El rapto de Europa –Juan Kruz Igerabide


La bella Europa era hija de Poseidón, el dios de los mares. Le gustaba pasear por la costa en compañía de sus amigas. Tiraban piedrecillas al agua, admiraban los peces de colores, las cabras que pastaban en los acantilados, las vacas que descansaban en los cercanos prados, las aves que surcaban el cielo.

Tenían mucha precaución de no encontrarse con monstruos marinos o terrestres; si notaban la más mínima señal, corrían a refugiarse en cuevas y oquedades protegidas por el poderoso Poseidón.
Zeus, desde el Olimpo, se había fijado en aquel grupo de muchachas que correteaban por playas y ensenadas; sobre todo se había fijado en Europa, cuya belleza y cabellera de ébano hicieron palpitar de emoción el corazón del rey de los dioses del Olimpo.

-¡Por mi poderoso rayo! ¡A fe mía que nunca en mi vida vi muchacha más hermosa!
De un salto, Zeus bajó a tierra y se presentó con porte majestuoso ante el grupo de muchachas. Estas, que no lo conocían, echaron a correr despavoridas.
-¡Un desconocido! ¡Huyamos!

Zeus corrió tras ellas y logró alcanzar a Europa, que cerraba el grupo.
Intentó sujetarla del cabello, pero el pelo de Europa era tan fino y suave que se escurrió de entre los dedos del dios y no pudo retenerla.

Las muchachas saltaron a una oquedad protegida por Poseidón, y  Zeus se retiró prudentemente, porque no le convenía provocar la ira de su poderoso hermano. Poseidón reinaba en océanos y mares, y Zeus lo hacía desde el cielo.
-¡Qué contratiempo! Yo la quiero, la adoro. No puedo vivir sin ella. ¿Por qué me teme? ¿Por qué me rechaza?

Europa, a su vez, aún temblaba de pavor en medio del grupo de amigas.
Pasaron los días, pero a Zeus no se le quitaba de la cabeza la dulce imagen de Europa.
-Tengo que hacer algo para que me acepte.

Llamó a su hijo Hermes y le pidió:
-Hijo, ¿me prestas las vacas y los toros que le quitaste a Apolo?
-¿Para qué los quieres?
-Eso a ti no te interesa. ¿Me los prestas?

Nadie podía negarse a los deseos de Zeus.
-¿Dónde quieres que los lleve?
-A aquella playa de allí.

Hermes condujo su rebaño a un prado que lindaba con la playa donde jugaban Europa y sus amigas.
Zeus se transformó en toro y se puso a pastar en medio del rebaño.
Era un joven toro blanco de aspecto gracioso, con grandes ijadas y dos pequeños cuernos sin punta, suaves como conchas. Era un animal hermoso y apacible, incapaz de asustar a una mosca.

Divisa Europa al blanco toro, inofensivo como un corderito; se aleja de sus amigas para acercarse al tierno animal, lo toca, le acaricia la cabeza y los suaves cuernos, le pone flores en la boca, flores en los cuernos, flores en la cola. Es tan dócil el torito, que Europa acaba montándose sobre él y pasea por la playa, ante el asombro de sus amigas. 

De improviso, el toro se sumerge en el agua, y avanza a toda prisa. Europa mira para atrás, angustiada, comprueba que la costa se aleja a la velocidad del rayo. Con una mano se sujeta al cuerno derecho del toro; en la otra, aún porta su cesta de flores.
Zeus, en su loca carrera, llega a la isla de Creta, se convierte en águila y mantiene a Europa bajo su poder y vigilancia, hasta que un día la abandona y regresa al Olimpo a cumplir con sus tareas.



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