La gallinita roja


Érase una vez una gallinita roja que vivía en un gallinero de madera en medio de una enorme granja. Sus mejores amigos eran los animales que vivían allí con ella: la vaca, el pato y el gato. 

Ella era mucho más activa y trabajadora que sus compañeros y cada mañana, nada más despertarse, regaba su jardín, labraba y abonaba el huerto y arrancaba las malas hierbas que allí crecían. Después, se pasaba el resto del día caminando por el gallinero, mordisqueando semillas, recogiendo ramitas y manteniendo el lugar limpio y ordenado.  



Aunque la gallinita no paraba de trabajar en todo el día, sus amigos no realizaban ninguna labor, simplemente descansaban bajo el cálido sol y miraban como la gallinita roja trabajaba sin parar. “¡Sois unos vagos!”, les decía ella sin descansar ni un segundo.  

Un día de verano, la gallinita encontró algunos granos de trigo en el jardín. “¡Qué suerte he tenido! ¿Qué podría hacer con estas semillas? Podría comérmelas, pero me durarían muy poco tiempo. Quizá pueda hacer algo mejor con ellas”, se preguntaba. Entonces, tuvo una gran idea: “¡Si las planto, podríamos comer pan recién hecho cada día!”, se dijo. 


Entonces, fue a ver a sus tres amigos que estaban durmiendo cerca de la casa: “¡Cloc, cloc! ¿Quién quiere ayudarme a plantar estos granos de trigo?”, les preguntó.  

Sus amigos abrieron poco a poco los ojos:  

“¡Muu, muu! Yo no”, dijo la vaca mientras se volvía a dormir.  

“¡Miau, miau! Yo tampoco”, respondió el gato bostezando.  

“¡Cua, cua! A mí tampoco me apetece”, le contestó el pato, escondiendo su cabeza bajo el ala.  

“¡Cloc, cloc! Muy bien, entonces lo haré yo sola”, exclamó la gallinita enfadada y triste. 

La gallinita buscó un buen lugar para plantar las semillas en el huerto y allí comenzó a labrar la tierra. 

Sus amigos, sin embargo, se negaban a ayudarla. Veían que era un trabajo muy duro y estaban demasiado cansados como para echar una mano.  


Al poco tiempo la gallinita pudo ver los frutos de su duro trabajo: a finales de verano las semillas se habían convertido en largos y dorados tallos de trigo.  

La gallinita estaba entusiasmada y les volvió a preguntar a sus amigos: “¿Quién va a ayudarme a cosechar el trigo?”. 

“Yo estoy muy cansada”, dijo la vaca. 

“Yo no je dormido nada en semanas, no cuentes conmigo”, respondió el pato. 

“Ni tampoco conmigo”, añadió el gato. 

“¡Cloc, cloc! Está bien lo haré yo sola”, respondió la gallinita roja, y con una guadaña de gran tamaño poco a poco cosechó todo el trigo. Después, separó el grano de la paja mientras sus amigos descansaban al sol. 

Con todo el cereal recogido y limpio, era el momento de convertirlo en harina, y para ello tenía que molerlo. 


“¿Quién va a ayudarme a llevar el trigo al molino?”, les preguntó. 

Una vez más sus amigos se negaron: 

“Yo no”, graznó el pato.  

“Estoy muy cansada y no puedo ir”, dijo la vaca entre bostezos. 

“Yo no pude dormir nada anoche, no cuentes conmigo”, añadió el gato. 

“¡Sois unos perezosos!, lo haré yo misma”, gritó la gallinita roja. 

A la mañana siguiente, nuestra amiga cargó el trigo en una carretilla y emprendió el camino hacia el molino, que estaba a una gran distancia.  


Una vez allí, tuvo que esperar un par de horas hasta tener la harina lista. Después, la gallinita roja regresó a la granja transportando ella sola el pesado saco de harina.  

Había sido un viaje muy duro, así que cuando por fin llegó a la granja ya caída la noche, se sentó a descansar bajo un frondoso árbol. 

A la mañana siguiente la gallinita roja encontró a todos sus amigos jugando juntos: “Hola a todos. ¿Quién quiere ayudarme a hornear el pan?”, les preguntó. 

“Hoy es mi día de descanso, yo no”, respondió rápidamente la vaca. 

“Es verdad, hoy es domingo y es también mi día de descanso”, afirmó el pato. 

“También es mi día de descanso”, añadió el gato. 

“Entonces lo haré yo misma”, respondió la gallina, muy molesta con todos ellos. 


Necesitaba algunos ingredientes más para hacer la masa, como leche, mantequilla, azúcar y levadura. Así, rápidamente salió hacia el mercado para comprarlos. 

Cuando regresó mezcló y amasó todos los ingredientes con esmero y, al acabar, dejó la masa reposando en la cocina durante varias horas.  

Al atardecer la masa ya estaba en su punto para poder hornearla, así que la gallinita encendió el horno y, cuando este cogió la temperatura adecuada, introdujo la masa. 


Pronto el pan estuvo listo y la gallinita lo sacó del horno y lo dejó sobre la mesa para que se enfriara. Tenía una pinta estupenda: crujiente y tostadito, ¡qué rico! 

El delicioso aroma del pan recién hecho se extendía por toda la granja. 


Cuando el pan estaba listo, la gallinita roja se dirigió a sus amigos y les preguntó: “Hola a todos. ¿Quién quiere ayudarme a comer el pan?” 

“Yo lo haré”, respondió la vaca. 

“¡Y yo!”, dijo el pato también. 

“Yo también te ayudaré encantado”, añadió el gato relamiéndose. 

“¿Me ayudasteis a sembrar el trigo? ¿Me ayudasteis a cosecharlo o a llevarlo al molino? ¿Me ayudasteis a hacer la masa?, le preguntó. 

Entonces, sus amigos respondieron avergonzados: “¡No, lo sentimos mucho!”. 


“Entonces me comeré el pan yo sola, así aprenderéis”, concluyó la gallinita roja.  

Y dicho esto se comió su delicioso premio después de todo el esfuerzo que había realizado. 

 

FIN 

 



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