El príncipe rana- Los hermanos Grimm
Érase una
vez, hace muchísimo tiempo, una joven princesa que tenía un montón de juguetes
para divertirse. De entre todos, su
preferido era una pelota de oro, que llevaba consigo a todas partes.
Un día la
princesa fue a dar un paseo por el bosque. Cuando se sintió cansada, se sentó
junto a un estanque a descansar y empezó a jugar con la pelota de oro. La
lanzaba al aire y después la atrapaba con las manos. Cada vez la tiraba más
arriba hasta que una de las veces la lanzó tan alto que no pudo atraparla.
¡Paf! La
pelota aterrizó en el agua. La princesa se asomó al estanque, pero era tan
profundo que no podía ver el fondo.
-¡Oh, no! –
se lamentó la princesa-, He perdido mi pelota.
Lo daría
todo, incluso mis vestidos y mis joyas, por recuperar mi pelota de oro.
Mientras se
estaba lamentando oyó un ruido.
¡CROAC! ¡CROAC!
Una rana
asomó su fea cabezota fuera del agua y le dijo:
-¿Qué te
pasa, querida princesa? ¿Por qué lloras?
-¡Aaaayy!
–gritó asustada la princesa al oír hablar a la rana-. Tu eres una rana fea y no puedes ayudarme. Mi
pelota de oro ha caído en el estanque y ¡la he perdido para siempre!
-No llores
–croó la rana-. Si me dejas comer de tu plato y dormir en tu almohada, buscaré
tu pelota.
-¡Humm!
–dijo la princesa-. Esta asquerosa rana nunca podrá salir del agua, de manera
que si encuentra mi pelota no será necesario cumplir sus deseos. Así pues, se
volvió hacia la rana y le dijo:
-Si
encuentras mi pelota, prometo complacerte en todo lo que me pidas.
Al oír esto,
la rana salió del agua. En un abrir y cerrar de ojos, regresó con la pelota de
oro en la boca. La lanzó a los pies de la princesa y ésta, llena de alegría, la
recogió y corrió hacia su casa.
Ni tan siquiera se acordó de dar las gracias a
la rana, simplemente se olvidó de ella.
-¡Espérame!-
gritó la rana, pero la princesa ya no podía oírla.
Al día
siguiente, cuando la princesa se disponía a cenar, oyó un ruido extraño:
¡PLIS, PLAS, PLIS!
Era como si
algo húmedo se arrastrara por el suelo. Entonces sonó un TOC, TOC en la puerta
y una vocecita pronunció las siguientes palabras:
-Abre la
puerta, amor mío.
Abre la
puerta, corazón mío. Recuerda las promesas que me hiciste, ahora debes
cumplirlas, tal como me dijiste.
La princesa
abrió la puerta y allá estaba la rana. Asustado, cerró la puerta de un golpe
ante sus narices.
-¿Qué pasa?-
preguntó su padre, el rey.
La princesa
le contó todo lo que había sucedido en el estanque.
-Hija mía,
tienes que cumplir siempre tus promesas- le dijo muy seriamente el rey a la
princesa-.
Ahora, debes
dejarle entrar.
La princesa
obedeció a su padre y abrió la puerta. Al momento, la rana saltó al interior y PLIS, PLAS, PLIS se dirigió a la mesa.
-Levántame y
siéntame a tu lado –dijo la rana.
Frunciendo
el ceño, la princesa hizo lo que le pedía.
-Acércame tu
plato para que pueda comer de él- dijo el animal.
La princesa
cerró los ojos y le acercó su plato. Cuando la rana hubo comido hasta quedar
harta, dijo:
-Estoy muy
cansada. Llévame a tu habitación y déjame dormir en tu cama.
De nuevo y
con cara de pocos amigos, la princesa obedeció las órdenes de la rana.
Poco
después, la rana roncaba plácidamente sobre la almohada de la princesa.
ZzzZZZ ZzzzzZZZ
Y allí
durmió hasta el amanecer. Cuando despertó, se marchó dando saltos y croando Croac, croac!
-¡Hurra!
–gritó la princesa-. Se ha ido, ya nunca más tendré que ver a este renacuajo
saltarín.
Pero la
princesa estaba equivocada. Aquella noche, la rana volvió a llamar a la puerta
y pronunció las mismas palabras:
-Abre la
puerta, amor mío.
Abre la
puerta, corazón mío. Recuerda las promesas que me hiciste, ahora debes
cumplirlas, tal como me dijiste.
La princesa
abrió la puerta y ¡PLIS, PLAS, PLIS! …
la rana entró a la estancia. De nuevo, comió del plato de la princesa y durmió
en su almohada hasta el amanecer.
A la tercera
noche, la princesa empezó a pensar que la rana le resultaba un ser agradable.
-Tiene los
ojos bonitos- dijo mientras se dormía.
Cuando la
princesa se despertó a la mañana siguiente, se sorprendió al ver a un apuesto
príncipe de pie junto a su cama. La rana había desaparecido. Al mirar al
príncipe a los ojos le parecieron extrañamente familiares. Entonces, él le
contó que un hada malvada lo había hechizado convirtiéndolo en una asquerosa
rana. Y que el hechizo sólo podía romperse si una princesa lo dejaba comer de
su plato y dormir en su cama durante tres noches.
-Tú has roto
el hechizo y mi deseo es pedir tu mano para casarme contigo- dijo el príncipe.
La princesa
aceptó enseguida y antes de que el príncipe pudiera decir ¡croac!, aparecieron
un magnífico coche y un hermoso caballo. Con ellos se dirigieron al palacio del
príncipe, donde vivieron felices para siempre.
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