Narciso y Eco –Juan Kruz Igerabide


El adivino Tiresias se hizo famoso por sus predicciones.
Un día, una ninfa le pidió consejo:
-Estoy embarazada y quiero saber si mi hijo tendrá una larga vida.
-La tendrá, a no ser que se vea a sí mismo –le respondió Tiresias.

Nació el niño y se llamó Narciso. La ninfa prohibió a su hijo que se acercara a los espejos.
-Si lo haces, morirás.

Y el niño obedeció a su madre y creció hermoso y feliz. No había niño más bello en la Tierra.
A la edad de dieciséis años, Narciso se internó en el bosque y fue avistado por Eco, una alegra ninfa, que no sabía quedarse callada cuando alguien le hablaba, aunque tampoco sabía comenzar una conversación.

Eco se quedó prendada de la belleza de Narciso. Quiso hablarle, pero no pudo.
-¿Quién anda ahí? –preguntó Narciso.
-…ahí? –contestó Eco.
-Acércate, no tengas miedo.
-…edo.

Se presentó Eco ante Narciso y trató de darle un beso. Narciso la rechazó.
-No me gustas.
-…tas.

Eco se marchó avergonzada y disgustada y desde entonces se esconde entre zarzas y en cuevas, sin que nadie la vea.
Entonces Narciso se tumbó en la hierba al lado de un riachuelo y se quedó dormido.
Cuando se despertó, sintió sed. Se acercó al río a beber y vio su propia figura reflejada en el agua.
Narciso se quedó pasmado y maravillado.

-¡Tú sí que me gustas!
Admiró los cabellos que parecían virutas de sol, los ojos que semejaban dos cielos estrellados, los pómulos y la nariz de marfil, los labios de frambuesa, las orejas de seda…
-Veo a un ser extraordinario, pero no puedo tocarlo –comenzó a lamentarse -. No nos separa ningún mar, solo un poco de agua. Yo quiero abrazarlo, él también trata de abrazarme, pero no puede tocar más que agua. Sal de ahí, por favor.

De pronto, se dio cuenta:
-¡Si soy yo mismo! ¡Me amo a mí mismo!
Se miró de nuevo en el agua y se echó a llorar. Las lágrimas enturbiaron el agua y la imagen se borró.

-¿Adónde vas?
Se lanzó al agua, y gritó:
-¡Adiós!
Eco, desde lejos, repitió:
-…os!

Narciso se ahogó y bajó al Tártaro.
Una vez allí, de vez en cuando pedía permiso a Hades para salir a la orilla del río del infierno y se tumbaba para admirase en el reflejo del agua. De lejos, el barquero Caronte lo observaba, acariciándose la barbilla.

Su madre ninfa lo buscó por todas partes, pero no encontró más que una flor de blancos pétalos a la orilla del riachuelo del bosque: un narciso.




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