El cuervo y el zorro - Félix Maria Samaniego
En la rama alta de n árbol estaba el señor cuervo con un
queso en el pico. ¡Qué contento y satisfecho estaba con su botín! ¡Qué bien
olía además ese queso maravilloso que había logrado robar!
Ese olor que le gustaba tanto al cuervo también les
entusiasmaba a los zorros. Un astuto zorro que pasaba por debajo del árbol lo
notó y se dijo a sí mismo:
-¡Hum, hum, hum! ¿Qué estoy oliendo? ¿De dónde viene este
aroma de queso tan exquisito?
Olió alrededor del árbol y vio que allí no había ningún
queso. ¡Qué raro! Siguió olfateándolo todo para ver de dónde venía el olor. En
cuanto se apartaba del árbol, desaparecía. Estaba, pues, el queso en el árbol.
Miró hacía la copa, hacía arriba, y le fue fácil descubrir
en la alta rama al negro cuervo con el queso en su pico. En cuanto vio el
astuto zorro dónde estaba lo que quería,
es decir, el sabroso queso, imaginó la forma de conseguirlo.
Saludó con mucha ceremonia al cuervo diciéndole:
-Tenga usted muy buenos días, mi señor don cuervo. ¡Qué
elegante se os ve allá arriba! A mí me gusta decir siempre la verdad y no puedo
menos de manifestaros mi admiración hacía vos, mi señor don cuervo.
>> ¡Qué aspecto más espléndido tenéis! Desde aquí
abajo veo cómo os brillan las plumas negras. ¡Qué bellas son! , ¡qué negro más
intenso! Pero no sólo es el color, vuestra figura es elegantísima, ¡qué
gallardo sois, señor!
El cuervo, que ya estaba contentísimo con el queso, lo
estuvo mucho más con los elogios. ¡Qué día tan bueno estaba viviendo! , ¡qué
bien se sentía!
<< ¡Qué suerte he tenido de que este simpático zorro
me haya visto! –pensó-. Se nota que es además muy inteligente, ¡qué bien habla!
¡Qué bien me ve desde abajo! Tiene una vista magnífica. >>
El astuto zorro no oía lo que pensaba el vanidoso cuervo,
pero se lo imaginaba y continuó diciéndole:
-Mi señor don cuervo, yo no he visto a ningún ave como vos,
tan elegante, con unas plumas negras que brillen tanto. Estoy seguro de que
vuestro canto es tan armonioso, como es vuestra figura, y, si me dejáis
comprobarlo y cantáis para mí, yo juraré que sois el ave más bella que vuela
por el cielo. Y lo juraré delante de todas las aves y de todos los pajaritos.
Si cantáis tan bellamente como se os ve aquí arriba, el águila no podrá
competir con vos, mi señor don cuervo.
Al cuervo el discurso del astuto zorro le sonaba a música de
los cielos. A cada palabra, a cada elogio, se hinchaba más. Y, por fin, decidió
demostrarle que sí, que cantaba maravillosamente, para seguir oyendo alabanzas
de ese zorro tan simpático. Y cantó, o
mejor dicho, graznó:
-Cras, cras, cras. Y al mismo tiempo…. ¡se le cayó el queso!
Eso es lo que quería el astuto zorro. Para conseguir el
queso, había inventado el plan de los falsos elogios.
Y no perdió un minuto, cogió al instante el queso con su
boca. Pero antes de irse corriendo, le dijo al tonto y presumido cuervo:
-Señor bobo, ya no necesitáis comer este sabroso queso. Mis
falsas alabanzas os han hinchado el cuerpo. Mientras yo me como el queso, vos,
señor cuervo bobo, comed los elogios, comedlos, ¡a ver si os sientan tan bien
como a mí este queso exquisito!
¡Cuidado con los que siempre os alaban sin razón porque algo
esconden!
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