El estanque de los patos pobres -Fina Casalrrey (Segunda Parte)
13- ¿Quería ver a Induráin?
El abuelo
estaba en la cama y yo me senté allí con él. Cuando yo estoy enferma, el abuelo
se sienta en mi cama y no se marcha. Y me cuenta cosas.
-Ahora te
voy a cuidar yo, ¿vale?
Unos pocos
días después de enfermar el abuelo, me parece que dos o algo así, vino papá porque tenían que llevarlo a
revisión. Esa revisión no es la de poner aire en las ruedas del coche cuando
nos vamos de viaje ni nada de eso. Es que llevan al abuelo a muchos médicos
para que la hagan fotos de las tripas y muchas
cosas más. Esta vez papá no me trajo regalos, ni trajo barba, ni nada.
Cuando papá
y mamá duermen juntos están contentos. Lo sé porque mamá hace comidas más ricas
y quiere darle sorpresas a papá. Y yo la ayudo. Por ejemplo ella me dice:
-No le digas
a papá que hoy hay tarta de almendras. Es una sorpresa. Y cuando llega papá, yo
le digo:
-¡Hoy no hay
tarta de almendras!
Así después
está más contento. Pero esta vez no estaban contentos. Gritaban mucho, que yo
los oí. Y me zumbaban los oídos y todo.
-Deberíamos
llevarlo a Navarra, que allí hay uno muy famoso. Pensé que a lo mejor el abuelo
quería ver a Induráin. Porque yo sé que
Induráin es de Navarra y es famosísimo. Sale en la televisión montando en
bicicleta y es muy alto. Pero me
equivocaba. Mamá quería llevar al abuelo a un médico de Navarra y papá no
quería y decía:
-Nosotros no
podemos hacer nada más. Hay que tener paciencia y esperar. Y mamá empezó a
decir cosas muy feas, muy feas. Así:
-No puedo
dejar que se muera sin hacer nada. Tú, claro, como no es tu padre…
-Deja de
gritar como una histérica que hasta él se va a enterar.
Yo fui
corriendo a donde estaba el abuelo, sentado en una butaca en su habitación
nueva. Allí también tiene váter. Y le pregunté:
-¿Verdad que
tu no te vas a morir?
Se lo dije
así porque yo sé que el abuelo nunca miente, aunque también es amigo de don
Manuel, el cura, que un día vino a visitarlo.
-Algún día
tendrá que ser, hormiguita mía, y no creo que falte mucho.
-¿Y tienes
miedo?
-¿Miedo? No
lo sé…
El abuelo se
rascó la cabeza para pensar, pero no pensó, se calló.
Después se
puso bien y ya pasó todo. Papá se marchó a trabajar para allá lejos lejos, y
mamá iba al banco del dinero. Aunque no es un banco para sentarse, allí también
hay gente sentada, que yo a mamá la he visto muchas veces. Aquellos días mamá
parecía un poco tonta. Estaba con el abuelo y se reía. Y le hablaba todo
contenta. Cuando salía de allí, se iba sola a su habitación. Y entonces estaba
muy triste y lloraba. Era un misterio, que eso son las cosas que no se
entienden y dan un poco de miedo.
-Papá, papá,
papá- ¡Ay papaíto! –decía cosas así.
Puede que
estuviera triste por algo, pero yo pensé que lo que le pasaba era que tenía
mimos. Los mimos son una cosa muy rara. Por ejemplo, tu tienes mimos y tienen
que darte más, si no te pones muy triste. Los mimos pueden ser besos, abrazos,
regalos, palabras bonitas…
Y siempre
funcionaban, porque yo me acerqué a mamá y le di un beso y un abrazo.
-Te quiero.
No estés triste –le dije.
Y a mi madre
se le pasaron los mimos porque sonrió. Yo no me podía subir a su regazo para no
aplastarle la barriga. Allí estaba Pablo, que ya pronto le tocaba salir y que
aún no se llamaba nada.
14- Las fiestas patronales
El médico
del abuelo le dijo que tenía que caminar mucho y yo fui con él.
Un día,
cerca de aquí, había unas fiestas muy grandes. Se llaman “fiestas patronales”.
Y el abuelo me llevó. Yo se lo pedí.
-Abuelo,
como tienes que andar mucho…, ¿por qué no vamos en el tren fantasma? Así ya no
te cansas.
Y es verdad,
porque allí hay que estar sentados y el tren anda solo. Y nos montamos en él.
Había que comprar un papel de color rosa para cada uno en un sitio que tiene
una ventana, y ya podíamos montar. Había una cola muy grande, pero nosotros
entramos primeros. El abuelo les tocaba a todos con su bastón en las piernas. Porque el abuelo tiene un bastón
nuevo que se lo regaló papá. Los niños y las niñas, las mamás y los papás nos
miraban muy serios y se apartaban. Y nosotros nos pusimos los primeros y nos
sentamos delante de todo. Delante es donde da más miedo, porque el tren pasa
por un sitio oscuro. Y pita fuerte. Y parece un fantasma que te pega con una
escoba. Y el tren da una vuelta entera y aparece una bruja colgada del techo
que nos echa colonia. Cuando se para, tenemos que bajarnos. Y a la salida hay
un señor que está sudando. Y da globos de colores. Al abuelo no se lo quería
dar, pero el abuelo se enfadó mucho y entonces se lo dio. Después yo era la
única que llevaba los globos, y todos me miraban. ¡Que se chinchen!
En las fiestas
patronales también hay autos de choque. Y caballitos de mentira. Y caballitos
de verdad. Y yo fui en todo. El abuelo no quería ir y se sentó en un banco que
tiene allí. Y yo siempre pasaba cerca de él dando vueltas. Y él me decía adiós
con la mano y yo a él también.
Me gusta
muchísimo que el abuelo me mire solamente a mi todo el tiempo. Otra cosa que
hay en esas fiestas de mi pueblo y que es muy divertida es el tiro. Allí
dentro, colgadas, tienen muchas cosas bonitas. Son los premios. Para ganarlos,
hay que tirar unos palillos, que son palillos de verdad porque allí todo es de
verdad. Hay que disparar con escopetas que también son de verdad. El abuelo
acierta siempre porque es un campeón.
-¿Quieres
tirar, hormiguita? –me preguntó.
-¡Siiiii! –dije
yo enseguida.
La escopeta,
que no es una pistola, pesa muchísimo. El abuelo me la puso sobre el hombro y
yo tenía que taparme un ojo y mirar por un sitio. Era muy difícil. El abuelo
desde atrás también cerró un ojo y me avisó:
-¡Ahora,
Noema!
Y yo apreté
una cosa que se llama gatillo. Allí tenía puestos dos dedos. Y, ¡chas!, rompí
un palillo. Después otro, y otro…
Y tuvimos
que pensar mucho para escoger los regalos. No pudimos coger juguetes porque
eran una caca, que lo dijo el abuelo. Y nos dieron una bajara nueva, una
linterna guay y un llavero para el museo
del abuelo.
-Es un
llavero antiguo y nos sirve –dijo el abuelo, que es sabio.
15- El museo del abuelo
El abuelo
tiene un museo de cosas viejas, que no son viejas. Son antiguas, que así es
como se dice. Las cosas antiguas tienen muchos años, pero no están viejas,
porque brillan.
La cosa que
más brillaba en el museo del abuelo era una moneda, que ahora ya no está allí.
Había que llamarla antigua porque al abuelo ya se la había dado su abuelo, que
está en el cielo.
Para ir al
cielo hay que ser viejo y morirse. También puede ir una persona joven si, por
ejemplo, va sola en bici por la calle del Ayuntamiento, que por allí pasan
muchos coches y te pueden atropellar. A un niño de mi colegio le pasó eso.
Yo sé muy
bien lo que es un museo porque el abuelo tiene uno. Un museo es un sitio donde
hay muchas cosas que ya no sirven pero que sirven. Por eso están allí. Por
ejemplo, no vale la comida. En el museo tiene que haber monedas que brillan,
una cosa muy oscura de hierro, que se llama plancha de hierro antigua…También
tiene que haber unas lámparas de otra clase, que se llaman candiles y no tienen
pilas ni nada.
El abuelo,
como es sabio, también sabe muchas cosas de los candiles. Algunas me las sé yo
enteritas de memoria porque son muy divertidas. Por ejemplo ésta:
-Cuando yo
era un muchacho –así me lo contó mi abuelo-, no teníamos muchos lujos –que quiere
decir que eran pobres como los patos del estanque-, pero nos divertíamos mucho.
Hacíamos bailes en la aldea por la noche. Poníamos un candil colgado del techo
para que nos diera luz. En una ocasión, dos amigos nos pusimos de acuerdo para
escoger a las mozas más bonitas del baile. Entonces, cogimos un palo que
teníamos escondido y golpeamos el candil hasta que se rompió y nos quedamos a
oscuras. Después, como no se veía nada, no sabían quién había sido.
Entonces yo,
que ya sabía dónde estaba la moza que más me gustaba, me acerqué a ella y le
estallé un beso en la boca, y ella me estalló un tortazo en la cara.
-¿Eso te
pasó de verdad, abuelo? –le pregunté yo.
-¡Bueno! La
verdad es que a mí ya me lo contó mi
padre. Fue a él a quien le pasó. En mis tiempos ya no se hacían esos bailes, yo
nos los recuerdo.
Esa historia
es muy divertida porque los besos de verdad no estallan, ni los tortazos. No
son bombas. Si estallasen, quedaría la cara toda rota, y eso es mentira. En el
museo del abuelo también hay libros chinos. Lo sé porque tienen las hojas muy
amarillas y me dijo Pili Canosa, que es
muy lista, que si son páginas amarillas es porque son chinas.
16-El estanque de los patos pobres
Algunas
veces, cuando no hay fiestas patronales ni nada, también vamos a pasear al
parque. Y jugamos con los patos del estanque de la alameda. Yo les echo
trocitos de pan de mi bocadillo y ellos lo comen. Lo que más me gusta es el
bocadillo de chorizo, igual que a mí. Como el pan se va para abajo, meten la
cabeza dentro del agua para cogerlo. A eso se le llama bucear. También sé
darles de comer en la mano y no tengo nada de miedo. Sólo me río porque me
hacen cosquillas. Hay personas que se llaman turistas porque, aunque ya son
mayores, todavía siguen señalándolo todo con el dedo.
El abuelo me
explicó que es así como se les reconoce. Y esos turistas echan monedas en el estanque
y cierran los ojos. Así pueden pedir deseos, que son cosas buenas que uno
quiere que pasen. Por ejemplo yo pedí:
-Quiero que
nazca Pablo.
Y nació
Pablo. Y fue guay. Y es que yo sé muchas cosas. También sé echarle las gotas en
los ojos al abuelo cuando estamos en el estanque de los patos. El reloj hace
así:
-Tic, tic,
tic, tic.
Y eso es
avisar que son las cuatro de la tarde y que ya es la hora de echar las gotas.
Yo estoy atenta porque algunas veces el abuelo no oye el reloj.
-Abuelo,
¡las gotas!
Y el abuelo
se sienta en un banco de los de sentarse y se las echo. Yo ya sé que tienen que
ser dos en cada ojo. Y aprieto una vez la botella, que es pequeñita, y salen
dos. La gente que pasa se queda mirándonos y se ríe. Yo no sé por qué se ríen.
Que el abuelo tenga los ojos enfermos no es para reírse.
El estanque
de los patos pobres es súper guay. Tiene muchos colores. Por dentro es azul y
hay montones de monedas. Mañana voy a ir a ver si todavía está allí la mía.
Pero aunque la vea, no la puedo coger porque entonces desaparecería la magia
que se ve en el cielo desde mi ventana.
Un día un
niño, que es mi peor amigo porque es un poco malo, pues un día, cogió monedas
del estanque y le crecieron las orejas. Mamá dijo que había sido por tirarle de
ellas. El abuelo, que no cuenta mentiras, me dijo que fue una magia mala por
quitarles las monedas a los patos pobres. A ellos les hacen falta para la comida.
Si les echan muchas monedas, seguro pronto dejarán de ser pobres.
17- Un secreto muy guay
Un día el
abuelo estaba bien porque se reía y todo. Fue al médico con mamá. Y cuando
volvieron, mamá se metió en su habitación y lloró, que yo la oí. Y otra vez
empezó como antes, a estar contenta delante de nosotros y a llorar cuando
estaba sola, que yo lo sé. Y fui a
hablar con el abuelo:
-¿Está mamá
enferma?
-¿ Por qué
me lo preguntas?
-Porque
algunas veces se está riendo y después, cuando no la vemos, llora mucho y dice “papaíto
querido” y cosas así. Y eso es muy raro. También dice que no quiere que te
marches. ¿A dónde te vas a ir, abuelo?
-No sé…No sé
a dónde y tampoco sé cuando me iré,
hormiguita.
-Yo no soy
una hormiga. ¡Soy mayor, abuelo!
-Mira, Noema…
-¿Qué,
abuelo?
-Yo soy
viejo y…
-¡Ah, ya sé!
Y tienes que irte a dormir al museo. Ya eres antiguo. ¿A que sí?
Al abuelo le
dio mucha risa y yo también me reí porque el abuelo estaba contento. Y después
se puso serio y siguió diciendo cosas:
-Un día me
tendré que marchar y no quiero que llores ni que estés triste. ¿De acuerdo?
-Vale. Yo no
lloro ni siquiera cuando me peina papá. Tampoco lloro cuando se marcha. Además,
tengo poderes; si cierro los ojos, puedo verlo a él aunque no esté. Después
vuelve y me trae cosas. Mamá es tonta por llorar tanto, ¿verdad?
No sé por
qué el abuelo se puso tan pesado con lo de llorar. Yo no lloro, soy fuerte como
él. Un día me caí en el colegio y me hice sangre, mucha sangre y no lloré nada.
-Noema, eres
muy valiente, no has llorado nada –dijo el profesor que me curó
El abuelo
tenía miedo de que me pusiera triste porque sabe que lo quiero más que a nadie.
Pero yo no lloro por eso. Después ya nos volveremos a ver. Es igual que cuando
llega papá. Todos estamos contentísimos.
-Abuelo,
aunque tardes mucho, mucho en volver, no me importa. Así me traerás más cosas.
¿Verdad? Yo quiero que me traigas unos prismáticos muy grandes. Quiero verte
desde aquí.
-¿Sabes que
todos hemos de irnos al cielo?-me dijo para enseñarme cosas; es sabio.
-Ya lo sé y
por eso quiero unos prismáticos más grandes que los de papá.
Claro, al
cielo hay que irse cuando somos viejos y el abuelo ya es bastante viejo. Mamá
dice que se debe decir “mayor”, porque viejas son las cosas y no las personas.
El abuelo
tiene bastón, tiene arrugas…,y un día fue en ambulancia. Por eso tuve que decirle
una cosa:
-A lo mejor
un día tienes que morirte. ¿Ya lo sabías?
-Sí…
-¡Hormiga!
Lo dije
antes que él. También puedo ser adivina. Total, me lo iba a llamar, como
siempre hace. Y fui al balcón y cogí una hormiga.
Y la metí en
un frasquito de cristal de las pastillas del abuelo. Estaba vacío. Y volví a la
habitación.
-Abuelo,
mira. ¿Ves? Aquí estoy yo.
-¿Dónde?
-Es este
frasco de cristal. ¿No me ves?
Y nos reímos
mucho los dos. El abuelo se reía tanto tanto que parecía que lloraba. Y como yo
al abuelo siempre le cuento todo, también tuve que decirle otra cosa:
-Mamá y papá
saben que te vas a marchar un día. Dicen que no se puede hablar de eso delante
de ti para que estés contento. También dicen que yo no puedo enterarme. Los
escuché hablar un día. Ellos creen que si me entero no duermo, pero duermo.
Mamá siempre está diciendo mentiras. Tiene suerte de que no le crezca la nariz.
El abuelo y
yo hicimos una promesa, que es un secreto muy guay. No le podemos contar a
nadie que hablamos de estas cosas. Como ellos no quieren hablar de eso con el
abuelo, sólo puede hablar conmigo.
-No me queda
mucho tiempo, ¿verdad? –le preguntó el abuelo a mamá.
-¡Papá, qué
tonterías dices! Si no tienes nada. Quédate tranquilo.
Se lo dijo
muy enfadada y se marchó corriendo. A lo mejor se fue a lavar la boca para que
no le nacieran bichos por decir mentiras.
Eso también
puede pasar, que me lo explicó Dominga.
El abuelo
estaba tranquilo, pero mamá salió corriendo como una liebre, que es una coneja
que corre mucho. Y por su culpa el abuelo se puso un poco triste y dijo:
-No tengo
con quién hablar. Esta hija mía huye de mí como si yo quemase.
Pero no quemaba,
era de broma. El abuelo solamente pica
un poquito con las barbas, pero muy poquito.
-¿Verdad que
tú no vas a llorar? –me preguntó algunas veces.
-¡Abuelo! ¡Eres
tan pesado como mamá! Ya te dije que no, pero me tienes que traer regalos.
Me enfadé un
poco y me marché. Estaba cansada de que
me hablase siempre de esas cosas. ¡Parecía tonto! ¡Hala, ya dije un pecado!
Bueno, no creo que sea pecado. Hay tontos de verdad.
Yo sé cómo
hay que colocarse para morir. Lo vi en algunas películas de la tele, y no pasa
nada. Solamente hay que estar acostada, cerrar los ojos y dejar que te pongan
una mano encima de la otra. Hay que estar muy callada. No te puede dar la risa
ni nada. Tampoco hay que tener miedo porque no te duele. Solamente hay que
aprenderlo para saber morirse cuando seas mayor.
Aquellos
días estuvimos haciendo prácticas para que el abuelo aprendiese, y lo pasamos
muy bien. Algunas veces nos reíamos tanto que hasta nos dolía la tripa.
-Abuelo, échate
en el sofá y mora para la lámpara. Ahora cierra los ojos y no te muevas.
El abuelo me
obedecía y cerraba los ojos. Yo le ponía las manos como tiene que ser y le
decía:
-¡No
respires!
Seguramente los
muertos no respiran. El abuelo respiraba porque le daba la risa y se le movía
mucho la barriga. Yo sé morirme mejor que él. Puedo estar tiempo quieta y sin
respirar.
No le
podíamos contar nada ni a papá ni a mamá. Solamente me dejan jugar a las
tiendas, a las mamás y a las profes. Pero a ir al cielo, no. Decían que esas
cosas asustan y que no se puede hablar de eso. Pero es mentira porque nosotros
no nos asustábamos nada.
18- Cuando nació Pablo
Un día del
mes de mayo nació Pablo. Ese mes se llama mayo porque unos días antes en mi
escuela hicimos un mayo con la profe.
Un mayo es
un cucurucho muy grande que parece un monte verde, pero no lo es porque tiene
flores y ramas. También tiene naranjas y huevos. Y los montes de verdad no son
así. Al mayo hay que cantarle cosas de risa, que nos manda la profesora.
Después hay que golpear con unos palos para hacer mucho ruido. Y los padres,
que están allí mirando, aplauden. Y las madres también.
Un día le di
un beso a mamá y otro a papá y me fui al cole. También se lo di al abuelo porque no podía venir conmigo. Le dolían mucho las
rodillas. La de pirata y también la otra. Y estaba un poco mal, por eso tenía
que usar una sillita de ruedas de mayores. Yo a veces la cojo y la conduzco. Se
pasa guay.
Aquel día
mamá tenía una barriga muy grande, muy grande, y yo no podía abrazarla porque
mis brazos no se estiran mucho como los de mi muñeca Penique Elástic. Y su barriga
no cabía dentro de mis brazos.
Cuando es
tan gorda, se puede decir barrigaza, pero ese nombre no me gusta para la
barriga de mamá. Por la tarde, cuando volví del cole, no estaban ni papá ni
mamá. Y Dominga, que manda mucho en mi casa porque le tengo que pedir permiso
para comer en la sala de la tele, a ver si me deja, pues Dominga estaba allí, y
se quedó a dormir en nuestra casa. También estaba el abuelo, claro.
Después, no
sé cuantos días después, vino papá todo contento y trajo un ramo de flores y lo
puso en su habitación. Y Dominga le ayudó a poner una bonita cuna, que había
estado guardada en la aldea y tenía telas de araña de ésas que dan mucho asco.
Por la tarde
papá fue a buscar a mamá, que estaba en el sanatorio. Cuando llegaron a casa,
todos estábamos muy contentos. Yo también porque ya podía abrazar a mamá. No
tenía la barriga tan gorda. Ya había salido Pablo. Le apareció allí porque papá
y mamá querían regalarme un Pablo. Él era el único que no estaba contento ese
día. Lloraba mucho. Mamá dijo que era porque tenía gases, que eso es aire que
está en la barriga y que, si no sale por un sitio, duele. También se pueden
llamar pedos, pero eso es un poco cochino, así que es mejor llamarle “plumas”, aunque
no son plumas ni nada.
El abuelo se
pasa mucho tiempo acunando a Pablo. Y yo mientras tanto lo peino. Y él cierra
los ojos. Y todos estamos contentos. Y papá le dijo a Pablo:
-¡Hola,
Pablo pequeño! Eres igualito que Pablo el mayor.
Eso es una
mentira. Pablo se hace caca en los pañales y el abuelo no. A lo mejor papá lo
dijo de broma, porque el abuelo no se enfadó. Pablo se pone colorado colorado y
después apesta, que eso es oler muy mal. Y es porque se ha hecho caca. Se
parece muchísimo al abuelo. Yo no lo noto, pero una amiga de mamá dijo que
Pablo tiene la nariz y los ojos del abuelo. Ahora tengo miedo de que el abuelo
se quede sin ojos y sin nariz.
19- El viento fuerte
Una vez
tronó mucho por la noche. El Sol ya se
había escapado como todos los días, pero esa noche también se fueron las
estrellas. Y yo también me escapé a la cama del abuelo. No quería que un rayo,
que es una cosa amarilla que echan las nubes cuando están enfadadas, pues no
quería que un rayo me quemase. Un día un rayo quemó un monte, que yo lo sé.
Hacía muchísimo viento. A mí me parece que una vez vi a ese viento gordo que sopla mucho y que
está en un libro que me enseñó el abuelo. Un viento que es un dios muy
poderoso. El viento puede hacer muchas cosas malas. Por ejemplo, puede arrancar
las tejas y tirarlas por el suelo, puede levantarles la falda a las señoras y que se les vean las bragas,
puede hacer que te entre arena en los ojos, puede hacer que se caiga la fruta
de los árboles, puede tirar macetas de los balcones…, y hasta puede hacer que
se vaya la luz y después hay que encender velas. ¡Bueno!, eso no importa porque
así mamá no puede leer y juega conmigo. En los dibujos de la televisión, el
viento también puede arrancarles la peluca a los señores presumidos; eso es
divertido.
Cuando ya
estaba en la cama con el abuelo, empezó a llover muchísimo. Yo oía como el agua
golpeaba fuerte en la ventana y tenía miedo de que rompiese los cristales. Como
no paraba de llover, empecé a pensar que el agua podía llegar hasta el 6ºD que
es nuestra casa.
-Abuelo, yo
nunca he nadado en un 6ºD y tengo mucho miedo.
-No te
preocupes, que si el agua llega a la cama, no será precisamente de la lluvia.
-¿Hay otra? –le
pregunté, porque no sabía.
-Claro, la
del pipi que se te va a escapar si no te duermes enseguida.
Pero esa
noche (era un día que era de noche, por eso lo digo), esa noche el viento
soplaba tanto tanto que yo dormí agarrada al abuelo y no me importó nada que me
pudiera contagiar la vejez. Dominga dice que si una niña o un niño duermen con
un viejo, que los puede contagiar.
-Abuelo,
tengo miedo.
-No te
preocupes, que el viento estaba de paso y ya se ha ido a asustar a otros niños
de muy lejos. Está jugando.
Cuando pasó todo el viento, que se fue para otro
sitio, y el abuelo roncaba soplando mucho, que él también parecía otro viento,
me levanté y me fui a mi habitación. Me miré en el espejo para ver si ya era
vieja y…¡mentira! Nada de nada.
Dominga
también cuenta muchas mentiras. Y como ella no es amiga de don Manuel, que es
el cura de la parroquia, no se las puede perdonar. Por eso Dominga tiene la
nariz tan grande. Es un poco fea, pero cuando no está mamá, manda muchísimo.
Casi siempre tengo que estar en el balcón cuando como algo, hasta que ella se
marcha o hasta que mamá viene a rescatarme.
-¡Dominga,
mujer! Hoy en el balcón hace frío –le dice algunas veces.
A mí desde
el balcón me gusta mirar las nubes blancas. Las grises y las negras no, porque
son las del viento fuerte y de la lluvia. Las nubes blancas son las sombras de
las personas que se fueron al cielo. Las vemos cuando ellos salen a pasear.
Están contentas porque tienen la forma que quieran. Hay nubes de jirafa, de
perro grande, de elefante macho, que también los hay que se llaman así. Esas
nubes no echan agua porque no se enfadan jamás, que eso quiere decir nunca.
20- Las cenizas del abuelo
Muchos días
después de nacer Pablo, papá se tuvo que marchar otra vez a su trabajo. Dominga
se quedaba mucho más tiempo con nosotros, porque mamá le pagaba más, que me lo
dijo ella.
-Dominga,
¿por qué estás aquí tanto tiempo? –le pregunté.
-Porque tu
madre me paga más pelas, y para cuidar a
tu abuelo.
Las pelas
son las pesetas, que me lo explicó el abuelo, que es sabio. Y ella sigue
diciendo mentiras. No necesitábamos que se quedara para cuidar al abuelo. Puedo
yo sola. Y también sabía que se iba a marchar pronto porque me lo dijo él, y
también porque se lo escuché decir a mamá por teléfono. A mí no me importa. El
abuelo sabe morir muy bien, que ya hicimos prácticas.
El abuelo no
tiene nada de miedo, porque me dijo:
-Ya me puedo
marchar tranquilo. En casa hay otro Pablo, y también estás tú, hormiguita.
Pablo se
llama Pablo porque el abuelo se llama Pablo. Y fui yo la que eligió el nombre,
que es el más bonito de todos.
-¡Noema! Ven
aquí –me llamó el otro día muy bajito el abuelo.
-¿Qué
quieres, abuelo?
-Coge la
moneda de plata que te gusta tanto hormiguita mía. Es para ti. Para que siempre
me recuerdes. El abuelo dijo que en la memoria, que es donde están los
recuerdos, si nos queremos mucho, las personas que se van al cielo siguen vivas
en esos recuerdos. Eso es una magia buena.
Yo quise
saber por qué el abuelo no tenía abuela como el abuelo Rafael, que tiene a la
abuela besucona que siempre me moja la cara.
-¿Por qué no
tienes abuela?
-Porque ella
ya se fue antes que yo.
-¿Y no te
esperó?
-Sí, todavía
me está esperando en el cielo, y yo estoy deseando verla.
-Y…¿en qué
vas a ir al cielo, abuelo? ¿En avión?
-Quizá vaya
en barco, no sé. Me gustaría…, díselo a mamá cuando sea, que a mi no me deja
hablar de estas cosas. Dile que me gustaría que echase mis cenizas al mar.
Yo no sabía
dónde tenía el abuelo sus cenizas. No sé muy bien lo que es eso. Más tarde le
di el recado a mamá. A lo mejor estaban en el museo del abuelo y mamá no quería
tiraras, por eso lloró cuando se lo dije. Entonces yo, para que no estuviera
triste, le prometí que le compraría otras cuando fuese peluquera y ganase mucho
dinero. Y después ya se reía. Seguro que era eso lo que le pasaba.
Como yo
quería saber lo que eran las cenizas del abuelo, sin que él me viese estuve
revolviendo en muchos cajones, pero no las encontré por ninguna parte. Sólo me
faltaba mirar en el cajón de sus secretos.
Yo sabía que
revolver allí sin permiso era un pecado muy gordo. Esperé a que el abuelo
estuviera dormido. Entré en su habitación y le hablé. El abuelo contestaba
aunque esté dormido. Le hablé muy bajito, muy bajito:
-Abuelito,
¿me dejas revolver en tu cajón de los secretos?
Como no me
contestaba, le pregunté otra vez:
-¿Me dejas,
abuelo?
-Siiii -me dijo respirando muy fuerte. Muy despacito
abrí el cajón grande, que pesa mucho. Allí sólo había una carta con la letra
del abuelo en el sobre, que decía:
Para
los míos, después de que yo fallezca
“Fallecer”
quiere decir irse al cielo. Entonces pensé que seguramente allí estarían las
cenizas del abuelo. Yo quería verlas antes de que él despertase. Abrí el sobre
y sentí un poco de frío en la barriga, que eso también es emoción. Allí dentro había una canción, porque era una
canción. Tenía los renglones cortos como la canción de la fiesta de los mayos
que cantamos en el colegio. A lo mejor eran sus cenizas, pero no creo. No sé.
Como era una
canción, volví a guardar el papel dentro del sobre.
El abuelo se
despertó entonces y yo pensé que me iba a reñir, pero no. Sólo me dijo:
-Hormiguita,
ven aquí. Me voy a marchar de viaje.
El abuelo
hablaba muy despacio y muy bajito. Seguro que no quería que se enterase mamá.
Es un pillo. Yo le hice caso y después le di un beso muy fuerte, de los que a él le gustan, de los que
estallan en la cara. Como los besos no son balas, no pasa nada. Y me fui a
dormir, que tenía mucho sueño.
21- Dominga es tonta
Un día,
después de dormir aquella noche, papá volvió y esta vez tampoco me trajo
regalos ni nada. Y eso que casi siempre me trae cosas guays. Dominga entró en
mi habitación y me despertó. Y no había cole ni nada. Yo sé vestirme sola desde
hace mucho tiempo, pero Dominga no me dejaba.
-Estate
quietecita, déjame que te ayude que así acabamos antes –me dijo.
-¡Tonta!
¡Quiero dormir! ¡Fea!
Le dije
todos esos pecados porque todavía tenía mucho sueño. Además, es verdad que es
fea. Tiene la nariz muy grande, muy grande, y es por decir mentiras.
-Venga, que
te vas a casa de tu amiga.
-¿A casa de
Pili Canosa? –le pregunté toda contenta.
-Siii,
venga, vámonos.
-¡¡Bieeeen!!
Yo lancé un
grito y me puse a dar saltos en la cama. Casi nunca puedo ir a casa de Pili
Canosa porque vive un poco lejos. Dominga me tapó la boca. ¡Es tonta! No me
dejó decir “bieeen”, y eso no es pecado.
-Calla. No se puede gritar ni reír.
-¿Por qué no
puedo? ¡Fea! ¡Idiota!
Le contesté
así para que se chinchase, que esto es que le de mucha rabia.
Pero ella,
en vez de enfadarse, puso una cara muy triste y me dijo:
-Porque…., porque….,
porque esta noche se ha muerto tu abuelo.
-¿Se ha
muerto el abuelo? ¡Guay!
Dominga puso
cara de muy asustada, como si yo hubiera dicho un pecado muy grande, y me
gritó:
-¿Estás
loca, o qué te pasa? ¡Vámonos de aquí de una vez!
Dominga
parecía completamente tonta.
No sabía que
el abuelo se quería marchar porque ya era viejo, bueno, mayor, y tenía que ser
así. Además el abuelo sabía morirse muy bien, que yo le enseñé.
-¡Si todavía
no se ha ido, quiero verlo! –dije yo.
-No puede
ser, Noemita –ella nunca me había llamado así antes -, que después vas a tener
pesadillas.
Dominga fue
una imbécil, que eso es aún peor que tonta. Y yo tuve que ponerme a llorar de
rabia para que me hicieran caso. Y vino mamá, que parecía que estaba borracha.
Tenía los ojos y la nariz colorados como Ramón el Canto, que se emborracha y se
cae. Y le riñe Dominga con una voz rara de llorar o algo así. A lo mejor
tampoco a ella le dejaban ver al abuelo.
-¿Por qué se
lo has dicho, Dominga? ¿No ves que es una niña?
-Mamá,
¡quiero ver al abuelo! Y quiero ver como echas sus cenizas al mar. Mamá puso
una cara…, como si estuviera montada en el tren fantasma, muy asustada.
-¡Noema!
¿Qué dices, hija?
-El abuelo
me pidió que te lo dijera. ¿No te acuerdas?
Y las
cenizas están en el cajón de sus secretos, que yo lo sé.
Mamá abrió
muchísimo los ojos y tuve miedo de que se le fueran a escapar de la cara, pero
no. Como yo me puse muy enfadada, me dejó ir a ver al abuelo, que estaba en la
sala de la tele. No había tele, no había sofá de sentarse a comer chocolate,
tampoco estaban todas las otras cosas. Habían puesto otras nuevas, muy feas. A
mí no me gustaron nada. Había poca luz. Mamá me llevó aló agarrada por el
hombro como si yo no supiera andar sola por toda la casa. Le prometí que
después me iría con la tonta de Dominga a casa de mi amiga Pili Canosa.
Pili Canosa
tiene mucha suerte porque puede comer muchos kilos de golosinas, que me lo dijo ella. Entré con mamá en aquella sala,
que ahora ya vuelve a estar como antes, y allí estaba el abuelo, dentro de una
caja grande que era como una cama
pequeña. Tenía un cristal por encima. Yo ya las había visto así en las
películas.
Allí dentro
estaba el abuelo con cara de risa. Yo sé porque estaba contento: se iba a
reunir con la abuela, que era la suya. Y también iba a ver a los amigos, que él
ya me lo había dicho. Supo morirse muy bien porque estaba igual que cuando
hacíamos las prácticas, por eso tenía los ojos cerrados y las manos juntas. ¡Mi
abuelo es un sabio campeón!
Ahora iba a
hacer ese viaje tan largo. Y, como es muy presumido, por eso quiso llevar
puesto el traje nuevo. También llevaba una corbata de bolitas. No se puso las gafas
de los ojos grandes. Nunca duerme con ellas. A lo mejor las tenía en el
bolsillo del traje. ¡Estaba guapísimo!
22- Abuelo, te quiero más que a nadie
Yo le enseñé
a mamá el cajón de los secretos del abuelo y le di aquella carta. Y mamá no fue
capaz de leerla. A lo mejor necesitaba gafas como las del abuelo. Y vino papá,
que ya había llegado de muy lejos, y la leyó en voz baja. Yo lo oí. Debía de
ser algo muy importante porque hablaba de las cenizas, pero no entendí mucho.
Sólo que teníamos que estar muy contentos.
Había un anciano
Con gafas de oro
Que sabía historias
De ocultos tesoros.
Había un anciano,
Cabellos de plata,
Amigo de moros
Y además pirata;
Con un diente negro,
De la mar, un lobo,
Con un garfio nuevo,
Lo sabía todo.
Vivía en su casa
Con mucho cariño,
Con su nieta guapa,
Y su nietecito.
Era tan feliz,
Siempre tan contento,
Que incluso jugaba
A cualquier invento.
Un día al pirata
Fueron a buscar,
Hizo su maleta,
Tuvo que marchar.
Y este mensaje
Deseo dejar:
Vayan mis cenizas
A jugar al mar.
Y que nadie llore,
No puede haber pena.
Seguid muy felices
Como lo es Noema.
Yo desde mi estrella
Os voy a velar.
¡Estad muy contentos!
¡Reíd y soñad!
Pablo
Después mamá
me dio un abrazo tan grande que casi me hace daño. ¡Qué pesada! Papá me llevó
con Dominga para que me acompañase a casa de Pili Canosa. Ese día pude comer
todas las golosinas que quise, y lo pasé chachi- piruli, que eso es pasarlo
súper bien.
Comí
caramelos verdes y se me puso la lengua verde. Comí caramelos rojos y se me
puso muy colorada. Y nos mirábamos en el
espejo y nos reíamos muchísimo. ¡Y me dejaron estar allí tres días! ¡Comí tanta
cosas….!
Cuando volví
a dormir en mi habitación, me acordé de una cosa que me había dicho el abuelo:
-Cuando yo
me haya ido de viaje y el sol desaparezca por detrás de los edificios, cuando
el cielo esté limpio y no haya nubes, asómate a la ventana. Yo estaré en la
primera estrella que veas más cercana a ti y podré escuchar todo lo que me
quieras decir.
-¿Te puedo
contar todo todo lo que yo quiera, abuelo?
-Claro,
mientras tú creas que es así, yo estaré allí.
-¡Que guay!
Pero el
abuelo se marchó hace ya muchos días. Por lo menos diez o más. Y yo no veía su estrella. Había muchas
nubes.
No le podía
hablar porque no sabía dónde estaba y a lo mejor no me escuchaba. Así que me acordé
del estanque de los patos pobres, que también se llama “pozo de los deseos”.
Cogí mi moneda de plata brillante y la eché allí. Y cerré los ojos. Y pedí el
deseo más grande de todos. Lo pedí con tanta fuerza que tuve que apretar los
puños hasta que me dolieron las manos:
-Quiero
hablar con el abuelo. Quiero ver su estrella desde mi ventana.
Y el pozo de
los deseos me concedió lo que le pedí. Y ahora mismito la estoy viendo y puedo
contarle cosas.
-¿Sabes,
abuelo? Me tienes que seguir ayudando a salir de los líos para que papá y mamá
no me riñan. También me tienes que salvar de la tonta de Dominga. ¡No seas tan
fresco, eh! ¡No te vayas a olvidar! ¿Te acuerdas de cuando papá le estaba
cambiando una rueda al coche nuevo y le puso una cosa que se llama gato, pero
que no es un gato? Yo lo saqué de allí sin querer y el coche se cayó al suelo.
De no haber sido por ti….¿Te acuerdas del día de los Santos Inocentes, que se
pueden hacer cosas y no es pecado? Le metimos a mamá una serpiente de goma en
la cama y se puso a gritar como una loca. Nosotros le dijimos que no sabíamos
nada. ¡Qué risa! ¿Y cuando te escondí el bastón para que no te fueras mientras
yo estaba en la escuela? Entonces te enfadaste un poco, ¿verdad que sí? Abuelo,
¿quién me va a curar las heridas cuando me haga daño?
Tú sabes
ponerme las tiritas muy bien.
Mamá no
sabe, ella solamente me manda limpiarme con agua. ¿Vas a volver? ¿Qué me
traerás? ¿Estás bien? Ya no quiero ser peluquera cuando sea mayor. Prefiero ser
astronauta y construir una nave muy rápida para ir a visitarte a tu estrella,
¿vale?
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