¡Corre, corre, panecillo! –Arnica Esterl


Érase una vez un hombre y una mujer, que tenían un hijo pequeño. Cierta mañana quiso la mujer hornear un panecillo. Mezcló huevos y harina, manteca y leche, y lo amasó todo hasta formar un lindo panecillo redondo. Lo metió en el horno y advirtió al niño:

-Quédate aquí a vigilar el horno. Padre y yo vamos a la huerta a sacar unas patatas.
Y así lo hicieron, mientras el pequeño se quedaba sentado frente al horno. Al poco, empezaron a sonarle las tripas y a hacérsele la boca agua pensando en lo que doraba allí dentro, así que abrió un poquito la puerta, sólo para olfatear, y entonces…

¿Qué sucedió? Pues que, ¡hop!, el panecillo saltó ágilmente, cayó al suelo y ¡salió a todo correr por la puerta de la casita!
Aunque el pequeño lo persiguió a toda carrera, el panecillo era más rápido: corrió y corrió por el camino sin que el niño pudiera darle alcance.

A todo esto, los gritos del perseguidor alertaron a sus padres, que tiraron las azadas y se sumaron a la persecución; el panecillo, sin embargo, mantuvo sin dificultad la delantera, hasta que la familia hubo de sentarse, completamente exhausta, en la cuneta, para recobrar el aliento.

El panecillo, que seguía corriendo, se topó al cabo con dos hombres que estaban cavando un pozo.
-Panecillo, panecillo bonito, ¿dónde vas? Preguntaron.
El panecillo contestó:
-De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño me he escapado, ¡y de vosotros también me escaparé!

Y allá que huyó a toda velocidad. Los hombres tiraron las palas y salieron tras él, pero no fueron capaces de cogerlo. Finalmente se dieron por vencidos y se sentaron, jadeantes, a descansar un poco.
Sin pararse un instante, el panecillo se encontró después con dos muchachas que recogían grosellas.
-Panecillo, panecillo bonito, ¿dónde vas? Preguntaron.

-De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño y dos poceros me he escapado, y de vosotras… ¡también me escaparé!
Así dijo el panecillo y siguió a toda mecha. Las muchachas, alzándose el orillo de las faldas, lo persiguieron un rato, pero no pudieron alcanzarlo, así que decidieron detenerse para comer grosellas y descansar.

El  panecillo dio entonces con un oso.
-¿Adónde te diriges panecillo? Preguntó el oso.
-De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño y dos poceros me he escapado, de dos bellas muchachas me he escapado, y de ti, oso gigante…, ¡también me escaparé!

-Habrá que verlo –gruñó el oso y se abalanzó sobre el panecillo, que se escabulló a la velocidad del rayo. El oso corrió tras él un rato, pero cejó su empeño cuando el apetitoso botín se esfumó en una cerrada curva del camino.

El panecillo se tropezó luego con un lobo. Preguntó el lobo:
-Dorado panecillo, ¿adónde vas?
De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño y dos poceros me he escapado, de dos bellas muchachas me he escapado, de un oso gigantesco me he escapado, y de ti, lobo malvado…, ¡también me escaparé!

-¡Eso te crees tú! –respondió el lobo, saltando de improviso sobre el panecillo que, con un ágil quiebro, puso pies en polvorosa. Aunque el lobo lo persiguió un rato, abandonó pronto, porque estaba fatigado y quería echar una siesta.

Corriendo y corriendo, el panecillo se encontró finalmente con una zorra, que a la sombra junto a un estanque descansaba.
-Dime, lindo panecillo, ¿dónde vas tan deprisa? –preguntó la zorra sin moverse un ápice.

-De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño y dos poceros me he escapado, de dos bellas muchachas me he escapado, de un oso enorme y un lobo me he escapado, y de ti, ciertamente, ¡también me escaparé!

-¡Ay, rechoncho panecillo, no te entiendo nada! ¿No podrías acercarte un poquito? –respondió la zorra.
El panecillo que quería hacerse oír, bajó la guardia por primera vez, se aproximó a la zorra y repitió en voz más alta:

- De un viejo y una vieja me he escapado, de un niño y dos poceros me he escapado, de dos bellas muchachas me he escapado, de un oso enorme y un lobo me he escapado, y de ti, ciertamente, ¡también me escaparé!

-Cuánto lo siento, amigo mío, pero sigo sin entenderte. ¿Te importaría venir un poquitín más cerca? –insistió la zorra.

El panecillo dio unos pasos hacia adelante y ya abría la boca para hablar, cuando la zorra, como un rayo, lo devoró con sus afiladísimos dientes de un bocado -¡clac!-, hallándolo, eso sí, tierno y sabroso.





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