El sastre de Doromia
Darío Salgarin era un joven gnomo que vivía en un pequeño hueco bajo el país de Dirm. Allí, aparte de su casa, tenía su tienda, llamada Sastrería Salgarin, donde atendía a todo el pueblo gnomo de Doromia. Entre los suyos, era reconocido por ser un gran costurero. Era capaz de bordar, coser y diseñar cualquier prenda. No en vano, su fama había llegado a tal extremo que, Doromario Laelis, el nuevo presidente electo del consejo que dirigía Doromia, le había hecho llamar para que pudiera diseñar las prendas que llevaría el día de su investidura. Sin embargo, aunque su fama había crecido, el no la deseaba, pues era muy tímido, hasta el punto de que, aunque le gustaba mucho pasear, prefería hacerlo por la noche para no encontrarse con demasiada gente. También le gustaba mucho bañarse en el río pero, por por vergüenza a que le vieran en bañador, prefería ir cuando no había nadie. A veces, como se veía muy solo, trataba de salir por el día o ir cuando había gente, pero se ponía tan rojo cuando la gente lo reconocía que, finalmente, tenía que regresar a su casa. Un día, mientras estaba cortando unos patrones para un traje, escuchó el sonido de los cascabelillos que tenía colgados en la puerta de la tienda. Esto le indicó que había entrado alguien y dejó de hacer lo que estaba haciendo para recibir a su cliente. Entonces, al salir, contempló a la gnoma más bonita que nunca había visto. Tenía el cabello largo y rojo, y los ojos profundamente oscuros.
-¡Buenas! -le saludó sonriendo-. ¿Es usted Darío Salgarin?
-Así es -le contestó, sintiendo que sus mejillas se ponían rojas de vergüenza.
-Verá, necesito un traje de boda -le explicó-, y me han dicho que usted es el mejor sastre de toda Doromia.
-Sí, si, soy yo. Bueno...-le contestó a duras penas atragantándose-, más o menos, eso dicen.
-No sea modesto -le pidió-, si eso es lo que dicen, es lo que dicen. Alguna verdad habrá.
Darío se puso más nervioso todavía y tuvo que beber agua antes de proseguir con el encargo. Aun así su timidez le hizo no decir nada más. Fue más tarde, al salir la muchacha por la puerta, cuando le preguntó en un arranque de valor si podía decirle su nombre y dirección.
La gnoma se giró y le miró extrañada, como si no comprendiera para qué le pedía esa información. Su timidez afloró de nuevo en sus mejillas.
-Es...para el encargo...para saber quién...
-¡Ah, claro! ¡Qué despistada...! Me llamo Melina Andorim y vivo en el cuarto castañar, detrás del río -le dijo sonriéndole antes de salir.
Esa noche apenas pudo dormir pensando en ella. Encima le había encargado un traje para una boda, con lo que presuponía que Melina iba a casarse. Al día siguiente pensó que, si quería llamar su atención, tendría que diseñar el traje de boda más bonito que jamás hubiera llevado una novia gnoma. Manos a la obra se puso, primero eligiendo los materiales, después trazando los patrones, hilando en la rueca y cosiendo primorosamente todo. A la semana ya tenía presentable el mejor vestido de boda que una gnoma hubiera imaginado y esperó pacientemente a que la muchacha regresara, con el fin de saber más de ella. Tal vez, si no era ella la que se iba a casar, entonces podría llegar a conocerla mejor. Sin embargo, comenzó a pasar el tiempo y la muchacha no regresó. Darío decidió dejar pasar otra semana para ver si la chica aparecía, pero no lo hizo. A la tercera semana decidió coger el vestido y acercarse a su casa, tal vez estaba enferma y no podía venir. Caminó hasta llegar al rio y, tras cruzarlo por un pequeño puente colgante que iba de árbol a árbol, llegó al cuarto castañar. Se acercó hasta la puerta de su casa y, con mucha prudencia, llamó suavemente a la puerta.
No oyó nada y volvió a llamar, esta vez más fuerte, hasta que la puerta se abrió.
Apareció una gnoma más mayor, que por el parecido con Melina, debía de ser su madre. Tenía los ojos llorosos.
-Disculpe señora, traigo el traje que Melina me encargó hace tres semanas -le dijo-. Soy Darío Salgarin.
-Si, si, pase -dijo conteniendo el llanto-, le pagaré lo que le debo aunque mucho me temo que ya no habrá boda, pues Melina ha desaparecido.
-¡Vaya! -le dijo asustado-. ¿Qué ha pasado?
-Fue más allá del rio a coger moras silvestres. Le dije que no fuera más allá pero...solo se han encontrado sus huellas y unas grandes pisadas de un trol. Mi marido murió hace tiempo y ahora solo estamos su hermana mayor y yo, y no tengo a nadie que quiera ir a buscarla.
Ninguno de los soldados de Doromia ha querido ir. Un trol, claro. ¿Quién iría? Tal vez...la haya devorado.
-Yo iré...-dijo de pronto, sin saber cómo había pronunciado esas palabras.
La mujer le miró con los ojos abiertos de par en par y se abrazó a él. Darío trató de calmarla y le recomendó que no pensase más en que el trol la había devorado. Cada vez que lo pensaba, a él se le ponía la carne de gallina.
Dejó el vestido a la señora Andurin y se fue a la sastrería lo más rápido que pudo. Al llegar, eligió las telas más duras que tenía, en concreto, una tela mágica llamada alabastro, que una vez cosida no podía deshilvanarse. También tomó sus tijeras, sus agujas de coser, su dedal y la rueca. Lo puso todo en una carreta tirada por su pequeño poni y partió hacia la tierra de los trolls, más allá del rio y de las moras silvestres.
Efectivamente, cruzó el puente, dejó el castañar y atravesó el gran zarzal de moras, buscando las huellas del trol. Sabía que los trolls, pese a su fuerza y tamaño, eran bastante tontos y pensaban bastante lento. Debía aprovechar esa ventaja para poder salvar a la pobre Melina si todavía estaba viva. También era sabido que les gustaba comer hadas y gnomos, por lo que el tiempo iba en su contra.
Con el miedo en el cuerpo encontró por fin el rastro del mastodonte y comenzó a seguirlo.
Pasó así tres días hasta que, por fin, entraron en Bromgur, uno de los territorios de los trolls. Las huellas le guiaron en concreto hasta el interior de una cueva. Escondió su carretilla y su poni y, con mucho cuidado y miedo, entró dentro de la cueva. Llevó consigo una pequeña lámpara para ver en la oscuridad. Se internó hasta que, por fin, la gruta se abrió en un gran claro, donde un gran trol calentaba un gran caldero.
Había telas, un gran espejo, un delantal sucio y un montón de tarros de especias. Detrás de él, había varias pajareras colgadas que estaban llenas de gnomos y hadas. Detrás de una roca, Darío trató de ver si estaba encerrada Melina. Al principio no la encontró pero, cuando por fin la vio entre los rostros cansados de las hadas, suspiró aliviado al ver que estaba viva. Entonces observó al trol, lento y torpe, batiendo la grasa que había dentro del caldero, supuestamente, preparando el atracón de hadas y duendes que se iba a dar. Colgado del cuello comprobó que llevaba un collar con el nombre de Gurnuk, el despedazador.
<<Típico nombre de trol>>, se dijo.
Comprendió que tenia que actuar con celeridad. A estos seres les encantaba darse bombo con nombres como este, les parecía importante que el resto supieran lo fuertes y poderosos que eran.
A él, que le gustaba pasar desapercibido, le parecía todo aquello pura vanagloria. Salió de nuevo al exterior y se subió a la carreta y, sin dudarlo, azuzó a su poni y se encaminó hacia la cueva haciendo sonar una campana que avisaba su llegada. Gurnuk, el trol, no dio crédito cuando vio aparecer un poni, una carreta y un gnomo en la puerta de su casa. Por el brillo que se le puso en los ojos, Darío supo que el trol estaba pensando que él era más comida para el buche. El trol se acercó dispuesto a cogerlo con su enorme mano pero Darío, fiel al plan que había diseñado, saltó del carro y le hizo una reverencia.
-¡Por fin os encuentro, Gurnuk el despedazador! -le dijo.
El trol, al ver la reacción del gnomo, se detuvo extrañado. Darío dedicó una mirada hacia las alturas, y comprobó que todas las hadas y gnomos que había allí encerrados ahora le miraban.
De nuevo se puso rojo al saber que Melina le miraba también. Aun así decidió no detenerse, pues se estaba jugando la vida.
-¡Por fin, por fin! -gritó entusiasmado-. ¡Qué suerte la mía haber encontrado al más grande y poderoso de todos los trolls!
El trol se quedó pensando si se referiría a él.
-¿Te refieres a mi? -le preguntó.
-Por supuesto, amigo mío -le dijo-. Permitidme que me presente. Mi nombre es Darío Salgarin, y soy el sastre más afamado entre los míos. He vestido a todos los grandes personajes de Dirm: al ogro de Oremar, al rey enano de Freom, al rey del paso de Dirm y ahora, por fin, puedo hacer un traje a medida al gran Gurnuk, el despedazador.
El trol sonrió. La idea de un traje para él pareció convencerle. Además, le encantaba oír que él era como el ogro de Oremar o el rey enano de Freom.
-Te estaba esperando -dijo al fin Gurnuk-, has tardado en venir.
-No me ha sido fácil le contestó-, he viajado mucho para llegar hasta aquí, venerable Gurnuk. Allá por donde he ido, todos han temido y respetado vuestro nombre, pero imaginaos cuando tengáis un traje digno de vos. Vuestro aspecto será tan aterrador y poderoso que seréis la envidia de todos los vuestros.
El trol aplaudió excitado al imaginarse con su nuevo traje. El sonido de los aplausos casi dejó sordos a todos los que había en la cueva.
-Hazme el traje, gnomo Darío, y no te comeré ni a ti ni a tu poni -le dijo-. ¿Te parece bien?
-A eso he venido, admirable Gurnuk -le contestó con otra reverencia-. Lo primero que debo hacer, para confeccionar un buen traje, es tomaros las medidas.
-Bien, bien -contestó el trol.
Darío dio gracias porque la primera parte de su plan parecía haber dado resultado. Tal y como había dicho, comenzó a tomar medidas del trol para diseñar su traje. Sin embargo, mientras iba tomando medidas, le iba diciendo una y otra vez lo grande y maravilloso que era, cuánto terror inspiraba su nombre y que su fuerza era incomparable. Así pasaron tres días, midiendo y tomando notas. Entonces comenzó a hacer los patrones poco a poco, mientras el trol comenzaba a impacientarse. Darío, que veía que el trol quería su traje lo antes posible, comenzó a trabajar más lento, fingiendo que estaba cansado.
-¿Por qué tardas tanto, gnomo? -le dijo Gurnuk-. ¿No querrás que te coma ya?
-Poderoso Gurnuk, sois muy grande y mi tamaño es pequeño, no puedo trabajar más rápido. Además, si me comieseis no tendríais traje.
-Si, si. Claro, qué listo sois, gnomo -dijo sonriendo bobaliconamente.
-Sin embargo, se me ocurre una idea, si me dejarais a algunos de vuestros cautivos, podría trabajar más rápido y tener antes el traje -le propuso Darío-. Imaginaos cuando podáis ser el más terrorífico trol de todo el pais de Bromgur.
El trol de nuevo aplaudió dejando sordos a todos y liberó unas cuantas hadas y gnomos que, de inmediato, se pusieron a ayudarle. Pero entre los liberados no estaba Melina, lamentablemente. A Darío ya no le importó, pues estaba dispuesto a rescatar a todos los que allí había. El trol, por su parte, siguió removiendo la grasa caliente del caldero. Al cabo de varias horas más, volvió a impacientarse. Darío les había dicho que trabajasen más lento. El trol, ansioso por ver su traje acabado, se acercó al gnomo y le dijo de nuevo:
-Sastre, ¿por qué no avanzas más rápido? ¡Quiero mi traje! ¿No estarás tramando algo?
-Por supuesto que no, grandioso trol. Pronto tendréis vuestro traje, Gurnuk el despedazador, pero, por más que trabajamos, no damos a basto, pues somos pocos. Si fueseis tan amable de dejar salir al resto, creo que en unas horas más podríais probároslo.
-Si, si, si -le dijo entusiasmado-. Dejaré salir a todos menos a esta gnoma que cogí el otro día mientras recogía moras. Me la voy a comer antes de que acabe el día.
Entonces Darío sintió un miedo espantoso. Todos habían sido liberados menos la pobre Melina que le miraba desde arriba. El apretó los labios y les dijo a todos que había llegado la hora de terminar el traje que había diseñado.
No podía permitir que Melina acabara devorada por un trol y menos por uno que era tan estúpido. Todos trabajaron para que, antes de que terminase el día, el traje pudiera estar hecho. Cuando el trol se levantó y fue en busca de Melina para echarla al caldero, Darío se puso en medio de el y le hizo una nueva reverencia.
-Vuestro traje esta listo, ¡oh gran Gurnuk! -le anunció con pompa.
El trol se detuvo. Parecía que tenía ya bastante hambre, y parecía no saber qué hacer: si probarse el traje o comer primero.
Darío se adelantó de nuevo con su agilidad mental y, antes de que pudiera decidir, le dijo:
-Seguro que disfrutáis el doble si devoráis a esa pobre gnoma con vuestro traje puesto.
El trol aplaudió otra vez por lo genial de la idea y, de nuevo, dejó medio sordos a todos los que había en la cueva.
-Permitid que os ayudemos -le dijo Darío.
El trol no cabía en si de gozo.
Entonces, entre todos, ayudaron a Gurnuk a introducir las piernas en un mono ajustado. Más tarde introdujo las manos y completó las mangas hasta el final.
-Viene con sus propios guantes -dijo Darío, con una sonrisa-. Manteneos quieto, será más fácil, ¡oh gran Gurnuk!
Entonces, cuando ya estaba completamente vestido, Darío comenzó a coser las juntas con hilo de alabastro.
-¡Ya está! -le dijo-. Sin duda, nunca más podréis quitaros este traje gran Gurnuk.
El trol entonces se agachó y se miró sobre el espejo y sonrió. Estaba completamente enfundado de arriba abajo, con las mangas y las perneras completamente cosidas entre sí.
El trol sonrío pensando que era el traje más bonito que había visto hasta que de pronto intentó moverse.
Comenzó a gruñir y con el esfuerzo se desplomó sobre el suelo. Entonces, mientras todos salían corriendo y el trol no dejaba de rugir como un animal, Darío escaló lentamente hasta la pajarera y la abrió. Melina le miró y, antes de que pudiera reaccionar, le dio un abrazo.
Darío sintió que sus mejillas iban a estallar de lo rojo que se había puesto.
-Gracias, por salvarme -le dijo-, no me creo que hayas venido. Pensé que nadie vendría a buscarme nunca.
-Yo...si -dijo tímido-, yo si.
-Pero ¿por qué te has arriesgado así? -le preguntó ella.
-Creo que ya imaginas por qué -le dijo él.
Ambos salieron tranquilamente abandonando al trol tras ellos, que quedó dentro de su traje de alabastro, llorando. Durante el viaje, sintió un gran alivio cuando Melina le dijo que el traje de boda era para su hermana y no para ella.
Cuando por fin llegaron a Doromia, su fama había crecido todavía más y, de no ser por Melina que le ayudó a vencer la vergüenza, se hubiera escondido en su casa y no hubiera salido de allí en la vida. Aun así, con el tiempo, Melina y él se conocieron y, pese a su timidez, tuvo valor suficiente para decirle que la quería, aunque del esfuerzo casi se desmaya.
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