El pequeño y astuto Neriel

 Neriel era un elfo bastante pequeño para su edad. Además, habia nacido con una salud frágil yu tenía que tener mucho cuidado de no coger frio al bañarse o con las corrientes, pues era propenso a estar enfermo con frecuencia. Pese a su debilidad salía al bosque a correr y a nadar, aunque siempre que lo hacia con sus amigos llegaba el último y algunos de ellos se reían de él por su escasa estatura y su salud débil. Su madre siempre le decía que no debía preocuparse por eso, porque lo verdaderamente importante no era ser pequeño o grande, fuerte o débil, sino lo que uno lleva en el espíritu, que no tiene tamañó. Neriel siempre había creído a su madre pero, por otra parte, sentia que era el último y eso le producía cierta frustación.

Aun así, tenia un corazón valiente como ninguno y pensaba que lo mejor que podía hacer era no rendirse.

Una tarde de verano, como era costumbre, salió con sus amigos, Elendur y Dasiel, con la intención de llegar a la gran cascada y bañarse. En algunos tramos se divirtieron haciendo carreras por el bosque. Neriel, por más que lo intentaba, llegaba el último. Aun asi pensaba que lo importante era participar y divertirse con sus dos amigos. Corrieron y corrieron hasta la gran cascada, donde se bañaron. Allí jugaron hasta que la tarde empezó a decaer y pensaron que era bueno volver a casa. Salieron del agua y, justo cuando se disponían a regresar al camino, apareció frente a él un hombre que se apoyaba sobre un cayado y andaba con dificultad. Tenía el rostro cubierto por una capucha y vestía un hábito que arrastraba por el suelo.

-Pequeños elfos -les dijo-, ¿podéis ayudar a este pobre ciego? Está anocheciendo y creo que me he perdido. Tal vez pudierais guiarme hasta el camino que está más allá de la cascada, la cual oigi, pero no veo. Temo ahogarme. Elendur y Dasiel se acercaron al pobre ciego y le ayudaron. Sin embargo, una voz en el interior de Neriel le decía que habia algo siniestro que aquel anciano ocultaba. Aún asi se dijo que podía ser solo una suposición falsa y, tal y como hicieron sus amigos, le ayudó a cruzar la cascada por el lado menos hondo, donde se hacía pie.

Cuando, por fin, alcanzaron el camino al otro lado  del río, el hoombre se apoyó en su cayado y sonrió dulcemente. 

-Gracias, jóvenes elfos- les dijo-, pero ahora que estoy en el camino, siento que tal vez me pierda de  nuevo y sé que hay grandes barrancos por los debo cruzar hasta llegar a mi añorada casa. ¿Podríais venir conmigo un rato más?

Elendur y Dasiel se miraron y accedieron pensando que no tenían nada mejor que hacer. Sin embargo, Neriel se quedó pensativo un segundo y después agarró a sus amigos, los alejó un poco del anciano y les dijo:

-No me fio de este hombre, pues, de antemano, sabe que somos jóvenes y no puede vernos, y sabe que está anocheciendo y no puede ver la luz del sol.

-Es un anciano -contestó Dasiel-, apenas puede mantenerse en pie. No podría ni siquiera contigo, que eres el más débil de los tres.

-No tengas miedo, amigo -le dijo Elendur-, si pasa cualquier cosa nosotros te protegeremos.

Dicho esto, acompañaron al anciano por el camino hasta cruzar las cañadas y los barrancos sin peligro alguno. Por fin, y ya de noche, alcanzaron  un claro donde, efectivamente, se veía la casa del anciano. A Neriel le pareció curioso que la chimenea de la casa estuviera encendida, sobre todo siendo verano y haciendo calor. Además, lo más misterioso era que el anciano no había estado dentro en todo el dia. De ser asi, la chimenea debia expulsar poco humo o ninguno.

-Anciano, ¿vivís solo en esta casa?

-Así es -le contestó.

-Veo que alguien ha debido activar el fuego de la chimenea, pues está encendida -observó Neriel para ver su reacción.

El anciano se quedó por un momento muy callado y sonrió. 

-Mi primo suele venir a cocinar a veces a mi casa, pues tengo una gran marmita que le presto para sus guisos. Es muy probable que haya sido él.

Neriel se quedó en silencio y continuó observando la reacción del anciano.

-Veo que eres un joven elfo muy perspicaz -le dijo.

Después se apoyó de nuevo en su cayado y les sonrió. Neriel sintió otra vez esa punzada que la avisaba de que aquel anciano no tenía buenas intenciones. 

-Gracias por venir hasta aqui -les dijo amablemente-, sin vuestra ayuda me hubiera sido imposible regresar a casa.

-De nada -le dijo Elendur -, ha sido un placer.

-Ya que estáis aquí, permitidme invitaros a cenar. Es de noche y seguro que estáis hambrientos. Puedo haceros una buena ensalada de tomates, espinacas y frutos del bosque, que sé q os encantan. 

Neriel se adelantó a sus amigos y dijo:

-Me temo que debemos irnos, es tarde ya y queda el camino de regreso. 

Sus amigos le miraron con extrañeza y despreocupadamente sonrieron.

-Tranquilo, Neriel -dijo Elendur-, podemos cenar y luego volver. No tardaremos demasiado.

-Nuestro amigo -confesó Dasiel -cree que usted tiene malas intenciones.

El anciano puso cara de sorpresa.

-Oh, no seas tan desconfiado, joven elfo, solo es gratitud lo que siento hacia vosotros. Acompañadme, acompañadme...

Dicho esto, sus amigos aceptaron entrar en la casa con el fin de cenar algo y regresar con fuerzas hacia su casa. Neriel decidió acompañarlos pero co cautela. Entraron directamente al comedor donde, efectivamente había un olor delicioso a fruta fresca, ensaladas y pequeños bizcochos de hojaldre y frutas del bosque. Todos se sentaron en torno a la mesa y sus amigos comenzaron a comer. Sin embargo, Neriel decidió no hacerlo y, cada vez que masticaba algo, lo sacaba de su boca y lo dejaba caer al fuego de la chimenea disimuladamente. Comieron hasta saciarse. Elendur y Dasiel bostezaron casi al mismo tiempo cuando acabaron. Fue en ese instante cuando el anciano se levantó y cerró la puerta de la casa echando el pestillo. Neriel comprendió que no necesitaría enfrentarse a ellos cuando estuvieran dormidos e indefensos. Neriel bostezó fingidamente con el fin de conocer las verdaderas intenciones del anciano. Supo que aquella comida debía de llevar algún tipo de compuesto que les provocaba sueño.

-Veo que tenéis mucho sueño -les dijo el hombre-, aquí hay sitio de sobra, así que, ¿por qué no os quedáis a dormir y mañana cuando amanezca regresáis a vuestra casa?

A Elendur le pareció una gran idea pues sentía que sus párpados se cerraban y apenas le dio tiempo de decir que si antes de caer completamente dormido. El pobre Dasiel estaba ya con los párpados cerrados, por lo que ni oyó la propuesta del hombre. Neriel, por su parte, supuso que la comida tendría alguna poción que les habría inducido el sueño. Así que se hizo el dormido pues, aunque hubiera podido marcharse corriendo, no quiso dejar solos a sus amigos. El anciano sonrió con cierta malicia al ver que los pequeños elfos parecían todos dormidos. Entonces, agitó las manos y un humo completamente verde y denso le envolvió. La nube densa se vaporizó y Neriel abrió los ojos de par en par cuando apareció el anciano, convertido en una mujer delgada y perversa. Llevaba un vestido negro y su cayado se había convertido en una vara alta y firme. Sobre su cabeza, un  sombrero picudo.

-Perfecto, perfecto -dijo acercándose al centro del salón-, ya tengo los últimos que necesitaba.

Neriel comenzó a tener mucho miedo, pero aun así se dijo que no podía dejar a sus amigos en aquel estado, en manos de una bruja. Elevó una mano y la alfombra se apartó del suelo del salón.

Neriel continuó haciéndose el dormido mientras contemplaba todo con los ojos entreabiertos. La bruja extrajo un pequeño juego de dos llaves engarzadas en un aro de su vestido y abrió con ellas una pesada trampilla que había en el suelo. Después, las dejó encima de una de las repisas y arrastró a Elendur hasta dejarlo caer en el sótano de la casa. Neriel vio su oportunidad en ese momento y salió corriendo de puntillas hasta llegar a las llaves. Con sumo cuidado, y gracias a sus hábiles dedos, desengrasó la llave del sótano. Sintió que la bruja subía ya las escaleras desde el sótano y, con premura, regresó a su sitio y se colocó en la misma posición. La bruja dio un resoplido por el esfuerzo y agarró a Dasiel. Neriel siguió fingiendo mientras la bruja arrastraba al sótano a su segundo amigo. Tras dejar a Dasiel en el sótano, la bruja se acercó finalmente a  él. 

-Y tú, aunque eres el más canijo de todos -le dijo sonriendo-, eres el más listo, pues casi me descubres.

Neriel no movió ni un músculo, solo respiró profundamente. Como al resto, la bruja lo llevó hasta el sótano. Abrió un poco los párpados y vio como la bruja se marchaba. De pronto, pudo entrever figuras que estaban junto a él. Abrió los ojos un poco más para acomodarse a la oscuridad y vio que toda la sala estaba llena de niños: humanos, hadas, duendes y elfos. La bruja cerró con la otra llave del sótano y Neriel rezó para que no se diera cuenta de que faltaba una. 

Pero la bruja no lo hizo. Estaba tan alegre pensando que su plan había dado resultado que no se percató de que le faltaba una llave. Neriel respiró aliviado y se levantó ante el asombro del resto de los niños. Se acercó a la trampilla y miró por una pequeña rejilla para ver qué hacía la bruja. Esta se había puesto sobre el caldero para removerlo. 

-Nadie puede escapar -dijo una pequeña hada desde atrás-.

Es la bruja Melinda y la puerta está cerrada con llave. Neriel miró hacia atrás y contempló a todos los niños desesperanzados.

-No os preocupéis, conseguiré que salgamos de aquí. 

Los niños se miraron los unos a los otros mientras sus dos amigos comenzaban a despertarse.

Neriel observó que, bajo la marmita, danzaban pequeños seres que tenían forma de llamas. Tan solo se diferenciaban por tener dos pequeños ojos rojos. Neriel había oído hablar de aquellos seres que eran como llamas vivas, capaces de fundir cualquier cosa.

-Son fuegos fatuos, verdad?

El hada asintió.

-¿Para qué calienta la marmita con fuegos fatuos? -le preguntó.

-La bruja está haciendo una poción cuyos ingredientes somos nosotros, niños de cada raza: hadas, duendes, humanos...cuando termine y se la beba, pretende dominar todo el pais de Dirm. Vosotros eráis los últimos ingredientes.

-Entiendo -le dijo pensativo-. Así que nos quiere cocinar...

-Así es, cada vez que atrapa a unos niños, los duerme con la poción verde que está allí, en su armario.

Neriel miró por la rejilla y contempló el pequeño armario al que se refería el hada.

-Escuchadme bien -les dijo a todos-.

Vamos a escapar de aquí. Esta noche cuando duerma la bruja podremos salir.

Todos los niños se miraron incrédulos y llenos de pavor, incluso Elendur y Dasiel le miraorn atemorizados. Entonces, con sumo cuidado y pidiéndoles silencio, les enseñó la llave. A todos los niños se les llenó la cara de alegría. Neriel se acercó a Elendur y Dasiel, que le abrazaron llenos de felicidad.

-Escuchadme, antes de irnos, tenemos que dar un lección a la bruja, para que no  vuelva a hacer esto a otros niños -les dijo.

Elendur y Dasiel le miraron con mucho miedo y se callaron de golpe.

-Nosotros solo queremos regresar a casa -dijo Elendur.

-Comprende que, si la bruja nos descubre, nos utilizará para su poción -contestó atemorizado Dasiel.

Neriel les miró extrañado. Resulta que él que era el más débil y menos fuerte, pero tenía más valor en su espíritu que sus dos amigos.

Comprendió ahora que su madre tenía mucha razón cuando le enseñó que lo que importaba estaba en el espíritu.

-Está bien -les dijo-, entonces lo haré yo solo.

Elendur y Dasiel le intentaron convencer de que no lo hiciera, pero él estaba resuelto a dar a aquella bruja una lección. Así que ideó un plan.

Esperó varias horas hasta que la bruja se quedó completamente dormida sobre su cama. Cuando comenzó a roncar, Neriel comprendió que había llegado el momento. Preparó a todos los niños y abrió la trampilla. Salió hasta la puerta de la casa y la abrió también. Entonces sonrió y les hizo salir uno a uno en el más absoluto silencio. Estos, cada vez que salían por la puerta, empezaban a correr sin parar. Por fin, cuando todos se habían ido, se acercó al armario, y lo abrió con cuidado. La poción que provocaba el sueño estaba en el estante, tal y como le había dicho el hada. Así que se acercó, cogió el pequeño frasco y se acercó a la bruja a hurtadillas. Con cuidado, abrió el frasco, y dejó caer varias gotas en su boca. La bruja las saboreó relamiéndose. Neriel esperó hasta que la poción del sueño hizo más efecto. Entonces, con todas sus fuerzas, cogió a la bruja por los hombros y la arrastró hacia el sótano. Comenzó a tirar, pero sus fuerzas no eran muchas y la bruja, aunque delgada, era mucho más grande que él. Tiró y tiró de ella pero solo consiguió moverla unos pocos metros. Sabía que era cuestión de tiempo que la bruja despertase, así que siguió tirando de ella. Por fin, estaba a punto de desistir, cuando por la puerta de la casa entraron sus amigos, Elendur y Dasiel.

-Sentimos haberte dejado aquí solo -le dijo Elendur -, fue el miedo el que nos hizo hablar así. Déjanos ayudarte.

Neriel sonrió al ver que sus amigos habían regresado por él. Entre los tres, arrastraron a la bruja y la dejaron caer al sótano. Neriel cogió la segunda llave del bolsillo y cerró la trampilla. Cuando la bruja despertó, no daba crédito de su situación. Estaba cautiva en su propio sótano. Chilló y chilló, golpeando la pesada trampilla, pero los elfos solo se rieron. Entonces Neriel se acercó y le dijo:

-Bruja malvada, he sido más listo que tú. No comí tu comida, te robé las llaves y te encerré en el sótano y ahora ya nadie te abrirá jamás.

Y así fue como regresaron a su casa y nadie desde aquel momento se rio nunca más de Neriel. Pese a que no era el más fuerte, ni el más rápido, si había demostrado ser el más valiente. Por otra parte, nada volvió a saberse de la bruja. Neriel, a veces, la imaginaba encerrada dando alaridos para que alguien la sacase de allí, pero al final siempre tenia la sensación de que esto no ocurriría nunca.






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