chocolate le encantan a Bibundé. Las
come con deleite. Pero tiene cuidado de no ensuciarse. Sabe que pronto se hará la
inspección de los pingüinos.
“Yu, yu, yu…
“ Ya nos llaman.
La
inspección de los pingüinos es la mayor responsabilidad de la pareja imperial.
“Veamos si
nuestros pingüinos están bien limpios esta mañana.”
Todos están
en fila menos Bibundé, que se esconde.
Se
inspecciona desde la cabeza hasta los pies. Todo tiene que estar impecable.
Cuando la
Emperatriz se percata de una mancha en la barriga, aparta la mirada.
El emperador
mira con ojos terribles y exclama: “¡Cochino!” Los otros pingüinos contienen las ganas de reírse.
El “cochino”
ya sabe qué tiene que hacer. Se pone en el borde del banco de hielo y… el
Emperador le da un puntapié en el trasero. ¡Paf! Es la señal… para que todos
los pingüinos se zambullan detrás del “cochino”.
Todo el
mundo se salpica y chapotea en el agua. Es el baño de los pingüinos. Algunos
pingüinos viejos ya se han bañado más de ciento sesenta mil veces.
Bibundé en
cambio, no se ha bañado nunca. Este juego no lo divierte en absoluto. Prefiere
observar a los pájaros. Le gustaría volar como ellos, por si solo, sin rebotar
sobre los pies del Emperador.
Sin embargo,
la Emperatriz le ha prohibido alejarse. Los pájaros carnívoros son muy
peligrosos para los pequeños pingüinos.
Un pájaro
muy grande ha visto a Bibundé. Se abalanza
sobre él para comérselo.
Pero la
Emperatriz vigila y se lanza al auxilio de Bibundé. ¡Uf! ¡Bibundé se h alibrado
de una buena!
La
emperatriz también es campeona de tiro con bolas de nieve. Tómate esa,
pajarraco”
Se levanta viento. La emperatriz arropa
rápidamente a Bibundé entre las patas. ¡Es tan ligero Bibundé!
A la espera
de que el viento amaine, la Emperatriz hace punto con sus amigas. Su ovillo no
está bien sujeto debajo de la barriga. Bibundé se agita más y más. La lana le
pica Y en esto se escapa el ovillo. La emperatriz corre detrás de él. Alcanza
su ovillo de lana, pero el viento se lleva a Bibundé como una bola de plumas.
Bibundé está
encantado: por fin vuela. Aunque enseguida descubre que no puede ir donde el
quiere. Los pingüinos van haciéndose pequeños y pronto deja de verlos. El
viento amaina y deposita a Bibundé sobre el iceberg.
¡Pero…! ¡Hay
alguien en este iceberg!
“Hola!
Stefan, Derek ¿habéis visto qué bien vuelo? Derek y Stefan no lo escuchan,
huyen. “¡No tengáis miedo! ¡Soy yo, Bibundé!”
Bibundé
comprende por qué tienen miedo Stefan y Derek: un pájaro enorme se acerca.
Bibundé
también quiere huir. Agita las alas con todas sus fuerzas. Pero es inútil, no
vuela. Evidentemente. Los pingüinos no saben
volar.
Demasiado
tarde: la sombra del enorme pájaro ya está encima del pobre Bibundé.
¡Uf! No es
un pájaro carnívoro. Es sólo una avioneta que aterriza. Bibundé siente
curiosidad y se acerca. El piloto sale del aparato. La avioneta tiene una
avería, hay que repararla.
El piloto
está torpe porque tiene frío en las manos. ¡Oh, no! ¡La llave inglesa ha caído
al agua! ¿Y ahora qué? Ahí está, en el fondo del agua fría. En todo caso,
demasiado fría para el aviador.
A Bibundé no
le gusta bañarse. ¡Desde luego que no! Pero pensándolo bien, seguramente nada
mejor que el aviador… ¡Venga, ánimo! Y se lanza al agua.
¡Bravo!
Bibundé es formidable. Ha recuperado la herramienta indispensable para reparar
la avioneta. El piloto felicita a Bibundé y le pide que lo ayude.
Bibundé pasa
las herramientas al piloto. Los dos trabajan duramente. Finalmente el motor chasque,
arroja humo y la hélice empieza a girar. El piloto y Bibundé están cubiertos de
grasa, pero están contentos. ¡Lo han conseguido!
El piloto
lleva a Bibundé a su casa, con los demás pingüinos. Cuando llegan, todo el
mundo huye. Los pájaros carnívoros tienen mucho miedo del nuevo amigo de
Bibundé, el terrible pájaro con hélice.
Antes de
irse, el aviador le regala la bufanda, como recuerdo. “¡Hasta la vista,
Bibundé!”
El emperador
está un poco molesto por haber tenido miedo de la avioneta, pero está contentísimo
de volver a ver a su Bibundé-o.
En seguida
organiza una partida de Binbudé. Los pingüinos se van pasando a Bibundé
como si jugaran al balonvolea. A todos
les gusta menos a la emperatriz.
“¡Basta!”,
dice. “¡A ver si volveremos a perder a Bibundé!”
Entonces
Bibundé imite en grito de la formación para la inspección de los pingüinos: Yu,
yu, yu…
El emperador
no falta nunca a una inspección de pingüinos.Todos incluso Bibundé, se dirigen
hacia el mar.
Los
pingüinos murmuran y se ríen ahogadamente. ¡Pero, chitón! ¡Ahí está la pareja
imperial!
Todos están
a punto. Bibundé se ha quitado la bufanda. Se le ven todas las manchas.
¿Qué es lo
que veo?- grita el emperador.
¡Qué horror!
–exclama la emperatriz.
“Es grasa”,
responde Bibundé. “He hecho de mecánico”.El emperador intenta mirar con ojos de
terribles, pero le cuesta porque tiene ganas de reís. “Bibundé, eres el cochino
más cochino de todos los cochinos”
Bibundé
corre a ponerse en el borde del banco de hielo. Esta vez, es él quien tiene
ganas de reír porque el emperador no tiene mas remedio que dar la señal….una
señal muy flojita….para el primer baño del cochino mas pequeño de todos los
cochinos. Y el emperador salta al agua con todos los pingüinos cantando:
“Bibundé,
Bibundé-o, Bibundé-o-o”
Todos se salpican,
bailan y nadan. Entonces le llega un olor delicioso. La emperatriz trae creps
de chocolate fundido con gambas. Ella y sus pasteleras cantan:
“Para
Bibundé, Bibundé-o, Bibundé-o-dé-o….”
Fin,
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