El enano saltarín –W y J Grimm
Erase una
vez un molinero que, por querer hablar con el rey, perdió la razón y le dijo:
-Majestad,
tengo una hija que sabe hilar la paja y
convertirla en oro.
El rey, que
era muy avaricioso, ordenó traer a la molinera a palacio, la encerró en un
cuarto lleno de paja y le dijo:
-Esta noche
convertirás la paja en oro o, de lo contrario, aquí mismo morirás.
La molinera,
asustada, comenzó a llorar. Un duende
apareció delante de ella y le dijo:
-Si me das
tu collar, hilaré la paja en un tristrás.
Por la
mañana, el rey se asombró ante tanto oro, pero aún quiso más. Encerró a la
molinera en un cuarto más grande, con
más paja, y le repitió:
-Esta noche,
convertirás la paja en oro o, de lo contrario, aquí mismo morirás.
La molinera
lloró y lloró, y el duende volvió a aparecer:
-Si tu
anillo me das, hilaré la paja en un tristrás.
El rey, que
aún no había quedado satisfecho, condujo a la molinera por corredores fríos y
oscuros.
La encerró
en un inmenso cuarto repleto de paja y le gritó:
-Esta noche
convertirás la paja en oro. Y después me casaré contigo.
La muchacha
lloró durante horas, y el duende volvió a aparecer:
-Y bien,
¿con qué te podré pagar? –dijo la molinera, que ya no tenía nada que darle.
-Me veré
recompensado con un príncipe a mi lado. Así que el duende le hizo prometer a la
molinera que ésta le daría el primer hijo que tuviese. Después se puso a
trabajar toda la noche.
Al cabo de
un año los reyes tuvieron un hijo. Y un buen día, el duende regresó al palacio
y le dijo a la reina:
-¿Recuerdas
lo prometido? Vengo a llevarme a tu hijo.
La reina
desesperada, se deshacía en llanto. Y el duende le propuso:
-Si de aquí
a tres días adivinas mi nombre, olvidaré tu promesa y jamás volveré.
La reina
envió un emisario por todo el país, en
busca de nombre. Pero al día siguiente el duende se presentó de
improviso.
-¿Ya sabes
cómo me llamo? –le preguntó muy alegre.
-Te llamas
Lengualarga –dijo ella dudando.
-No.
-Frío, frío.
-Te llamas
Comebichos?
-Insistió
ella.
-¿Rompetodo?
¿Soplafuegos? ¿Rascagranos?
-No, frío,
frío. Y el duende desapareció.
Al día
siguiente, el duende volvió a visitar a la reina.
-Te llamas
Melchor –le dijo ella.
-No
-¿Te llamas
Gaspar?
-Frío, frío.
-¿Baltasar?
-No, frío,
frío.
Aquella
misma noche, cuando regresaba de su misión, el emisario vio en lo alto de un
monte a un duende. Estaba saltando alrededor de una hoguera y cantaba:
-Enano
saltarín me llaman, enano saltarín soy yo. Y mañana a la reina le robo el hijo
de su corazón.
El emisario
partió, veloz, a avisar a la reina.
Llegó el
tercer día y el duende regresó al palacio. La reina lo recibió con buen humor:
-Ya se tu
nombre, ¿acaso eres Sa…lomón?
-Déjate de
bromas y dame a tu hijo.
-¿No me
darás otra oportunidad?
-No.
-¿Será
porque te llamas enano sa…be..lo…to…do?
-No –dijo el
duende, echando espuma por la boca y encendido como el fuego.
La reina
continuó con parsimonia:
¿No es
cierto que te llamas ENANO SALTARÍN?
-Sapos,
brujas y mochuelos, es mejor que me retire –gritó el duende.
El Enano
Saltarín dio una gran patada en el suelo, y la tierra se abrió y se lo tragó
para siempre.
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