La gata con cascabeles - Félix Maria Samaniego
Una mañana salió al tejado la gatita Zapaquilda con un
collar de tercio pelo adornado con cascabeles.
Al verla, los gatos vecinos acudieron enseguida. Salían de
la buhardilla, venían de los tejados cercanos. Fueron todos saltando, lo más deprisa que pudieron.
¡Era un espectáculo ver a la gatita Zapaquilda rodeada de grupos de gatos!
¡Todos levantaban la cola lo más alto que podían! ¡Parecía un bosque de
mástiles, de palo de barco! ¡Ni se veía entre ellos a la guapísima Zapaquilda!
Ella, que se sabía cortejada por tantos gatos y era muy
presumida, hacía mil monadas, y los cascabeles sonaban y sonaban. Los gatos
estaban seducidos por la belleza de la gatita y, sobre todo, por el sonido de
tal juguete.
Zapaquilda les contó que su señora le había quitado el
collar a su perro y se lo había regalado a ella. Y la misma señora le había
dicho que le quedaba mucho mejor a ella, que estaba guapísima.
-¡Miau! ¡Miau! ¡Miau! –maullaron a coro todos los gatos,
totalmente de acuerdo con la opinión de la dueña de Zapaquilda.
¡Estaba hermosísima! ¡Qué bien le quedaba el nuevo collar de
los cascabeles!
El gato más atrevido se acercó mucho a Zapaquilda y le dijo
por lo bajo:
-¡Guapa! ¡Te comería si me dejaras!
Pero lo oyó otro de los gatos y sin más le soltó un zarpazo.
¡Qué jaleo se armó!
Zarpazo aquí, maullido allá. Todos los gatos, celosos,
empezaron a pelearse entre ellos porque todos querían ser el novio de la
hermosa gatita Zapaquilda.
Entre los maullidos y los arañazos, se levantó Garraf, un
gato prudente y con cierta edad, y les gritó a los enfurecidos gatos jóvenes:
-¡Dejad de pelearos, gatos! ¡Tanto arañazo, tanto maullido
por Zapaquilda! ¡Sois demasiado jóvenes y no tenéis dos dedos de frente! ¿Quién
va a casarse con una gata que lleva cascabeles? ¿No veis que el sonido que
hacen avisa a los ratones, y así éstos pueden huir?
>> ¿No os dais cuenta de que, mientras la bella gatita
se pasea con su collar de cascabeles, su marido tendrá que buscar la caza en
otra parte? Ella irá de tejado en tejado, presumiendo, rodeada de galanes, y su
pobre marido estará en un desván lejano en busca de ratones que necesitan los
dos para comer. ¿Os gustaría a vosotros ser
ese marido de la gatita con cascabeles?
No hizo falta más. Zapaquilda se fue a su casa pensando cómo
diría a su ama que le quitara el maldito
collar de cascabeles, y los gatos, con el rabo entre las patas, se fueron a
dormir la siesta.
¡Cuántos fracasos tendrán en la vida aquéllos a lo que sólo
les preocupa presumir! ¡Cuántos chascos se llevarán los que acuden al sonido de
los cascabeles!
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