El ratón de la corte y el ratón de campo.. - Esopo
Un ratón que vivía en la corte, en la capital, invitó a su
casa a un amigo suyo, un ratón que vivía en el campo. Lo hizo con mucha
educación, con mucha elegancia. Y le dio un auténtico banquete: un buen trozo
de gordo y sabroso tocino y queso fresco de Holanda. Lo alojó además en una
despensa que estaba llena de todo tipo de comida. ¡Qué más podía desear el
ratón campesino! En ningún lugar del reino de Ratópolis se hubiera podido encontrar un alojamiento
mejor aunque fuera para su rey, Roepán Primero.
El ratón campesino no hacía más que olerlo todo,
entusiasmado. No podía creer que fuera verdad lo que estaba viendo: las paredes
y el techo estaban llenos de salchichones, de jamones, de cecinas, y de otras
mil golosinas ratonescas. Los dos amigos saltaban de gusto, íban de jamón en
jamón, de queso en queso. ¡Qué placer!, ¡qué olor tan maravilloso!
Pero de pronto se acabó toda esa felicidad… porque llegó la
despensera. Al oír el ruido de la puerta y luego sus pasos, los dos se pusieron
a correr enloquecidos, no sabían dónde meterse, ya no se acordaban ni dónde
estañan. ¡Qué miedo! Menos mal que, al fin, encontraron un agujero que los
llevó a un pasadizo y pudieron meterse en él a toda prisa y salvarse.
EL ratón campesino, sin aliento, con el corazón latiéndole
desbocado, dijo:
-¡Así acaba tanta abundancia! No quiero queso ni tocino ni
nada si es a cambio de tal susto. ¡Me
vuelvo a mi aldea, a mi campo! Aquí te quedas tú, buen amigo, con toda esa
riquísima comida que se paga tan cara. ¡No me aprovecha nada comerla a cambio
de tales sustos!
Y así lo hizo. Al momento se volvió a su casa de tierra, al
campo. Allí saboreó mucho más desde entonces las legumbres que comía sin
sustos, sin el pánico que había vivido en casa de su educado amigo, el ratón de
la corte. Éste tenía a su alcance todo tipo de manjares, de golosinas; pero a
cambio de miedos, de carreras, de no saber si podría sobrevivir al último
ataque de la despensa.
El ratón de la aldea tenía para él solo campos enteros. No
tenía a su alcance jamones ni quesos, ¡pero qué bien le sabía el grano comido
tranquilamente, sin peligro alguno!
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