El increíble viaje de Panda

 Un oso panda pequeño y juguetón vive con su mamá en lo alto de un árbol, en medio de un bosque de bambú.

Cada mañana, el osito da una voltereta deslizándose por la suave y ancha espalda de Mamá.

-¡Uuuuh, me haces cosquillas en la barriga! -grita Panda, que disfruta mucho con ese juego. 

-Seguro que esa barriga ya ha empezado a rugir, ¿verdad? -dice su mamá bostezando, mientras parte un trozo de bambú con una garra-. Es importante que comas y te hagas muy grande y fuerte; así podrás defenderte tú solo.

Después de desayunar, Panda juega al escondite ocultándose tras las altas cañas de bambú. Y se esconde tan bien que ya ha empezado a tener hambre un poco antes de que Mamá le diga:

-¡Ya puedes salir! Es hora de comer.

Después de comer, Panda y su mamá se revuelcan sobre las hojas de los árboles, y Mamá le hace cosquillas en la barriga hasta que él ya no puede más de tanto reírse.

-¡Hic! -repite sin parar.

El hipo les hace reír tanto que los dos acaban en el suelo, tumbados boca arriba.

Y siguen jugando hasta que Mamá empieza a bostezar y a frotarse los ojos con expresión soñolienta.

Es la hora de echar una siestecita al sol, en una de las ramas de la cima del árbol.

-Voy a aprender a hacer una voltereta hacia atrás -piensa Panda con satisfacción mientras se acurruca junto a Mamá, que tiene la piel suave y agradable.

Pero un dia Mamá oye el sonido de una sierra mecánica en la lejanía. Ella sabe muy bien lo que significa: los hombres van a talar el bosque en el que viven ella y Panda para llevarse el bambú.

-Debo salir a explorar y econtrar un nuevo lugar para vivir -dice con preocupación, abranzando al pequeño Panda-. Espérame aquí hasta que vuelva -exclama antes de adentrarse en la jungla.

Panda se queda esperando junto al bambú, y tiene mucho cuidado de comer bien para hacerse grande y fuerte, y poder defenderse solo.

También juega al escondite y se hace cosquillas en la barriga, como cuando jugaba con Mamá. Pero no es lo mismo.

-Cuando estás solo, no te lo pasas ni la mitad de bien -piensa Panda con tristeza, enroscándose en la rama grande de lo alto del árbol.

Y se acuerda de la suave y cálida espalda de su mamá.

Al día siguiente, Panda ya se ha cansado de estar solo. Tras desayunar y hacer su pirueta, se pone a pensar.

-Creo que ya soy lo bastante grande como para defenderme solo -decide al fin, dirigiéndose hacia la jungla en busca de Mamá.

Pero en la jungla todo es nuevo y distinto a lo que él conoce. Los sonidos, los olores, los sabores... todo es nuevo.

Panda eleva la vista al cielo y ve un pajarito que pía en un idioma desconocido.

-Qué raro suena -piensa Panda-. Me pregunto qué estará diciendo.

Es una pena que Panda no pueda entender al pajarito porque este le estaba avisando.

-¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El tigre! ¡El tigre!

Panda acaba de sentarse a descansar un poco, cuando de repente oye un quejido lastimero.

-¡Oooh, oh, ay!

Y es allí mismo, tras un arbusto, un cachorro de tigresa se queja porque se ha hecho daño en una pata.

-Mamá siempre me ha dicho que tenga cuidado con los tigres -dice Panda, un poco asustado.

-Y tiene razón. Si no me hubiera hecho daño en esta pata, ahora te estaría persiguiendo -gruñe la pequeña tigresa, muy malhumorada-. Tienes suerte de que, en vez de eso, necesite ayuda.

Panda le levanta la pata a la pobre tigresa y ve que tiene una espinita clavada en ella.

-No te muevas; ahora mismo te ayudo -le dice.

Panda le saca la espina en un abrir y cerrar de ojos. Tigresa enseguida se encuentra mejor.

-Pero dime, ¿Qué haces tu aquí solo en la jungla? -le pregunta ella mientras se lame la pata.

-Busco a mi mamá, que se fue en busca de un sitio nuevo para vivir. Me dijo que la esperara, pero me he hartado de estar solo -contesta Panda.

Y como Tigresa es muy amable (cosa rara en los de su especie) y  también se ha cansado de estar sola, decide acompañar a Panda en busca de su mamá.

-Yo encontraré a tu mamá. Los tigres somos los mejores del mundo buscando cosas -dice con aire presumido, sacudiendo la cola.

Así que Panda y Tigresa se marchan juntos.

Al cabo de un rato, llegan a la orilla del mar.

-Ahora nos toca nadar -dice Panda-.

-Ni lo sueñes -dice Tigresa, arrugando el hocico-. No se me ocurre nada peor que el agua.

Los dos animales contemplan el mar y los barcos que lo surcan.

Es entonces cuando Panda tiene una idea estupenda.

-Si yo construyo uno de esos, tú no  tendrás que preocuparte de que se te mojen las patas -dice, señalando un velero que se pierde en la lejanía.

-Bueno, si es así...dice Tigresa, lamiéndose la patita herida.

Así que Panda construye una balsa de bambú con espacio suficiente para una tigresa y un panda.

Los dos dicen adiós a su tierra natal y se adentran en el mar.

La balsa avanza por las aguas del océano azul. A modo de vela han puesto una hoja de una planta, la cual les protege también del resplandor y el calor del sol. Panda parte una ramita del mástil de bambú y se pone a masticarla con gusto.

-Tenemos barco y despensa a la vez! Creo que es el invento más sabroso e ingenioso de la historia -dice complacido mientras se relame.

Pero de repente, el viento cambia de dirección; se anuncia una tormenta.

Grandes olas empiezan a saltar por encima de la balsa mientras los pájaros aletean en el cielo. El viento sacude la embarcación, y Tigresa y Panda se aferran al mástil para no salir volando.

Las olas son cada vez más grandes. De repente, una fuerte bocanada de viento se apodera del barco, levantándolo a él y a los dos animales por los aires. ¡El mástil se parte en dos, y la balsa se zambulle salpicando de agua por todas partes!

El mástil, la vela, Panda y Tigresa dan vueltas en el aire y al final caen de nuevo al agua.

Entre tanto una pequeña orangutana contempla la escena, sola en la orilla, y se rasca la cabeza sin saber muy bien qué hacer. Es el momento de ser fuerte y valiente, piensa.

Así que la pequeña, fuerte y valiente orangutana rescata a Panda y a Tigresa de las aguas, los sube a la cima de su árbol y les prepara una camita de ramas, dejándolos allí.

Cuando los náufragos empiezan a recuperar fuerzas, la orangutana les trae algo de comida: corteza de árbol, flores, fruta, miel e insectos.

Tigresa engulle cinco ricas moscas de un bocado, y se relame muy satisfecha.

Panda, en cambio, arruga el hocico.

-¿No tendrás un poco de bambú? -pregunta tímidamente.

Orangutana le explica que el bambú no crece en esa parte del bosque, así que Panda baja a la playa y se pone a mordisquear la balsa.

Los tres animales pronto se dan cuenta de que es mucho mejor compartir su soledad juntos, y deciden no separarse. Pero antes de reanudar su viaje tienen que hacer la balsa más grande para que quepan en ella un panda, una tigresa y una orangutana.

A esta última no se le da muy bien construir balsas, pero Panda le echa una mano. Él sabe cómo se hace.

Así que atan unas cuantas ramas más, y enseguida tienen la balsa lista para los tres.

La embarcación vuelve a surcar las aguas del mar. Tigresa va tumbada al frente, disfrutando del sol; Orangutana dirige el barco con sus fuertes brazos, y Panda otea el horizonte con impaciencia.

Cuando de pronto...el agua empieza a moverse mas rápido. El mar abierto se estrecha y se convierte en un río de veloz caudal.

La balsa avanza ahora a gran velocidad.

-¡Una cascada, una cascada! ¡Socorro! -grita Panda.

Pero antes de que se den cuenta, Orangutana ya se ha agarrado a una rama, y tiene que valerse de todas sus fuerzas para sujetarse a ella.

Porque Orangutana es muy fuerte, ¡pero el agua también!

-¡Socorro! ¡Socorro! -grita Panda, muy asustado.

-¡Mamá, mamá!- grita Tigresa.

Una cría de elefante -muy fuerte, a pesar de su pequeño tamaño -oye a los amigos pidiendo ayuda. 

Cuatro rápidas zancadas de elefante le bastan para llegar al río. 

Estira con cuidado su poderosa trompa, y tira de la balsa hasta llevarla a la seguridad de la orilla. 

-Gracias por salvarnos -dice Tigresa un poco avergonzada. 

-De nada -suspira el elefante-. No tenía nada mejor que hacer. 

El elefante les explica que vive solo, ya que perdió a su madre un día mientras iban caminando por la jungla.

-Pero antes de separarnos, me habló de una isla muy especial. 

Una isla en la que hay comida suficiente para todos, y donde todos los animales viven en paz y armonía -dice el elefante.

Dicho esto, apunta con su trompa:

-Creo que es esa dirección. 

Todos miran hacia el mar. La única forma de llegar allí es atravesar los rápidos. 

Los cuatro amigos intentan llevar la balsa a tierra, pero es muy pesada y les cuesta mucho hacerlo. 

Por suerte el elefante que es muy listo, encuentra un par de troncos, y con ellos consiguen arrastrar la balsa hasta el otro lado. 

-¡Ja ja ja, qué fácil! Eso ha estado...¡chu-pa-do! -chilla la orangutana, muy contenta.

Pronto se oye el rumor de las olas. Ante ellos se abre el océano, azul y radiante bajo el sol. Ahora tienen que hacer la  balsa mucho más grande, para que quepan en ella un panda, una tigresa, una orangutana y un elefante. 

Ya es de noche cuando los cuatro amigos navegan en la oscuridad del mar. La luna brilla y las estrellas parpadean en el cielo. Sobre todo una de ellas, que les indica la dirección a seguir. 

Los vientos también les acompañan en la noche. Cuando al día siguiente sale el sol, distinguen una isla verde  y frondosa en el horizonte. Grandes árboles de tupido follaje se recortan sobre el cielo, queriendo alcanzar el sol. 

Orangutana fija el rumbo hacia la isla, pero la balsa se  ve arrastrada por una fuerte corriente que casi los conduce más allá de la isla. Menos mal que Elefante, succionando todo el aire que puede, hunde su trompa en el agua, sopla con todas sus fuerzas y consigue restablecer el rumbo de la balsa. Elefante lanza un sonoro bramido con su trompa. 

Y de repente, se oye a otro elefante que responde de la misma forma. Los ojos de Elefante se llenan de lágrimas al oírlo. 

Tigresa, que va al frente de la balsa, distingue algo con rayas en la playa. Orangutana oye conversaciones de la cima de los árboles. 

Y  a Panda le parece ver algo de color blanco y negro entre las hojas de los bambúes.

Un viento cálido recorre la cima de los árboles, y casi se diría que susurra una palabra:

-Bienvenidos.




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