El león y el ratón - Esopo
Un león tenía entre sus garras a un pobre ratoncillo. No es
que el ratón estuviera preso por haber robado un trocito de queso o de tocino
como lo hubiera hecho en las trampas que le ponían en las ratoneras. ¡No! ¡Qué
va! Lo que había sucedido era que el león dormía tranquilamente en su cueva, y
el ratoncillo y unos amiguitos suyos saltaban, corrían junto a él, se le subían
encima sin miedo alguno, ¡y le despertaron!
El felino, furioso, cogió al primero que vio, y éste fue
nuestro pobre ratoncito. Él, al verse prisionero en esas garras terribles,
terminadas en unas uñas curvas que podían atravesarle, empezó a llorar. Y entre
sollozos, le pedía al gran león mil perdones por su atrevimiento, por su
insolencia.
El león, al ver que un animalito tan pequeño sabía pedir
perdón tan bien, con tan buenas palabras, le perdonó. Además vio que lloraba y
le dio pena. Lo saltó y le dijo:
-No llores más, ratoncito. Veo que no querías despertarme y
te perdono. ¡No lo vuelvas a hacer!
¡Qué contento se puso el ratoncito al ver que las patazas
del león le soltaban! Dio un brinco de alegría y se metió en un agujero.
Unos días después, el león, al cazar, cayó en una red que los hombre habían tendido entre la
maleza. Estaba oculta por los arbustos, y él no la vio.
Rugía furioso, intentaba liberarse y romper la red con sus
garras, pero nada podía hacer. Estaba completamente enredado en ella, ¡había
quedado prisionero!
Sus rugidos resonaban en todo el bosque, y el eco los
repetía. Todos los animales lo oían,
pero ninguno acudía. Bueno, sí, uno acudió: el ratoncito!
Corrió a ver qué había pasado y vio al gran león cogido en
la trampa de la red oculta. Se le acercó y le dijo que no se preocupara, que
callara para que los hombres no le oyeran, y que le dejara trabajar a él.
Y empezó a roer con sus dientecillos la red, sin parar, sin
parar. Primero rompió un anillo, luego el de al lado, y fue así haciendo, poco
a poco, un agujero en la red. ¡Ya pasaba por ella una garra del león! ¡Ya pudo
ayudar a su pequeño amigo en su tarea de romper la red!
A los dos juntos les costó muy poco hacer un agujero mucho
mayor. Y el león salió huyendo por él gracias a su pequeño amigo.
¿Sabéis donde estaba el ratoncito mientras el león huía? Se
había subido a su lomo, y bien agarrado a sus crines, le parecía que volaba.
El león se salvó porque tuvo pena del pobre ratoncito y le
dejó libre. Si lo hubiera matado, él también muerto en la prisión de la red.
Ayuda siempre que puedas a quien lo necesite. Todos nos
podemos ayudar unos con otros, y no hay ayuda pequeña, ¡todas sirven!
Moraleja: Nunca hagas de menos a nadie porque parezca más débil o menos inteligente que tú. Sé bueno con todo el mundo y los demás serán buenos contigo.
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