El lobito bueno - Jose Agustin Goytisolo
Érase una
vez un lobito bueno. Nació en una montaña pero desde que era pequeño miraba
siempre el llano, en donde había un pueblo. Le gustaba ver a los niños que
corrían por las calles.
-Quiero ir
al pueblo.
Los lobos
mayores le riñeron.
-No vayas,
es peligroso. Las personas son capaces de cualquier cosa. Te harán daño.
Pero el
lobito bueno no hizo caso. Un día, cuando no le veían los otros lobos, se
escapó, bajó al llano y entró en el pueblo. Caminó por las calles y llegó a la
plaza.
Al verle, un
niño y una niña dejaron de jugar y se le acercaron.
-¡Hola! Me
llamo Juan.
-¡Hola! Me
llamo María.
Y se
sentaron a su lado, acariciándole. Desde aquel día fueron amigos.
La gente del
pueblo quería mucho al lobito bueno, porque era simpático y cariñoso, ayudaba a todo el mundo. Vigilaba las casas,
acompañaba a los niños al colegio y llevaba las cestas de pan. Y lo que mejor
hacía era cuidar los rebaños de corderos, para que no se perdieran ni se
hiciesen daño.
Pero en el
pueblo las cosas no iban bien. La gente decía:
-Hemos
recogido poco trigo.
-No hay
patatas.
-No tenemos
dinero.
-Nos iremos
a trabajar a la ciudad.
Y se iban.
Vendían las gallinas, los corderos y los cerdos, atrancaban las puertas de las
casas y subían al autocar.
El lobito
bueno no entendía lo que pasaba. ¿A dónde se irían?
Pero un día
Juan y María le dijeron:
-Nosotros
también nos vamos. Ya hemos hecho las maletas. Aquí no se va a quedar nadie.
¿Qué harás tú?
¿Qué iba a
hacer? Pues marcharse, como todo el mundo. Aquella tarde, cuando Juan y Mará
subieron al autocar, el lobito bueno intentó primero esconderse entre las
maletas, pero le vieron y le sacaron de allí. Entonces trepó por la escalerilla
trasera y se sentó en el porta paquetes, con los cestos y los bultos.
Después de un viaje muy largo, el autocar entró en
una gran ciudad. Las casas eran altas y grises, y en las calles no había
árboles. Todos estaba lleno de coches.
Cuando el
autocar se detuvo y empezó a salir la
gente, el lobito bueno bajó de un salto para ponerse al lado de Juan y María.
Pero un guardia que estaba en la calle se puso a tocar un silbato y a
gritar y a empujar a todos los que
acababan de llegar del pueblo:
-¡Ustedes,
circulen por aquí! ¡Eh, sigan, no entorpezcan el paso! Retiren esos bultos!
¡Vamos, deprisa!
Se armó un
lio tremendo. Todos agarraron sus cestos y maletas y echaron a correr. Cuando
el lobito bueno se dio cuenta, ya no había nadie a su lado. ¿Dónde estaban Juan
y María?
Seguramente
sus padres se los había llevado.
El lobito
bueno estuvo buscándolos todo el día por
la ciudad. Dio vueltas y vueltas, y pasó por muchas calles y plazas, pero no
pudo encontrarlos.
Estaba muy
cansado y entró en el portal de una casa. Vio
una alfombrilla que había al pie de la escalera y se echó allí, para reposar.
Pero la portera se enfadó y le echó a escobazos.
El lobito
bueno caminó otra vez por las calles, esquivando a los coches, y mirando a la
gente, para ver si alguien le hacía caso. Nadie le decía nada.
Tenía
hambre. Y como no le daban de comer, se acercó a una tienda, para ver si
conseguía un poco de pan. Cuando el dueño le vio, se puso furioso y quiso pegarle con un palo muy grande.
Corrió y
corrió hasta que llegó a un lugar en donde se acababan las casas y empezaba el
campo.
Allí vio a
un pastor que estaba con un rebaño de corderos. No había perro.
El lobito
bueno se aproximó, pensando que podría vigilar el rebaño, como hacía en el
pueblo, y entonces el pastor le daría pan y queso.
Pero los
corderos, al verle, se le echaron encima y le empezaron a maltratar. Y el
pastor le tiró piedras. ¡A correr otra vez!
Cuando
estuvo lejos y vio que nadie lo perseguía, se detuvo y empezó a pensar.
Pensó y
pensó. No quería vivir en la ciudad, pues había perdido a sus amigos y además
todo el mundo le pegaba. Tampoco le gustaba volver al pueblo, porque en el
pueblo ya no había nadie.
Mientras
pensaba estas cosas, se dio cuenta de que sus uñas y sus dientes estaban
creciendo. Aulló, y el ruido que hizo fue tan fuerte que pareció un rugido.
Entonces
tomó una determinación. Se adentró en el bosque y se metió en la cueva que
encontró.
Y en el
bosque se quedó para siempre. Durante el día estaba escondido en la cueva, y
por las noches salía afuera, y daba
grandes aullidos, mirando la luna. Sus uñas y sus dientes eran enormes.
Cuando tenía
hambre se acercaba a los pueblos y se comía
a las personas y los corderos que encontraba. Y esto ocurrió porque el
lobito bueno, desengañado por todas las cosas que le sucedieron, se había
convertido en un LOBO FEROZ como todos los lobos de este mundo.
FIN,
Muy bonito
ResponderEliminarEs un cuento un poco triste pero me a gustado
ResponderEliminargracias :)
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